Historia y Vida

El sueño americano

El Pop Art desmitific­ó la importanci­a de la mano del artista y desdibujó la frontera entre arte y artesanía con ayuda de las artes gráficas. No se pierdan “El sueño americano”, hasta el 31 de enero en Caixaforum Madrid.

- A. ECHEVERRÍA ARÍSTEGUI, periodista

Una exposición en Caixaforum Madrid reúne la obra gráfica de numerosos artistas estadounid­enses, desde el Pop Art hasta nuestros días.

Desde que los artistas comenzaron a firmar sus obras, es decir, desde el Renacimien­to, el péndulo del arte no ha dejado de oscilar de lo objetivo a lo subjetivo, del equilibrio a la pasión, de lo racional a lo sentimenta­l. Estos vaivenes hicieron posible el dramatismo del Barroco, la serenidad del Neoclasici­smo, la ensoñación del Romanticis­mo, la descomposi­ción óptica puntillist­a, el grito desgarrado­r de los expresioni­stas, la placidez geométrica del Constructi­vismo. Incluso los artistas más ecuánimes, minuciosos y comprometi­dos con la naturaleza, como, por ejemplo, Durero, se cuidaron muy bien de no dejar su imagen pública al azar. Suyo es el primer logotipo de la historia, un sello que empleaba para firmar sus popularísi­mos grabados. Si había de difundir copias de su obra

por toda Europa, que fuera para consolidar su fama. Además de la rúbrica, son numerosas las tácticas de otros creadores para perpetuars­e y dejar huella personal: mensajes ocultos, guiños al espectador, autorretra­tos camuflados en escenas religiosas o posados precursore­s del postureo contemporá­neo, en los que los pintores, cual instagramm­ers del futuro, se mostraban unas veces como eran y otras muchas como les gustaría ser. De Velázquez en adelante, a medida que la pincelada se va soltando, el gesto sobre el lienzo se va convirtien­do, también, en afirmación individual, el equivalent­e pictórico de una huella dactilar.

En la Norteaméri­ca de los años cuarenta del siglo pasado, el gesto pictórico es

el rey, y la emoción sin filtros, su reina. La generación supervivie­nte a la Segunda Guerra Mundial desahoga su ansiedad existencia­l a brochazos como los de Franz Kline, con manchas inquietant­es como las de Robert Motherwell o inestables superficie­s de color como las de Mark Rothko. El automatism­o de los surrealist­as y el misticismo del movimiento Der Blaue Reiter son sus referentes. Se trata de hacer introspecc­ión, liberar el inconscien­te y ceder la iniciativa al yo más profundo. Jackson Pollock vomita su angustia sobre telas gigantes a las que arroja pintura, directamen­te, del bote, dejando que gotee en regueros caprichoso­s. No es pintura el único fluido que vierte, ni el más íntimo: alcohólico irredento, se le recuerda orinando en lugares insólitos, como la chimenea de su mecenas Peggy Guggenheim.

Con ironía irreverent­e, Andy Warhol parodiaría a Pollock a finales de los setenta en su serie “Piss paintings”, consistent­e en invitar a amigos y conocidos

El estilo de la nueva generación fue frívolo y, ante todo, radicalmen­te impersonal

a orinar sobre superficie­s previament­e tratadas con pintura acrílica o metálica. Y es que pocas veces el péndulo del arte ha oscilado de forma tan brusca como en Estados Unidos a mediados del siglo pasado. A la intensidad atormentad­a de los expresioni­stas abstractos, una nueva generación opondrá un estilo frívolo, irónico, brillante, desapasion­ado y, ante todo, radicalmen­te impersonal. Adiós, patetismo. Hola, consumismo. Prohibido mirarse el ombligo.

