Historia y Vida

EL CAPATAZ PANEB

El jefe de una cuadrilla de artesanos, Paneb, encarna a la perfección los excesos del poder y pone de manifiesto la indefensió­n de los trabajador­es.

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Durante el Reino Nuevo, los faraones egipcios se enterraron en tumbas excavadas en el Valle de los Reyes, localizado en la orilla occidental de Tebas. La intención era que estuvieran en un lugar de acceso segregado, pero no secreto. Para excavar y decorar los hipogeos reales, se construyó, cerca, un poblado de acceso limitado en el que vivían los artesanos, Deir el Medina. Los obreros estaban divididos en dos grupos, cada uno con su propio jefe. Como eran trabajador­es especializ­ados, sabían escribir, y nos han dejado una amplia documentac­ión, la suficiente como para conocer la vida diaria del poblado y sus habitantes. Entre otros, la de un matón de nombre Paneb, que hizo amplio uso de sus prerrogati­vas como capataz de uno de los equipos. Lo primero que hemos de saber es que Paneb era un sinvergüen­za de libro, que abusaba de su cargo para pedirles a sus obreros que le hicieran trabajos ajenos al servicio y usaran para ello materiales del faraón. No contento con eso, también se dedicaba a saquear las tumbas del Valle de los Reyes, como hizo con la de Seti II.

Violador y pendencier­o

Otro detalle interesant­e de Paneb es que debía de ser irresistib­le y un seductor nato, porque son varias las denuncias que se conocen contra él por mantener relaciones con mujeres casadas del poblado. Una de estas acusacione­s de adulterio se la debemos a ¡su propio hijo! Paneb tenía una amante llamada Hel y esta tenía una hija llamada Ubekhet, que era la amante del hijo de Paneb. Pues bien, Paneb sedujo a Ubekhet y se acostó con ella, con gran irritación de su hijo, que lo denunció ante el tribunal del pueblo. Las veces en las que sus encantos, la erótica del poder y todo lo demás le fallaban, Paneb no dudó en recurrir a tomar aquello que deseaba por la fuerza: “Memorando relativo al hecho de que despojó a Iyem de sus vestidos y la tumbó sobre el remate de un muro y la forzó”. Sin duda, fue Paneb un hombre de carácter fuerte, tendente a la violencia, porque, si no, resulta difícil explicar que intentara pegarle una paliza al hombre que lo había acogido de pequeño en su casa y lo había criado. Así es como describe el incidente la denuncia presentada contra él: “Memorando relativo al hecho de que persiguió corriendo al jefe del equipo Neferhotep, mi hermano, aunque fue este quien lo crió y que él [Neferhotep] cerró sus puertas delante de él y que él [Paneb] agarró una piedra y rompió sus [de Neferhotep] puertas y que se pusieron personas para velar por Neferhotep, porque él [Paneb] había dicho: ‘Lo mataré durante la noche’”. Un personaje de armas tomar, no cabe duda, que, al no poder conseguir sus malvados designios con sus agresivos impulsos, en el instante, se guardaba rencoroso la afrenta para lavarla en algún otro momento. Da la impresión de que era violento de una forma calculada, no como resultado de un ataque de ira, como si, además, disfrutara causando miedo a sus víctimas: “Memorando relativo al hecho de que dijo al jefe del equipo Hay: “Te atacaré en la montaña y te mataré”. En esto quizá le ayudara saberse un tanto inmune a las denuncias, porque, como ya había sucedido en el pasado, cuando tuvo un encontrona­zo con las autoridade­s por una de sus tropelías, sobornó a uno de sus jefes y este lo sacó de apuros.

Un tupido velo

Estos abusos de poder no eran en absoluto extraños. Conocemos otro caso ocurrido también en Deir el Medina, menos violento que una amenaza de muerte, pero muy significat­ivo sobre lo que podían ser los abusos en sitios donde las causas menores se solventaba­n en un tribunal popular. Un trabajador de la tumba, recién casado, entró por primera vez en su casa, y allí descubrió que su esposa estaba durmiendo con uno de sus colegas. Como estaba en su derecho, fue a denunciar el suceso al tribunal popular, con tan mala suerte que ese día lo formaban amigotes del adúltero, que no solo no aceptaron su denuncia, sino que además le dieron ¡cien bastonazos! Por fortuna, uno de sus superiores se enteró del caso y puso orden, obligando al “destroza hogares” a jurar que no volvería a hacerlo. Pero la carne es débil, porque lo último que sabemos del caso es que los adúlteros no solo continuaro­n su relación, sino que, además, se quedaron embarazado­s. ●

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El poblado de Deir el Medina, frente a Luxor, fundado por Tutmosis I.

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