NACEN LAS REPÚBLICAS BANANERAS
La empresa estadounidense United Fruit inventó las “repúblicas bananeras” de Iberoamérica, e impuso sus intereses a casi una decena de países.
Escribió Pablo Neruda que, cuando Dios creó el mundo y lo repartió entre las grandes multinacionales estadounidenses, “la Compañía Frutera se reservó lo más jugoso, la costa central de mi tierra, la dulce cintura de América”. Y es cierto que, durante un siglo, la United Fruit trató a muchos países latinoamericanos como si el mismo Dios se los hubiera entregado para hacer con ellos lo que quisiera. Para cultivar su oro amarillo, la banana, la empresa no dudó en amenazar, maltratar y matar. Y si un gobierno se rebelaba ante esto, se cambiaba al gobierno. Ya lo dijo también Gabriel García Márquez, en boca del coronel Aureliano Buendía: “Miren la vaina que nos hemos buscado, no más por invitar un gringo a comer guineo”. Guineo, plátano, banano, cambur..., a la banana se le conocen muchos nombres y variedades. Ahora que es la fruta más popular del mundo y se consumen cien mil millones de unidades cada año, es difícil recordar que hace no tanto era un manjar exótico y desconocido en la mayor parte del mundo, un producto que en Estados Unidos solo estaba al alcance de los más ricos. De no ser por la visión de negocio de un joven neoyorquino llamado Minor Cooper Keith, es posible que hubiera seguido siendo así.
La forja de un imperio
En 1873, Keith estaba construyendo una línea de ferrocarril en Costa Rica y empezó a cultivar bananas junto a la vía del tren para alimentar a sus trabajadores. No tardó en darse cuenta de que aquellas frutas tropicales, que a él le salían tan baratas, multiplicaban su valor al llegar a los muelles de Nueva York o Nueva Orleans. Diez años después, ya había negociado con el gobierno costarricense la cesión de trescientas veinticinco mil hectáreas de tierras vírgenes y una exención de impuestos de veinte años. También, dicho sea de paso, se había casado con la sobrina del presidente del país, hija, además, de un expresidente. En 1899, Minor C. Keith fundó junto con otros empresarios la United Fruit. La empresa, que será conocida en Latinoamérica como “el pulpo” por sus numerosos y hábiles tentáculos, arrancó con presencia en Costa Rica, Jamaica y Panamá, pero pronto llegó también a Honduras y Guatemala, y más tarde a Colombia, Ecuador, Cuba y la República Dominicana. La promesa de un negocio próspero y con beneficios casi inmediatos ayudó a la United Fruit a hacerse con miles y miles de hectáreas de plantaciones, en ocasiones, gratuitamente. A principios de los años treinta ya era el mayor em
La empresa era conocida como “el pulpo” por sus numerosos tentáculos
pleador de Centroamérica, y controlaba el 90% del mercado mundial de bananas gracias a sus exitosas campañas de marketing y a una logística revolucionaria. Dado que su producto estrella era frágil y perecedero y que crecía exclusivamente a miles de kilómetros de sus consumidores principales, el transporte constituía una preocupación fundamental. Desde su fundación, la United Fruit tenía a su servicio cincuenta barcos, la conocida como “gran flota blanca”, que trasladaban unas cuarenta mil toneladas de producto cada año desde las plantaciones latinoamericanas a Estados Unidos. En las siguientes décadas siguió haciéndose con nuevos buques e incorporando barcos refrigerados, y en 1929 ya realizaba más de mil quinientos viajes de ida y vuelta cada año.
Un huésped incómodo
Sin embargo, por muy perfectas que fueran la distribución y la comercialización, la base de este imperio seguía estando en las plantaciones. Desde el principio, una parte básica del negocio fue mantener a raya a los gobiernos de los países latinoamericanos donde crecían las bananas. En 1911, Sam Zemurray, entonces un empresario treintañero recién llegado a Honduras y que acabaría siendo presidente de la United Fruit, organizó una expedición de mercenarios para derrocar al presidente Miguel Dávila, después de que este se negara a concederle ciertas ventajas. Logró su objetivo, y el sucesor de Dávila le dio lo que había pedido. Hubiera resultado aún más escandaloso si no fuera porque el país estaba muy acostumbrado a las injerencias estadounidenses: solo entre 1903 y 1925, los marines invadieron Honduras en siete ocasiones. Cuando la United Fruit no lograba sobornar a los que mandaban o forzar un golpe de Estado que los sacara del poder, sabía que casi siempre podía contar con el apoyo del gobierno estadounidense. En 1928, por ejemplo, sus veinticinco mil trabajadores colombianos se declararon en huelga, pidiendo algunas mejoras básicas. Cuando ya llevaban un mes parados, Washington amenazó al gobierno de Bogotá con una invasión militar si no se protegían los intereses de la multinacional. Fue entonces cuando las autoridades colombianas ordenaron al Ejército disparar contra una concentración de huelguistas en la llamada “masacre de las bananeras”. Aunque no hay cifra oficial de fallecidos, el embajador estadounidense escribió orgulloso a sus superiores: “Tengo el honor de informar de que el representante de la United Fruit Company me dijo ayer que el número total de huelguistas muertos superó el millar”. La masacre de las bananeras es el primer ejemplo del uso del miedo al comunismo para justificar las actuaciones estadounidenses a favor de la United Fruit. Aunque quedaban unos veinte años para el inicio de la Guerra Fría, la embajada estadounidense en Colombia tachó las protestas laborales contra la compañía de “comunistas”, y así justificó las presiones que desembocaron en la matanza. Un pequeño avance de la línea argumental que la multinacional usaría con maestría en las siguientes décadas.
La cara norte y la cara sur
Aunque, en Latinoamérica, la United Fruit no tardó en ganarse una reputación si