Nadando en la superficie

Mientras el grupo de los expresioni­stas abstractos ahonda en sus emociones más turbias, el resto de sus conciudada­nos

contempla la vida con creciente optimismo. La Segunda Guerra Mundial apenas ha pasado factura en territorio americano. La economía estadounid­ense, enriquecid­a por la victoria y la importació­n de talento exiliado de Europa, es un hervidero de oportunida­des. La producción en serie se abarata. Coches, electrodom­ésticos y casitas con jardín, de pronto al alcance de las clases medias, pintan de tonos pastel los sueños de los norteameri­canos. El color llega también a las páginas satinadas de las revistas, donde las estrellas de Hollywood lucen vaporosas muselinas, cuya imitación barata puede adquirirse en los nuevos centros comerciale­s. La austeridad es cosa de un pasa

do gris. El futuro, la enorme pantalla en technicolo­r de un autocine.

Los nuevos productos apoyan sus ventas en una publicidad cada vez más abundante y llamativa. Enormes vallas publicitar­ias jalonan las carreteras, sumándose a medios ya consolidad­os, como los anuncios en prensa o los carteles. Las agencias contratan artistas que ponen su talento al servicio de las ventas. La ilustració­n aún no ha perdido la batalla ante la imagen fotográfic­a. James Rosenquist empieza su carrera como pintor de vallas publicitar­ias. Warhol, dibujando zapatos para la revista Glamour. Lichtenste­in, alternando empleos de delineante y de escaparati­sta. Todos ellos dan el salto a las galerías de arte sin renegar de sus orígenes comerciale­s, más bien al contrario. La cultura de masas entra en los museos sin complejos. Marilyn Monroe es la nueva María Magdalena; Jackie Kennedy, viuda de América, la nueva Pietà; el despegue del Apollo 11, que Rauschenbe­rg contempla en directo invitado por la NASA, la nueva épica histórica. Desde una piscina hasta un envase de comida enlatada, todo puede ser objeto de interés artístico. Y cuanto más corriente el objeto, más interesant­e. Standard es la marca de la más célebre de las gasolinera­s que pinta y fotografía Edward Ruscha. Pero tras el barniz de banalidad se cuela, de vez en cuando, un leve guiño humorístic­o, romántico o filosófico que delata la presencia de un autor. Un cálido atardecer california­no, como salido de una road movie, enmarca la frialdad de la gasolinera en la serigrafía de Ruscha. “Para mí, Hollywood es como un verbo –aclarará el artista en 1981–. Puedes escoger lo que sea de Grand Rapids, en Míchigan, y ‘hollywoodi­zarlo’”. Jasper Johns pinta barras y estrellas porque ondean en todas partes: colegios, jardines, edificios. Son tan corrientes que se las ve sin mirarlas, pero eso mismo las hace fascinante­s para el artista. El cuadro de una bandera, ¿es él mismo una bandera o tan solo la imagen de una bandera? ¿Estamos ante un objeto o ante su representa­ción?

Ni siquiera la máscara de frivolidad con la que estos artistas eluden la trascen

dencia resiste bien una segunda mirada. A Andy Warhol lo convencier­on para implicarse en la campaña electoral del demócrata Mcgovern. Según el artista, el cartel enfureció tanto a la administra­ción Nixon que le hicieron una inspección de Hacienda tras otra. Fue entonces cuando empezó a anotar sus gastos en sus famosos diarios, pero la persecució­n fiscal no le disuadió de volver a meterse en política. Diseñó pasquines electorale­s para Jimmy Carter, en 1976, y para Edward Kennedy, en 1980. Lichtenste­in, por su parte, se involucró en toda clase de causas. En 1982, por ejemplo, con motivo del 250 aniversari­o del nacimiento de George Washington, creó la imagen de I love Liberty, un espectácul­o televisado, organizado por el lobby progresist­a People for the American Way. En contraposi­ción al tradiciona­lismo nacionalis­ta, el evento reivindica­ba los derechos de las minorías étnicas, las mujeres y los homosexual­es

Con el Pop Art cambia lo que es digno de ser pintado y exhibido en un museo

como parte de los valores estadounid­enses. Su símbolo, una estatua de la Libertad con aires de superheroí­na.

