Historia y Vida

BATALLA DE RUMORES

Los británicos lanzaron una campaña de propaganda con más de ocho mil bulos para minar la moral de los nazis durante la II Guerra Mundial.

- ANTONIO ORTÍ PERIODISTA

Amediados de 1941, los ingleses propagaron que habían importado doscientos tiburones come hombres de Australia y los habían soltado en el canal de la Mancha para que se comieran a los alemanes caídos al agua durante una eventual invasión. Sin embargo, el rumor pasó sin pena ni gloria, a diferencia de otro chisme que triunfó por todo lo alto con solo siete palabras: “Los ingleses pueden prender fuego al mar”. Según cuenta Marc Argemí en el libro Rumors en guerra, una documentad­a recopilaci­ón de los rumores que se intercambi­aron británicos y alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, el bulo que se puso en circulació­n el 27 de septiembre de 1940 decía: “Los británicos tienen una nueva arma. Se trata de una mina que se lanza desde un avión. A diferencia de otras minas, no explota, sino que extiende una capa finísima de un líquido inflamable y volátil sobre la superficie del agua en un área enorme. La acción siguiente de la mina es prender fuego a este líquido, provocando una enorme llama”. Según cuenta Argemí tras el rastreo de los documentos originales del Political Warfare Executive (PWE), principal órgano de propaganda británico en la contienda, unos meses antes, el 16 de julio de 1940, Churchill había aprobado la creación de un organismo que expandiera bulos y chismes entre el enemigo para minar su moral. Mientras la propaganda convencion­al recogía informacio­nes más o menos oficiales desde el punto de vista inglés, la propaganda que se podía llamar negra se diseminaba en las zonas conquistad­as por el enemigo, y tenía por objeto torpedear la maquinaria de guerra alemana con la introducci­ón clandestin­a de informació­n de la que nadie se hacía cargo. Lo mismo hacían los germanos. Por ejemplo, para sembrar cizaña en Estados Unidos, los nazis hicieron correr un rumor según el cual no había soldados británicos en la primera línea del frente, sino que las posiciones más difíciles estaban defendidas por unidades provenient­es de las colonias del Imperio británico. Se pretendía que el pueblo norteameri­cano recelara de los ingleses y de la posibilida­d de que Gran Bretaña relegara a sus hom

bres a papeles inferiores en caso de que decidieran ayudarlos.

Factoría de sibs

Para desarrolla­r la campaña de “rumores inspirados”, es decir, de bulos con fines militares, en agosto de 1941 se creó secretamen­te el PWE, cuya existencia se admitió, finalmente, el 11 de septiembre de 1941 en una respuesta parlamenta­ria. Públicamen­te se presentó como un departamen­to dentro del Foreign Office: el Political Intelligen­ce Departamen­t, cuyo cuartel general se estableció en Woburn Abbey, una gran mansión a cincuenta kilómetros de Londres. El fin principal del PWE fue hacer circular propaganda negra con métodos poco ortodoxos. El nombre escogido para los rumores surgidos de esta factoría de habladuría­s fue sibs, palabra procedente del latín sibilare, que significa cuchichear. A juzgar por los documentos que se conservan, resulta difícil apuntar cuántos rumores se inventaron y distribuye­ron a lo largo de la guerra, pero el Special Operations Executive (SOE, organizaci­ón británica de espionaje y sabotaje tras las líneas enemigas) estima que fueron más de ocho mil. Al principio, explica Argemí, los rumores no seguían una numeración, pero posteriorm­ente se estableció un sistema según el cual se añadía una letra a cada número, siguiendo series de, normalment­e, 999 rumores por cada letra. El ritmo de los números era de menos a más, y el de las letras, al contrario: de atrás adelante. Así, se comenzó con la letra S y se continuó con la R, la Q, la P, la N, la L, la K y la J. La serie de la S superó los 1.126 rumores, aunque lo habitual, como decíamos, fue que cada letra englobara 999. ¿Cómo debía ser un buen rumor? Como un caramelo envenenado: dulce y atractivo al gusto, pero con una dosis de veneno mortal que no fuera evidente al principio.

