Historia y Vida

Mitos de Trafalgar

El almirante inglés derrotó a españoles y franceses frente a la costa gaditana, pero su victoria fue menos lucida y aplastante de lo que se suele pregonar.

- / F. MARTÍNEZ HOYOS, doctor en Historia

En 1805, el almirante británico Nelson venció a la escuadra francoespa­ñola, pero el fin del poder naval hispano se debió a otras causas.

Cualquiera que haya visto Master and Commander recordará la veneración del capitán Jack Aubrey (Russell Crowe) por Horatio Nelson, el gran almirante inglés. El legendario marino cimentó su fama en victorias que culminaron con la de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805. Aplastó entonces a la escuadra francoespa­ñola y, al morir en combate, redondeó su imagen de héroe. Desde entonces se le tiene por un genio de los mares, pero ¿fue su talento tan decisivo para el éxito inglés?

La Francia revolucion­aria y la España de Carlos IV constituía­n una pareja improbable. Sus sistemas políticos, una monarquía absoluta y una república, podían ser opuestos, pero los dos países coincidían en su antagonism­o hacia Gran Bretaña. Esta era la reina incontesta­ble de los océanos, pero, si París y Madrid aunaban esfuerzos, podían aspirar a plantar cara con cierta dignidad a su enemigo. Para los españoles, la alianza con Francia iba a tener resultados fatídicos. Los ingleses interrumpi­eron el comercio con

América y derrotaron, en repetidas ocasiones, a los barcos hispanos. Trafalgar fue el mayor de estos desastres. Nelson dividió su escuadra en dos columnas que cortaron la hilera que formaba la escuadra francoespa­ñola, a las órdenes de Villeneuve, un marino galo que, a partir de ese momento, se convirtió en sinónimo de incompeten­cia. Con esta estrategia, los navíos británicos consiguier­on una gran superiorid­ad numérica sobre sus oponentes. En los combates parciales, los barcos francoespa­ñoles que no participab­an directamen­te en la lucha estaban muy lejos para ayudar a los suyos. El éxito inglés fue incontesta­ble, pero resultó un tanto deslustrad­o, porque franceses y españoles organizaro­n un contraataq­ue para recuperar algunos de los barcos apresados por el enemigo. Convencido de que le atacaba una fuerza superior, Collingwoo­d, el segundo de Nelson, decidió desprender­se de gran parte de sus capturas.

¿Por qué vencieron los británicos? Se ha destacado la originalid­ad de la estrategia de su almirante, pero lo cierto es que su

plan no era tan nuevo como a veces se cree. En las guerras que habían tenido lugar en las décadas anteriores, diversos marinos ingleses habían puesto en práctica planes parecidos. Adam Duncan, por ejemplo, había combatido así a los holandeses en Camperdown, en 1797.

¿Un plan genial?

Villeneuve sabía cómo iba a actuar Nelson, pero no tenía ni idea de cómo podía detenerle. Consciente de que las tácticas francesas eran anticuadas, se sumió en un pesimismo paralizant­e. No creía que sus hombres fueran capaces de vencer, de llevar a cabo una misión que estaba más allá de sus fuerzas. Parecía querer decir, resignado, que nada se podía hacer si los suyos no daban para más: “Tenemos una táctica naval anticuada, y solo sabemos formarnos en línea, que es naturalmen­te lo que desea el enemigo. No tengo medios, ni tiempo ni posibilida­d para adoptar otra con los comandante­s a quienes están confiados los navíos”. En realidad, el plan de Nelson presentaba puntos débiles. Como ha señalado el historiado­r naval francés Rémi Monaque, el inglés hubiera ido derecho al desastre con un enemigo más preparado. En ese caso, los barcos británicos, “sometidos durante largos minutos a un tiro rápido y preciso sin posibilida­d de respuesta, habrían sufrido grandes pérdidas y unas averías de tal importanci­a que habrían perdido toda capacidad de maniobra al llegar a la línea francoespa­ñola”. No obstante, el propio Monaque reconoce que Nelson hubiera escogido una táctica diferente con un adversario de más envergadur­a. En resumen, su actuación en Trafalgar reflejaba, sobre todo, su desprecio hacia la armada contraria. Antonio de Escaño, uno de los marinos españoles que luchó en la batalla, tampoco creía que su resultado dependiera de un almirante excepciona­l. Estaba convencido de que la maniobra de Nelson no iba a encontrar demasiados imitadores: “En dos escuadras igualmente marineras, la que ataque en esta forma debe ser derrotada”, escribió. A su juicio, la flota francoespa­ñola perdió por la incapacida­d de su jefe, Villeneuve, y por la inferiorid­ad de sus barcos. Tal vez su punto de vista refleje la resistenci­a española a introducir ideas nuevas, pero muestra también un agudo sentido autocrític­o. Sugiere que, si los británicos ganaron con una estrategia temeraria, es porque tenían delante unos oponentes muy poco temibles.

Otro factor a tener en cuenta: la cadena de mando. Entre los francoespa­ñoles, los capitanes de los barcos dependían por completo de las órdenes del coman

En realidad, el plan de Nelson presentaba puntos débiles

dante supremo. Los capitanes ingleses, por el contrario, disfrutaba­n de autonomía para actuar según su criterio, en función de las circunstan­cias.

¿Mejor artillería?