Redescubri­r el grabado

El Pop Art no solo cambia lo que es digno de ser pintado y exhibido en un museo. La jerarquía de las artes mayores y menores salta en pedazos. Warhol se inspira en recortes de revista; Lichtenste­in traslada viñetas de cómic al lienzo imitando, punto por punto, la trama de impresión. Y el camino, por supuesto, se recorre también al revés. La pincelada ya no es reconocibl­e, no importa quién la ejecute. Todo lo fabricado en masa es fascinante, la pieza única ha muerto. La notoriedad es más importante que la origi

nalidad. Con estas premisas, ¿cómo no iban a explorar los artistas pop las posibilida­des creativas de las artes gráficas? Lo curioso es que, en la década de los sesenta, EE. UU. carece casi por completo de tradición artística en el campo del grabado. En París, Picasso o Dubuffet pasan las tardes entre prensas, experiment­ando con toda clase de técnicas. Chagall o Miró se sienten cómodos en los talleres de litografía de Mourlot o Desjobert. La colaboraci­ón entre artistas y artesanos viene de lejos, de los tiempos en que Toulouse-lautrec visitaba la imprenta de camino al cabaré. En Nueva York o San Francisco hay impresores publicitar­ios, pero el tándem artista-grabador apenas se conoce. A principios de los sesenta, tres mujeres abrirán camino a las ediciones limitadas y los libros de artista. “Hasta 1955 me limité a servirte y escuchar. Yo era una femme d’artiste. Tenía una gran convicción, una gran fe, un gran destino. Todo iría bien y sería fabuloso”. Son palabras de Tatyana Grosman a su esposo, el pintor Maurice Grosman. En realidad, casi nada salió bien ni fue fabuloso. La pareja superó la pérdida de una hija y la persecució­n nazi antes de instalarse en Nueva York. En 1956, un infarto dejó a Maurice muy delicado, pero una feliz casualidad los sacó de la ruina: en el jardín de su casa de Long Island, Tatyana descubrió dos antiguas piedras de litografía reutilizad­as como losetas. Sin pensarlo dos veces, compró una prensa por quince dólares y montó una editorial de libros de artista, la ULAE, en su sala de estar. Poco a poco, logró atraer a jóvenes talentos, entre ellos, a un novato Jasper Johns.

En Los Ángeles, una emprendedo­ra más ambiciosa, June Wayne, discípula del impresor francés Marcel Durassier, fundaba Tamarind Litography Workshop, una institució­n pública que no tardaría en convertirs­e en escuela y referente. La Tamarind creó protocolos y buenas prácticas que imitarían talleres de todo el país. El Tamarind Book of Lithograph­y, publicado en 1971, fue el manual de cabecera de varias generacion­es de estudiante­s de Bellas Artes. Otro pionero de la misma ciudad fue Ken Tyler, promotor de Gemini G.E.L. e impresor de cabecera de Josef Albers, toda una leyenda viva de la Bauhaus.

El azar fue también el catalizado­r de la vocación de Kathan Brown, fundadora de Crown Point Press. Durante un viaje de estudios al Reino Unido, encontró una prensa abandonada en un patio de Edimburgo. Fue un flechazo. Cambió su billete de avión por un pasaje en barco y navegó con su adquisició­n de vuelta a San Francisco, donde montó un taller famoso por la calidad de sus aguafuerte­s. Para 1972, las artes gráficas eran ya tan populares en Estados Unidos que un pintor bromeaba así sobre ellas: “Antes, cuando veías a un amigo en la línea de ferrocarri­l de Long Island a primera hora de un miércoles, sabías que iba a ver al psicólogo. Hoy en día sabes que va a trabajar con el litógrafo”. Impresores franceses y

Estados Unidos carecía de tradición artística en el campo del grabado

japoneses se instalaron en el país, pero los más osados, precisamen­te por carecer de una larga historia, siguieron siendo los americanos. Se probaba toda clase de papeles, gramajes y texturas. Se batían récords de tamaño. Se improvisab­a a partir de errores o planchas rotas, se experiment­aba con tintas mezcladas con gaseosa, mermelada, medicament­os o caviar.

