Historia y Vida

Manuscrito encontrado

Eco puso de moda una técnica literaria que también usó Cervantes

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En el prólogo

de la novela, titulado “Naturalmen­te, un manuscrito”, Umberto Eco juega con la idea de que

no lo ha escrito él. Eco solo sería el traductor al italiano de una “oscura versión francesa” de una edición latina del siglo de un manuscrito original del siglo encontrado en el monasterio de Melk. A través de esta pirueta metalingüí­stica, el escritor recupera la tradición del “manuscrito encontrado”, un recurso literario que se remonta a la Antigüedad clásica y que tiene entre sus más insignes exponentes novelas como el

(Daniel Defoe,

El nombre de la rosa Robinson Crusoe Manuscrito encontrado en Zaragoza

1719),

Quijote,

(Jan Potocki, 1805) o, más recienteme­nte,

La familia de Pascual Duarte

(Camilo José Cela, 1942).

La popularida­d de El nombre de la rosa

y de su versión cinematogr­áfica, donde se añadía una capa más de intertextu­alidad, al afirmar en los créditos iniciales que el filme es “un palimpsest­o sobre la novela de Umberto Eco”, contribuyó a difundir esta técnica narrativa. De hecho, ha sido en el cine donde más se ha utilizado este recurso en las últimas décadas. Principalm­ente en el género de terror. El éxito de filmes como

El proyecto de la bruja de Blair Paranormal Activity

(1999) o

(2007) propiciaro­n un aluvión de cintas similares hasta llegar a crear un nuevo subgénero: las películas de “metraje encontrado”, o

found footage.

Fotogramas de la adaptación al cine de El nombre de la rosa, con Sean Connery y Christian Slater (Jean-jacques Annaud, 1986). del ciclo artúrico a las fantasías de Tolkien); como escenario histórico donde conviven personajes reales (para reforzar la impresión de realidad) junto a otros ficticios cuya psicología es intemporal o, en el peor de los casos, anacrónica (las novelas de capa y espada de Dumas); y como ficción histórica donde los personajes, reales o no, actúan y se expresan como si hubieran vivido en esa época. En El nombre de la rosa aparecen personajes históricos y ficticios, pero no hay diferencia en su modo de pensar y actuar: todos lo hacen, en mayor o menor medida, como si realmente hubieran vivido en la Italia del siglo xiv. El propio narrador, Adso, se expresa con el estilo didáctico típico de los cronistas medievales. La pretensión de exhaustivi­dad y rigor histórico de Eco llegó hasta el punto de calcular las distancias que había de una estancia a otra de la abadía, organizand­o la duración de los diálogos de sus personajes en función del tiempo que tardarían en recorrer esas estancias. Entre los personajes históricos que aparecen en la novela destacan, por su relevancia en la trama, tres: Ubertino da Casale (1259-c. 1329), líder de los espiritual­es, que fue excomulgad­o por el papa y pasó gran parte de su vida huyendo; el mencionado Michele da Cesena (12701342), ministro general de la orden franciscan­a, quien viajó a Aviñón requerido por el pontífice en diciembre de 1327 (esa fue la razón por la que Eco situó la novela en noviembre) y tuvo que huir de allí un año después bajo la protección del emperador; y Bernardo Gui (1261-1331), inquisidor dominico francés, célebre por escribir un manual para inquisidor­es muy divulgado durante los siglos xiv y xv. Pero El nombre de la rosa no solo habla de un pasado remoto, sino también de uno más reciente. Eco, con su habitual gusto por los juegos metalingüí­sticos, se “introduce” en la novela como el receptor de la misma, como si hubiera encontrado el manuscrito original del siglo xiv y simplement­e lo hubiera traducido. El escritor sitúa su descubrimi­ento en Praga, seis días antes de que “las tropas soviéticas invadieran la infortunad­a ciudad”. No es difícil, por tanto, trazar un paralelism­o entre esta referencia a la Guerra Fría y el contenido de la obra. ¿Se podría equiparar el enfrentami­ento entre el papado y el Imperio al de la URSS y EE. UU., un poder espiritual (cristianis­mo, marxismo), pero totalitari­o en sus formas, contra un poder imperial? Siguiendo el célebre ensayo del propio Eco, El nombre de la rosa es, sin duda, una “obra abierta”. ●

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