EL FILÓSOFO QUE QUISO CAMBIAR EL MUNDO
El ensayo se propone rescatar a Marx de las habituales interpretaciones tendenciosas
Parecía que Karl Marx, el gran teórico comunista, ya no iba a despertar interés tras la caída del Muro de Berlín. No ha sido así. Se reeditan sus obras y se suceden los estudios biográficos de envergadura. Hace poco se publicó, por ejemplo, Karl Marx. Ilusión y grandeza (Taurus, 2018), de Gareth Stedman Jones. Tras esta investigación colosal, ¿quedaba algo nuevo que decir? El historiador sueco Sven-eric Liedman demuestra que sí en una monografía muy completa. A diferencia de sus predecesores, presta una atención equilibrada tanto a la vida como a la obra de su protagonista en sus diferentes períodos. No cree, sin ir más lejos, que su potencia intelectual se debilitara en sus últimos años. Asimismo, Liedman pone el foco sobre cuestiones que no acostumbran a tratarse, como la relación de su personaje con las ciencias naturales. Este interés no resulta tan sorprendente si tenemos en cuenta que el autor de El capital era una esponja que absorbía cuantos libros caían en sus manos.
Más que una rata de biblioteca
Marx no puede entenderse sin su amigo íntimo, Friedrich Engels, el hombre que le mantenía económicamente, puesto que él nunca tuvo demasiado talento para los aspectos prácticos de la vida, empezando por el de llevar un sueldo a casa. Engels se consideraba, a sí mismo, un “segundo violín”, convencido de que el verdadero genio de la pareja era su amigo. Siempre aceptó de buen grado esta posición subordinada. Era, desde la óptica del comunismo ortodoxo, el alma gemela del profeta. Otros, en cambio, le acusaron de malinterpretar el pensamiento marxiano. Aquí hallamos una solución intermedia, a través de una semblanza equilibrada del complejo vínculo entre dos hombres muy distintos.
Por lo general, se suele incidir solo en la dimensión de Marx como teórico. Ahora contamos con un retrato del político práctico, del líder que durante Primera Asociación Internacional de Trabajadores realizó auténticos esfuerzos para establecer consensos. Esta misión no debió de resultar fácil a un polemista empedernido, más que capaz de destrozar a cualquier oponente en una controversia. ¿Era, tal vez, un dogmático, como tan a menudo se piensa? Del trabajo de Liedman se desprende justo la imagen contraria: nos hallamos ante un pensador que revisaba una y otra vez sus ideas a la luz de nuevos conocimientos. El auténtico Marx nada tendría que ver con la imagen fosilizada que transmitieron los países comunistas de la antigua Europa del Este. Su crítica al capitalismo, por el contrario, sería necesaria en la actualidad “para el presente y para el futuro”.