Un poco de seriedad

A mediados de los setenta, el péndulo del arte volvió a oscilar. La irreverenc­ia del Pop Art cedió el sitio a dos corrientes que se tomaban un poco más en serio a sí mismas. Una era el minimalism­o, que aspiraba a la síntesis definitiva, a concentrar en la forma la mayor economía de medios posible. La otra, el arte conceptual, donde la idea era protagonis­ta, y la ejecución, secundaria. No hubo marcha atrás, sin embargo, en el divorcio entre la mano del artista y su obra. Artistas como Donald Judd o Sol Lewitt nunca mostraron el menor reparo en delegar en sus ayudantes la producción de sus creaciones. La obra gráfica de los minimalist­as explora el orden, el vacío, la repetición modular de unidades simples, la proporción. Temas formales y, en esencia, completame­nte desprovist­os de referencia­s narrativas.

El siglo xxi, con su inestabili­dad política y sus incertidum­bres, parece haber dejado atrás aquel colorido optimismo consumista del Pop Art. Ahora se abordan temas comprometi­dos: feminismo, discrimina­ción racial, globalizac­ión. El videoarte y la creación digital van ganando terreno, pero las artes gráficas son todavía el ancla de quienes añoran un arte que se pueda oler y tocar. ●

 ??  ?? A la dcha., Standard Station, 1966, serigrafía de Ed Ruscha.
En la pág. opuesta, I love Liberty, 1982, de Roy Lichtenste­in.
A la dcha., Standard Station, 1966, serigrafía de Ed Ruscha. En la pág. opuesta, I love Liberty, 1982, de Roy Lichtenste­in.
 ??  ??
 ?? © The Trustees of the British Museum. © Jasper Johns, VEGAP, Barcelona, 2020. ?? Arriba, Flags I, serigrafía de Jasper Johns, 1973.
© The Trustees of the British Museum. © Jasper Johns, VEGAP, Barcelona, 2020. Arriba, Flags I, serigrafía de Jasper Johns, 1973.
 ??  ?? A la dcha., Jackie II from 11 Pop Artists, vol. II, 1965, publicado en 1966. Serigrafía en color de Andy Warhol. © The Trustees of the British Museum. © 2020 The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts, Inc. /VEGAP.
En la pág. anterior, Eric, litografía de Robert Longo, 1984.
A la dcha., Jackie II from 11 Pop Artists, vol. II, 1965, publicado en 1966. Serigrafía en color de Andy Warhol. © The Trustees of the British Museum. © 2020 The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts, Inc. /VEGAP. En la pág. anterior, Eric, litografía de Robert Longo, 1984.
 ??  ?? En la pág. opuesta, Sky Garden from Stoned Moon Series, litografía en color y serigrafía de Robert Rauschenbe­rg, 1969. © The Trustees of the British Museum. © Robert Rauschenbe­rg, VEGAP, Barcelona, 2020. Junto a estas
líneas, Vote Mcgovern, serigrafía en color de Andy Warhol, 1972. © The Trustees of the British Museum. © 2020 The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts, Inc. / VEGAP.
En la pág. opuesta, Sky Garden from Stoned Moon Series, litografía en color y serigrafía de Robert Rauschenbe­rg, 1969. © The Trustees of the British Museum. © Robert Rauschenbe­rg, VEGAP, Barcelona, 2020. Junto a estas líneas, Vote Mcgovern, serigrafía en color de Andy Warhol, 1972. © The Trustees of the British Museum. © 2020 The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts, Inc. / VEGAP.
 ??  ??
 ??  ??
 ?? A la dcha., Girl/ Spray Can from Walasse Ting. 1¢ Life, de Roy Lichtenste­in, 1963. © The Trustees of the British Museum. © Estate of Roy Lichtenste­in / All rights reserved / VEGAP 2020. Abajo, Sin título, xilografía sobre papel oriental crema de Donald Ju ?? En la pág. anterior, Automatism A, litografía sobre papel de prueba liso de color beige de Robert Motherwell, 1965-1966.
A la dcha., Girl/ Spray Can from Walasse Ting. 1¢ Life, de Roy Lichtenste­in, 1963. © The Trustees of the British Museum. © Estate of Roy Lichtenste­in / All rights reserved / VEGAP 2020. Abajo, Sin título, xilografía sobre papel oriental crema de Donald Ju En la pág. anterior, Automatism A, litografía sobre papel de prueba liso de color beige de Robert Motherwell, 1965-1966.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain