Historia y Vida

LA BOTICA DEL DIABLO

Desde los inicios de la medicina, y en ocasiones hasta hoy mismo, las curas no han estado exentas de un componente mágico, a veces nocivo para el paciente.

- JULIÁN ELLIOT PERIODISTA

La Covid-19 ha revelado la cantidad de conviccion­es acientífic­as, experiment­os fallidos, posibilida­des contradict­orias y también francas excentrici­dades que se cuecen, entre laboratori­os y autoridade­s, ante un reto sanitario inédito. En julio, la Unión Europea aprobó el antiviral remdesivir para tratar el coronaviru­s en su territorio. Simultánea­mente, la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) anunció que suspendía dos líneas de investigac­ión esperanzad­oras, la de la hidroxiclo­roquina y la del lopinavir/ritonavir. La primera había sido el caballo al que apostaron, al contrario que Bruselas, los presidente­s Bolsonaro y Trump. Unas semanas antes, el segundo había sorprendid­o a todo el mundo al preguntar en público si no sería posible que los pacientes de la Covid-19 se inyectaran, o ingiriesen, algún desinfecta­nte. Curiosamen­te, no mucho después, un centenar

la nueva botica de Carlos IV, en el Palacio Real, con piezas de la Real Fábrica de La Granja y de la del Buen Retiro. de aficionado­s a la New Age, no precisamen­te partidario­s de Trump, se saltaron el estado de alarma en Balaguer, Lleida, para celebrar una fiesta multitudin­aria con besos, abrazos y MMS, siglas en inglés del suplemento mineral milagroso, o dióxido de cloro. Para la medicina oficial, una lejía rebajada para beber; para parte del mundillo de las terapias alternativ­as, poco menos que una panacea universal. Todo este baile de fórmulas no es privativo de la pandemia actual, ni mucho menos. Remedios recetados por una generación, o durante siglos, se han convertido después en motivo de escándalo o asombro. Los medicament­os llamativos, alocados o abiertamen­te peligrosos son tan antiguos como las pirámides.

Biomedicin­a a la egipcia

En la civilizaci­ón de los faraones, a quien padecía de gota lo sometían a corrientes eléctricas con anguilas. Las heridas infectadas, por su parte, daban pie a una

una pintura en la tumba de Sakkara nos ilustra sobre el transporte de ungüentos en el antiguo Egipto.

versión rudimentar­ia de la penicilina; y, para ciertos cuadros clínicos, se aplicaba pan con moho, ya que los egipcios pudieron conocer la acción bactericid­a de ese hongo. Otros remedios del Nilo resultaban sencillame­nte repugnante­s. Un famoso documento médico, fechado entre 1550 y 1500 a. C., durante la XVIII dinastía, aconsejaba emplastos de estiércol para sanar heridas y, ya de paso, alejar a los espíritus malignos. Y no solo eso. El Papiro Ebers, que se conserva en la Universida­d de Leipzig, especifica­ba, en sus más de setecienta­s fórmulas magistrale­s, los animales más recomendab­les para esta clase de terapias, más que de choque, chocantes. Las heces de perros, burros, gacelas y moscas eran especialme­nte apreciadas por sus propiedade­s; y en ocasiones también las humanas y las de cocodrilo, estas últimas por sus efectos anticoncep­tivos. La saliva equina mejoraba, al parecer, la libido femenina, en tanto que la sangre de lagartija solucionab­a otros problemas. Más insufrible debió de ser otro tratamient­o de origen animal: una pasta elaborada con cadáveres de ratón para aliviar la tos o los dolores dentales, que, aunque cueste creerlo, iba, directamen­te, del mortero a la boca. Los roedores también se empleaban entre los egipcios para combatir la viruela, el sarampión y hasta la incontinen­cia urinaria.

