Melita Norwood
Un historiador ponía al descubierto hace dos décadas a Melita Norwood, una anciana británica cuya labor de inteligencia tal vez aceleró la posesión de la bomba atómica por parte de los soviéticos.
Descubierta a los 87 años, esta espía sirvió varias décadas a los intereses de la URSS desde Gran Bretaña.
Cuando Melita Norwood atravesó su florido jardín en dirección a las cámaras, no tenía mucha pinta de criminal. A sus 87 años, su aspecto era el de cualquier abuela británica, aunque en realidad ya era bisabuela. Su pelo completamente blanco brillaba al sol y llevaba una blusa lila y una falda gris. Había apuntado lo que quería decir en un papel y, antes de empezar a hablar, dedicó una sonrisa angelical a los periodistas. Después, sin que le temblara mucho la voz, confirmó que había espiado para la Unión Soviética durante cuarenta años: “Hice lo que hice no para ganar dinero, sino para intentar evitar la derrota de un nuevo sistema que había dado a la gente común, con gran esfuerzo, comida y precios que podían pagar”. Después de burlar al contraespionaje británico durante casi toda su vida, fue un historiador quien la atrapó. Christopher Andrew publicó en el periódico The Times su verdadera identidad en 1999, casi treinta años después de su jubilación. Durante la Guerra Fría, el MI5 había encontrado topos soviéticos en las mejores
universidades, en la cúpula de varios ministerios, en la BBC y también en las Fuerzas Armadas. Sin embargo, se les había escapado una secretaria que trabajaba en la Asociación Británica para la Investigación de Metales No Ferrosos. A primera vista, parece una institución poco glamurosa para una espía, pero era parte fundamental del esfuerzo británico para obtener la bomba atómica.
Una vida llena de pistas
Había muchas cosas en la vida de Melita Norwood que podrían haber llamado la atención de las agencias de inteligencia. Era hija de un exiliado letón que había sido el primer traductor de Lenin al inglés, y, cuando creció, se casó con otro comunista de origen ruso. Melita no ocultaba su militancia en el partido, y, durante años, compró, cada día, 32 ejemplares del periódico comunista Morning Star para repartir entre sus amigos y vecinos. Irónicamente, el machismo imperante en el espionaje de la época favoreció su carrera: una de las primeras mujeres que trabajó para el MI5, Mona Maund, la señaló como posible agente ya en los años treinta, pero un superior rechazó sus sospechas con el argumento de que las mujeres no podían ser buenas espías. Mientras ese responsable ignoraba las advertencias contra Norwood, ella era la secretaria de un directivo con un papel relevante en el programa nuclear británico, y tenía acceso a su caja fuerte. Fotografiaba los documentos, y después, en encuentros discretos, entregaba la cámara a sus enlaces soviéticos, que la conocían como “Agente Hola”. Para justificar en casa sus retrasos cuando se veía con ellos, le decía a su marido que había pillado atasco volviendo del trabajo. Él sabía que Melita era espía, pero, a pesar de ser también militante comunista, estaba en contra de las actividades de su esposa. Hay debate entre los expertos sobre cuánto valor tuvo, exactamente, la informa
Sus enlaces la conocían con el nombre de “Agente Hola”
ción que robó Norwood: algunos creen que aceleró hasta en dos años la llegada de la bomba atómica a manos soviéticas, y otros defienden que no tuvo mucha influencia y que su “confesión” estaba inflada. En cualquier caso, sus jefes soviéticos le daban mucho valor: el archivo del KGB la define como “una agente comprometida, fiable y disciplinada”, y, tras su jubilación en 1972, la URSS la condecoró con la Orden de la Bandera Roja. Melita viajó a Moscú con su esposo para recibir la distinción, pero rechazó la asignación económica.
El secreto sale a la luz
A Norwood le faltó poco para llevarse su secreto a la tumba, pero la traición de otro espía perturbó sus últimos años.
Después de la caída del muro, el archivero del KGB Vasili Mitrokhin se exilió en el Reino Unido con seis camiones llenos de documentación. Ansiosos por buscarle un sueldo, los servicios de espionaje británicos gestionaron que el historiador Christopher Andrew pudiera tener acceso a los documentos. Fue él quien descubrió quién era en realidad la “Agente Hola” y lo contó en The Times. La única hija de Melita Norwood se enteró de la verdadera historia de su madre a la vez que el resto del país, abriendo el periódico un sábado por la mañana. Después de algunas dudas iniciales, la fiscalía aconsejó que no fuera juzgada, y ella, desde luego, no mostró gran arrepentimiento. En varias entrevistas explicó que, más allá de sus simpatías políticas, después de la Segunda Guerra Mundial pensaba que la URSS necesitaba ayuda para mantener el equilibrio con el bloque occidental y que era razonable que tuvieran un arma atómica para defenderse, después de todo lo que habían hecho por vencer a los nazis. Su espionaje, parecía decir, fue fruto de una situación excepcional: “En general, no estoy de acuerdo con espiar a tu propio país”.
Melita falleció el 2 de junio de 2005, seis años después de que se conociera su verdadera vida. No llegó a tiempo de ver en el cine La espía roja (Red Joan), la película de 2018 en la que Judi Dench interpreta a un personaje basado en su historia. Es una mera especulación, pero parece poco probable que hubiera estado muy satisfecha al verse retratada como una mujer ingenua que traiciona a su país después de dejarse llevar por el amor. La verdadera Norwood parecía tener perfectamente claros los motivos por los que hizo lo que hizo. Como aclaró a The Times, “en las mismas circunstancias, sé que volvería a hacer lo mismo”. ●