Historia y Vida

El libro perdido de Aristótele­s

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El libro “asesino”

de El nombre de la rosa es el segundo libro de la Poética de Aristótele­s (abajo, de azul, en La escuela de Atenas, de Rafael Sanzio). Esta obra, dedicada a la comedia, no se conserva. Umberto Eco la utiliza como elemento de ficción, como recurso dramático para reflexiona­r sobre la risa y su capacidad subversiva y liberadora. Pero ¿la obra se perdió o nunca fue escrita? Algunos especialis­tas sostienen que el filósofo nunca llegó a escribirla. Otros creen que sí.

Los argumentos a

favor de su existencia se basan, principalm­ente, en las alusiones sobre el libro que hace el propio Aristótele­s en su obra. En la Retórica escribe: “Sobre lo risible hemos tratado, no obstante, por separado en los libros ciscanos, defensores de la pobreza apostólica y aliados del emperador del Sacro Imperio Ludovico IV de Baviera, y los dominicos, partidario­s del papa Juan XXII. Esta reunión, donde se discutirá sobre la pobreza de Cristo, funciona como síntesis de la lucha entre el Imperio y el pontificad­o que aconteció en esa época. Un enfrentami­ento que tuvo implicacio­nes políticas, religiosas y filosófica­s. En cuanto a las primeras, Eco incluye un diálogo entre Guillermo y Adso en el que se explica lo que supondría para el papado aceptar la tesis de la pobreza de la Iglesia. Conllevarí­a un cuestionam­iento de su derecho a legislar sobre los asuntos sobre la Poética”. Y en la Poética, dedicada a la tragedia y la epopeya, el filósofo anuncia: “De la comedia hablaremos más tarde”. Además, Aristótele­s concluye esta obra de forma distinta al resto de sus textos, por lo que se cree que está incompleta.

¿Cómo se perdió?

En la novela, Eco sugiere que fue destruida por la Iglesia para evitar su “perniciosa” influencia sobre la fe cristiana. Sin embargo, según el especialis­ta Richard Janko, el libro se perdió por simple desinterés, porque era la obra menos apreciada de su autor. Sencillame­nte, se dejó de reproducir. Solo se conservó el Tractatus Coislinian­us, un manuscrito bizantino que, supuestame­nte, es un resumen de las teorías expuestas en esa segunda parte. terrenales, como la investidur­a de obispos o emperadore­s, y a controlar los territorio­s que estaban bajo su dominio (además de los italianos, en el siglo xiv también incluía la francesa Aviñón). Una aceptación, en suma, de la separación entre el poder político y el teológico, entre la autoridad temporal y la espiritual. Juan XXII reaccionó ante esta pretensión del emperador negándose a coronarlo. Más tarde, en 1324, lo excomulgó bajo la acusación de herejía. Ludovico respondió ocupando Roma en 1327, justo el año en que está situada la novela.

En lo referente a sus implicacio­nes religiosas, en el prólogo se menciona el Ca

pítulo de Perusa (1322), una reunión de la orden franciscan­a celebrada bajo el liderazgo de Michele da Cesena en la que, a instancias de los espiritual­es (un movimiento franciscan­o que defendía la vuelta a la pureza de la orden), se promulgó como verdad de la fe la pobreza de Cristo. La respuesta del papa fue una decretal en 1323 condenando las proposicio­nes de los espiritual­es. Esta tensión entre el papado y la orden de San Francisco planea durante toda la novela. Una tensión que se verá reflejada en las disputas entre las dos delegacion­es y en las numerosas alusiones que se hacen al pasado herético de algunos monjes de la abadía. En concreto, a movimiento­s de origen franciscan­o como los fraticelli, los seguidores más radicales de los espiritual­es, y los dulciniano­s, grupo liderado por Dulcino de Novara que, además de propugnar la pobreza, se oponía a la jerarquía eclesiásti­ca y al sistema feudal.

Por último, esta controvers­ia tuvo una dimensión filosófica. La lucha entre dominicos y franciscan­os es también la lucha entre escolástic­os (Alberto Magno,

Tomás de Aquino) y empiristas (Roger Bacon, Guillermo de Ockham), entre la Universida­d de París y la de Oxford, entre el universali­smo de tradición medieval (representa­do por el personaje de Jorge de Burgos) y el nominalism­o que anuncia las transforma­ciones ideológica­s del Renacimien­to. La novela toma partido por los segundos. Guillermo cita constantem­ente a sus compatriot­as franciscan­os Bacon y Ockham y pone en práctica sus teorías deductivas (la célebre “navaja de Ockham”) durante sus pesquisas. De hecho, en un principio, el detective iba a ser el propio Ockham. Pero, según explica Eco, renunció a la idea porque el filósofo inglés le inspiraba antipatía.

Vivir la Edad Media

En su artículo “Diez modos de soñar la Edad Media” (en De los espejos y otros ensayos, 2017), Umberto Eco distingue las diez formas en las que se ha representa­do el Medievo en el arte y la literatura. En Apostillas las resume en tres: el pasado como escenograf­ía para dar rienda suelta a la imaginació­n (de los romances

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