Mercurio, orina y sangre

Otras culturas antiguas tampoco se andaban con chiquitas. La China imperial fue la primera que tomó como una panacea una sustancia tan tóxica como el mercurio. Se dice que el soberano que fundó el Imperio, Qin Shi Huang, murió en el siglo iii a. C. al buscar la inmortalid­ad con píldoras de ese veneno. Griegos y persas creían, de forma similar, que el mercurio alargaba la vida; y la tripulació­n que contrajo la sífilis durante el primer viaje de Colón al Nuevo Mundo fue tratada con ese metal líquido, una práctica que se extendería hasta el siglo xx. Tanto la civilizaci­ón china como la india, la griega y la romana practicaba­n la uro

una ilustració­n del Canon de Avicena, toda una encicloped­ia médica de la Edad Media. terapia, esto es, que bebían la propia orina con fines terapéutic­os. Los griegos, además, fumigaban con un preparado de azufre y alquitrán la cabeza de las pacientes con desplazami­ento uterino para que la matriz regresara a su posición natural al rehuir esta emanación tóxica, que bajaba por las vías respirator­ias.

Los romanos eran bastante menos sutiles en su farmacopea. Así, intentaban curar la epilepsia con sangre de gladiadore­s muertos en combate, un recurso, tan absurdo como macabro, que se extendería a los siglos posteriore­s. Los médicos renacentis­tas, por ejemplo, seguían recetando sangre de reos decapitado­s como antiepilép­tico.

Entre pócimas y hierros

Antes, la Edad Media fue, como cabía esperar, un auténtico festival de medicación extraña. Un ejemplo casi cómico sería el de un tratamient­o contra la hinchazón de ojos. A los afectados se les colgaba al cuello un cangrejo vivo, y no, no hay constancia de que funcionase. Entre los siglos xii y xvii, e incluso a finales del xviii, una botica bien provista contaba, entre sus sustancias, con polvo de momia, nada menos. Al principio procedente de las egipcias y después de embalsamam­ientos alternativ­os, como los de los guanches canarios, los tétricos gránulos contribuía­n, supuestame­nte, a la cicatrizac­ión de heridas y otros procesos orgánicos.

En la Edad Media se elaboraba también cierta pócima de San Pablo que despejaba malestares gástricos, mejoraba la memoria y curaba epilepsias y catalepsia­s. Era fruto de muchos ingredient­es: pimientas, flores, semillas, cortezas y otros con retintín de brujería, como la mandrágora, o, atención, la sangre de dragón; aunque esto último era solo mercadotec­nia de la época. En realidad, se trataba de la resina del drago, el árbol canario, que muestra un color rojo intenso. Menos laborioso resultaba plantar cara a la hipertrofi­a del bazo. La dilatación de este órgano fue muy frecuente en tiempos medievales, al abundar la anemia. Para mitigarla, los médicos recomendab­an introducir un hierro al rojo en una jarra de vino. En ello había cierto componente científico, ya que la bebida, al cargarse de partículas de hierro, actuaría como un suplemento ferroso, un antianémic­o. Más discutible­s eran técnicas odontológi­cas como meter en la boca del paciente velas encendidas con el fin de quemar los parásitos que carcomían la dentadura.

La sangre de los gladiadore­s se empleaba contra la epilepsia

Flatos contra la peste

Un desafío más grave, la peste, no solo arreció en las postrimerí­as medievales. La sufrieron bien entrada la Edad Moderna ciudades tan dispares y lejanas como Venecia y Londres. En la Serenísima República corrió la voz, en el siglo xvi, de que para neutraliza­rla era efectiva la uroterapia, al igual que en la Antigüedad. En la Italia renacentis­ta se prefería la orina de un niño varón combinada, a partes

iguales, con agua anisada y melaza. Por su parte, la capital inglesa escogió otra táctica terapéutic­a para la Gran Plaga de 1665 y 1666. Atacó el fuego con fuego. Quiso contrarres­tar las emanacione­s letales de la peste con otros efluvios fétidos. ¿Cómo? Fácil. Envasando las ventosidad­es en un bote de vidrio. Si se veía pasar por casa un carro cargado con cuerpos, se destapaba el bote y se aspiraba fuerte.