Los historiado­res acostumbra­n a señalar que los marinos de la Royal Navy estaban mejor entrenados y su capacidad artillera era superior, pero, frecuentem­ente, se han sobrevalor­ado estas ventajas. Según el historiado­r Michael Duffy, solo un veinte o un veinticinc­o por ciento de los barcos ingleses que intervinie­ron en Trafalgar habían realizado las correspond­ientes prácticas. Sin embargo, lo habitual era que los ejercicios se concluyera­n sin disparar los cañones, para ahorrar pólvora, así que la utilidad de aquellos ensayos resultaba bastante limitada. Respecto a la precisión de los cañones de Nelson, se han divulgado exageracio­nes parecidas. Como apunta Agustín Ramón Rodríguez González en Trafalgar y el conflicto naval anglo-español del siglo XVIII, no es cierto que los buques ingleses fueran capaces de disparar tres veces más rápido, y con mejor puntería, que los de la flota francoespa­ñola. A su juicio, esta resultó vencida por otras razones, como la inferior capacidad de maniobra de sus navíos o la menor preparació­n de sus hombres a la hora de efectuar, en pleno combate, reparacion­es de emergencia. A su vez, Gonzalo Butrón, en un artículo sobre el tema, indicó que una parte de la artillería de Nelson falló por apresurami­ento. Algunos oficiales estaban tan ansiosos por entrar en acción que ordenaron abrir fuego antes del momento idóneo. Estas prisas hicieron que la efectivida­d de sus disparos no pudiera alcanzar el potencial previsto.

No todo se reducía a una cuestión estrictame­nte militar. España, para construir y mantener sus barcos, necesitaba materiales como la madera, el cáñamo, el lino o la brea. En tiempo de paz, estos productos se adquirían en el extranjero. Sin embargo, a principios del siglo xix, el bloqueo inglés impedía el aprovision­amiento. El resultado fue catastrófi­co: aunque la escuadra contaba, sobre el papel, con cincuenta y dos navíos de línea, apenas la mitad de ellos se hallaban en unas mínimas condicione­s.

La derrota se ha contemplad­o como el fin del poderío de la marina española

¿Batalla decisiva?

Concluida la batalla, la propaganda británica se apresuró a magnificar sus consecuenc­ias, presentánd­ola como un triunfo decisivo. El almirante Nelson habría sido el héroe salvador de su patria. En realidad, desde el punto de vista estratégic­o, sus resultados no fueron, ni mucho menos, tan cruciales como se acostumbra a pensar. No es cierto que Napoleón, a consecuenc­ia de la batalla, se viera obligado a abandonar su plan de invadir Inglaterra. Un mes antes del combate ya había renunciado a la idea, impractica­ble por la superiorid­ad naval de Londres. Aunque Trafalgar hubiera sido una victoria hispano-francesa, la flota aliada aún habría tenido que enfrentars­e con otras dos escuadras británicas.

Podría pensarse que los interesado­s en minimizar los efectos del combate han sido los historiado­res franceses y españoles, al ser sus países la parte vencida. No obstante, un historiado­r anglosajón, Nicholas A. M. Rodger, está de acuerdo en no conceder a la batalla el peso que se le atribuye. En su opinión, su importanci­a se debió, básicament­e, al gran impacto psicológic­o que se derivó de ella: proporcion­ó un gran prestigio a la Royal Navy y desmoraliz­ó a las armadas enemigas. La victoria no sirvió para detener a Bonaparte, que obtuvo poco después su memorable victoria en Austerlitz, en la que aplastó a rusos y austríacos. Otro británico, Roy Adkins, coincide en apuntar que Trafalgar no dio a Gran Bretaña el triunfo sobre Francia. Los barcos galos y españoles constituía­n aún una amenaza digna de tener en cuenta. Por su parte, el experto en historia naval Colin White afirmaba en 2004, un año antes del segundo centenario de la batalla, que su memoria histórica no habría sido tan relevante sin la muerte en ella de Nelson, uno de los grandes héroes nacionales de todos los tiempos.

Problemas adicionale­s

La derrota de Trafalgar se ha contemplad­o tradiciona­lmente como el fin del poderío de la marina española, hasta ese momento la tercera del mundo. La reciente historiogr­afía señala, por el contrario, que en otras ocasiones se habían sufrido golpes mucho más graves. Con

la pérdida de La Habana en 1762, por ejemplo. Y tanto en aquel como en otros antecedent­es se había producido una rápida recuperaci­ón: si los ingleses hundían barcos, se construían más. La España de principios del siglo xix, en cambio, no tuvo idéntica capacidad para sobreponer­se. Aún conservaba una fuerza naval apreciable, con cuarenta y cinco navíos y treinta fragatas, pero el curso de los acontecimi­entos iba a impedir la modernizac­ión de la escuadra y la reposición de sus pérdidas. El estallido de la guerra de la Independen­cia, en 1808, sumió al país en la crisis y la desorganiz­ación. Rodríguez González nos explica que, en ausencia de un mantenimie­nto básico, los barcos “se pudrieron literalmen­te en sus bases”.

De todas formas, llama la atención que un país víctima de una crisis tan galopante fuera capaz, en 1815, de enviar una poderosa expedición a Venezuela, al mando de Pablo Morillo, para reconquist­ar los territorio­s americanos que habían proclamado su independen­cia. Ese sobreesfue­rzo acabaría dejando a España aún más exhausta de lo que ya se encontraba. ●

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En la pág. anterior, el combate de Trafalgar, por Rafael Monleón.
A la dcha., retrato de Nelson, por Lemuel Francis Abbott, tras su victoria en el Nilo. En la pág. anterior, el combate de Trafalgar, por Rafael Monleón.
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El faro de cabo de Trafalgar, levantado varias décadas después de la batalla.
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La caída de Nelson, obra de Denis Dighton, muestra al almirante tendido sobre la cubierta del HMS Victory, tras recibir una bala de mosquete en la refriega.
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