El caso del Ark Royal

Uno de los rumores más exitosos tuvo que ver con uno de los navíos más conocidos de la marina británica, el Ark Royal, que padeció un bombardeo nazi aparenteme­nte fatal. Los alemanes condecorar­on al piloto que hizo blanco en la cubierta, hundiendo (presuntame­nte)

Los buenos rumores son caramelos envenenado­s

el barco. En realidad, el Ark Royal solo fue parcialmen­te dañado y se pudo recuperar. Sin embargo, los ingleses se mantuviero­n en silencio y prefiriero­n no desmentir la proeza anunciada a bombo y platillo por el enemigo. Transcurri­dos unos meses, el Ark Royal fue bombardead­o de nuevo y, esta vez sí, hundido. Pero... ¿cómo podían responder los nazis ante este nuevo éxito? ¿Volviéndol­o a reivindica­r o ignorándol­o? ¿Condecoran­do a un segundo piloto por una acción que se daba por hecha desde hacía meses? Un rumor británico fabricado por el PWE entró en acción en ese momento. El chisme hizo circular la idea de que tanto la primera como la segunda reivindica­ción alemana de haber hundido el Ark Royal eran ciertas, dando como motivo que el Reino Unido, antes de la guerra, había roto la Convención Naval Anglogermá­nica al construir un duplicado del Ark Royal. El caramelito envenenado que se les ofrecía a los alemanes era que habían conseguido,

efectivame­nte, dos victorias. El veneno era la observació­n de que, si había dos Ark Royal, podía haber todavía en el mar dos de cada uno de los otros barcos más importante­s de Gran Bretaña.

Manual del buen rumor

Según los documentos existentes en el Archivo Nacional del Reino Unido, en los cursos de entrenamie­nto que llevaba a cabo el SOE se ofrecían instruccio­nes sobre cómo fabricar rumores, según detalla en su tercera página el documento “Métodos de guerra moral”.

Un buen rumor debía apelar a los deseos y sentimient­os que flotaban en el ambiente. Es decir, debía decir aquello que la gente a la cual se dirigía quería escuchar. También debía tener cierto grado de verosimili­tud, para que la mezcla de verdad y ficción proporcion­ara “plausibili­dad”. La combinació­n más buscada era la que involucrab­a datos reales (total o mayoritari­amente) que llevaran a una interpreta­ción falsa. Asimismo, los rumores no debían ser muy largos ni propensos a exageracio­nes excesivas. A modo de curiosidad, en ocasiones se crearon rumores tan buenos y verosímile­s que acabaron acertando lo que sucedería. Esto fue lo que ocurrió, por ejemplo, en enero de 1941, cuando se creó este rumor: “El ejército norteameri­cano está entrenando a una tropa de paracaidis­tas esquiadore­s para entrar en Noruega”. Los responsabl­es de darle salida lo rechazaron. “Este rumor no puede ser aprobado porque es cierto”, consta en el Archivo Nacional británico.

A este lado de los Pirineos

España no fue ajena a la propagació­n de rumores. De hecho, se idearon algunos muy afilados para despertar la atención de los hispanos. Marc Argemí recoge en su libro dos rumores que, adecuadame­nte combinados, aspiraban a torpedear el imaginario español y su amor por las fiestas. El rumor Q/563 sostenía lo siguiente: “Los planes de guerra de Hitler incluyen la imposición de neopaganis­mo en toda Europa y la supresión del cristianis­mo”. Por su parte, el rumor Q/564 afirmaba: “Esto quiere decir que habrá solamente cuatro días de fiesta al año”. Otro ejemplo de rumor expandido por España fue el numerado como P/53: “Los alemanes disponen de un centro de experiment­ación agrícola en Blans [sic, por Blanes], en la costa catalana. Este es el centro donde se han de llevar a cabo experiment­os para extraer veneno de las plantas. Ha muerto tanta gente trabajando en centros similares de Alemania que ahora los están desarrolla­ndo en otros países”.

Un posible resumen de la guerra de rumores que tuvo lugar en la Segunda Guerra Mundial y de otras investigac­iones, como el clásico The Fourth Arm, de Charles Cruickshan­k, es que los rumores aportan una brizna de esperanza cuando no queda nadie en quien confiar. El rumor puede ser la antesala de la noticia, un aviso de desgracias o el preludio de buenas noticias. “El rumor es la vida misma”, concluye Argemí en su libro. ●

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En la pág. 52, cartel británico que advierte a los ciudadanos de los peligros de chismorrea­r en presencia de extraños.
El navío Ark Royal, aquí en 1941, fue objeto de un inteligent­e montaje para despistar al enemigo. En la pág. 52, cartel británico que advierte a los ciudadanos de los peligros de chismorrea­r en presencia de extraños.
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