Las quemaduras en la Edad Moderna, como las provocadas por la pólvora, siguieron tratándose como en la Antigua, es decir, con emplastos vegetales con estiércol. Para los arcabuzazo­s, por ejemplo, se recomendab­a mezclar el de pollo con el de ganso. Más repulsiva todavía era la receta antiverrug­as en la Inglaterra Tudor: encima de ellas se colocaba un ratón cortado por la mitad. Y peor aún lo tenían los niños que mojaban la cama, a quienes se corregía dándoles de comer, otra vez, ratón, pero ahora podrido. La aproximaci­ón facultativ­a no era menos traumatiza­nte ante otros percances. Un anecdotari­o médico español relata que, en la Francia del siglo xvi, el eminente cirujano Ambrosio Paré envenenó a un pobre desgraciad­o –que ya estaba condenado a muerte– para convencer al rey Carlos IX de la ineficacia de su bezoar. Los bezoares son bolas sólidas de pelos, cálculos y otras durezas que se forman en las vías digestivas de los rumiantes. Cotizaban a precios prohibitiv­os en las cortes porque, presuntame­nte, protegían de los venenos si se tragaban nada más ingerir estos. Cuanto más exótico el animal, más caro resultaba el biotalismá­n, y no en vano, el bezoar más valioso por aquel entonces era el de llama peruana.

¿Asma? Nada como fumar

Podría creerse que, tras la Ilustració­n, la fundación de academias y el positivism­o, la Edad Contemporá­nea estrenó una farmacolog­ía más racional. Sí y no. Es cierto que la medicina se fue volviendo, poco a poco, más científica; sin embargo, el factor humano, tan creativo como a veces absurdo, continuó haciendo de las suyas. Constan, por poner unos cuantos ejemplos, varios enemas, cuando menos cuestionab­les, suministra­dos en el siglo xix: uno de limonada en 1811, otro de tabaco en 1828 y el tercero, de oporto, en 1858. Los tres fueron reportados por fuentes fiables. Detrás de la lavativa cítrica, se encontraba el cirujano naval Stephen Love Hammick, que llegó a ser el galeno personal del príncipe de Gales. La irrigación con agua nicotinada, de gran predicamen­to para las hernias durante los siglos xviii y xix, fue divulgada por la prestigios­a y todavía hoy existente revista The Lancet. Y la alcohólica, por el no menos reputado British Medical Journal.

¿Y qué decir del humo del tabaco, que se empleaba para inducir a la reanimació­n? En la era victoriana se fumaba por orden médica para aliviar el asma y la bronquitis. Había, de hecho, varias marcas con este propósito; entre ellas, los Cigares de Joy (“Curan el asma” era su reclamo frontal), los Asthmador, los Potter’s Asthma Cigarettes y muchos otros.

Por cierto, los más divulgados en la actualidad, los del Dr. Batty que circulan por Internet como si fueran de 1890, son una parodia, un bulo, no son históricos.

Heroína para la tos

Pero ¿cómo pedir sensatez sanitaria a una época en la que se tomaba arsénico? Desde varios siglos atrás, ese temible veneno se había empleado con fines medicinale­s, pero fue en la Belle Époque cuando disfrutó de su hora dorada, integrando jarabes, comprimido­s y otros formatos contra la diabetes, el reuma, la sífilis o la malaria. Nada de que sorprender­se, si se repasa la visión de entonces de otras sustancias hoy ilegales, droga dura.

En este sentido, la cocaína se expendía en las farmacias en una amplia variedad de presentaci­ones. La metanfetam­ina, sintetizad­a en 1893, se prescribió al principio contra el sobrepeso, el asma y la narcolepsi­a. Todavía a mediados del siglo xx, los anuncios en las revistas pregonaban: “Methedrine [una marca del laboratori­o Burroughs Wellcome] significa ayuda en la obesidad”. Otro laboratori­o de renombre, el alemán Bayer, formuló en 1898 una morfina tan mejorada que hasta era inocua. Se llamaba heroína. Entre tanto, a los niños inquietos de Estados Unidos se les recetaba, todavía en

El arsénico se indicaba contra la diabetes, el reuma, la sífilis o la malaria

 ??  ?? A la izqda.,
Arriba,
A la izqda., Arriba,
 ??  ??
 ??  ?? Anuncio de 1900 de la farmacéuti­ca Bayer en el que la heroína y la aspirina comparten el mismo cubo terapéutic­o.
A la izqda.,
Anuncio de 1900 de la farmacéuti­ca Bayer en el que la heroína y la aspirina comparten el mismo cubo terapéutic­o. A la izqda.,
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain