¿Por qué cambió Baltasar de color?
El rey mago Baltasar empezó a ser representado como lo conocemos
Durante quince siglos Baltasar fue de etnia blanca, como los otros dos Reyes Magos. Basta con viajar a iglesias como la de Santa Maria Maggiore, en Roma, o la de San Apolinar el Nuevo, en Rávena, para comprobar cómo se representa a los tres del mismo color. La iconografía sobre la Epifanía se mantuvo de esa forma a lo largo de los 1.500 primeros años de la cristiandad. Hoy no hay pesebre ni cabalgata real en los que Baltasar no aparezca como una persona de etnia negra.
¿Qué pasó hace 500 años para cambiar la forma en que se representa una de las imágenes más populares de la Navidad? “El rey negro aparece con las expediciones de los portugueses, sobre todo a África. Aunque ya se sabía que había gente negra, porque los romanos traían esclavos de Nubia, con los descubrimientos se dan cuenta de que la humanidad tiene tres razas: blanca, amarilla (podríamos decir) y negra”, contesta Armand Puig, rector del Ateneu Universitari Sant Pacià de Barcelona. “Es un discurso teológico, en la medida que indica que todos los pueblos y todas las razas adoran a Jesús”, añade. Laura Rodríguez Peinado, profesora de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, señala que “esta nueva iconografía surge con el sentido del carácter universal de la redención. La idea es que Cristo no viene solo a salvar a su pueblo, sino a toda la humanidad. La presencia del rey negro es una forma de integrar al otro. Aparece mucho en el arte flamenco y en el arte hispano, sobre todo por las rutas de navegación de los portugueses que rodean África”.
El cuarto rey
Pero pocos años después sucedió un contratiempo. El descubrimiento de América pone en cuestión esa universalidad de la religión que comienzan a representar los tres Reyes Magos de etnias di
ferentes. “Surgió un problema iconográfico, porque, si se quería mantener la universalidad, había que añadir un cuarto Rey Mago (cada uno de los Reyes Magos representaba a los tres continentes conocidos: Melchor es Europa, Gaspar es Asia y Baltasar es África). Se plantea esa posibilidad, pero, como la doctrina de la Iglesia ya estaba fijada y los artistas ya lo representaban de esa manera, se sigue manteniendo solo a los tres”, reflexiona José Javier Azanza, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Navarra. Aun así, hay artistas que, en algunas representaciones, sustituyen al rey negro por uno amerindio. En otras ocasiones aparece en el séquito una persona con rasgos indígenas. La representación de todas las razas o etnias era para consumo europeo, por lo que no busca favorecer la evangelización en un momento en el que el cristianismo competía con otras religiones por la hegemonía. O no es la principal razón. Tampoco hubiera sido un problema que aflorara un cuarto Rey Mago, porque nunca estuvo claro cuántos eran. Lo cierto es que, de los cuatro Evangelios, solo el de Mateo refiere la aparición de estos personajes, pero de una forma muy
parca: “Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’”. El relato del evangelista añade que “lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”.
En ningún momento se citan sus nombres, ni si son tres, ni mucho menos el color de su piel. Que sean tres se infiere, en un primer momento, del hecho de que son tres ofrendas distintas las que se mencionan. En algunas ocasiones, se les ha representado como cuatro e incluso como doce, aludiendo a las tribus de Israel y a los apóstoles. Si hubiera sido el caso, las cabalgatas modernas serían inacabables...
Detalles apócrifos
Es necesario acudir a los llamados Evangelios apócrifos para hallar detalles sobre cómo se formó la iconografía. Rodríguez Peinado explica que en el Evangelio Armenio de la Infancia (siglo vi) se los nombra ya como Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero es en la obra Excerptiones patrum, collectanea et flores, atribuida falsamente a Beda el Venerable (c. 672735), cuando, además de fijar el número en tres e identificarlos con su nombre de pila, se alude, por primera vez, al color oscuro de la piel de uno de ellos: “Baltasar, de piel oscura [ fuscus] y con toda su barba, testimonió con la ofrenda de la mirra”. Esa referencia es una rareza, ya que su popularización y salto al estrellato fue en la Edad Media, a partir de su inclusión en el Liber Pontificalis del siglo ix, añade la catedrática de la Complutense. Buena parte de la construcción de la imagen de los Reyes Magos se produce con los Evangelios apócrifos. “Son textos que no son en absoluto negados por la Iglesia, sino que son con esos con los que se fragua la iconografía”, según Rodríguez Peinado. “Se utilizan incluso por parte de la jerarquía eclesiástica para adoctrinar a la población”. Desde el punto de vista del arte, la aparición del color negro representada en la piel de Baltasar es también un cambio importantísimo, como afirma Azanza: “El color negro siempre ha sido un color negativo en la Historia Sagrada. Es el color con el que se pintaba al Diablo o Demonio. El color negro incorpora un matiz negativo o diabólico, y por eso durante toda la Antigüedad y la Edad Media no aparece. Se vence ese carácter negativo con la universalidad de la Epifanía”. Entre las primeras representaciones de las se tiene constancia destacan las catacumbas de Domitila (Roma), del siglo iv, el mosaico de Santa Maria Maggiore (Roma), de 432, y la bellísima composición de San Apolinar el Nuevo en Rávena. Desde la ciudad italiana, Filippo Trerè, especialista en la iconografía del conjunto artístico, afirma que la representación “se remonta al período de la reconciliación católica de la antigua capilla palatina teodericia, encargada por el arzobispo de Rávena Agnello (556569)”. Trerè recuerda que “se sabe que los Magos, fijados en el número perfecto de tres, son el símbolo no solo de los regalos que le llevan o de las tres edades del hombre en relación con el tiempo infinito encarnado por la divinidad de Cristo, sino también de las tres razas humanas”. Azanza añade, respecto a ese tiempo infinito, que es en la Edad Media cuando “se individualizan los reyes a nivel de las tres edades: el rey Melchor, por lo general, es la ancianidad, Gaspar es un poco la madurez y Baltasar es la juventud”. En Rávena aparecen los nombres de los reyes, pero Trerè revela que esa parte del mosaico “se rehace entre el siglo xvi y
1899. Por lo tanto, no es seguro que las tres inscripciones latinas que encabezan a los tres Magos en la parte superior pertenezcan a la imagen original o sean un añadido posterior”. De hecho, Rodríguez Peinado avisa de que no hay constancia de los nombres hasta el Evangelio Armenio de la Infancia (que, como decíamos, data del siglo vi). Una vez más, y pese a que no fueron los escogidos por la Iglesia, son los Evangelios apócrifos los que dan cuerpo a la tradición y la iconografía cristiana en todo el mundo.
¿Magos o reyes?
Si Melchor, Gaspar y Baltasar existieron, lo que no queda nada claro es quiénes eran. ¿Magos, sabios, astrólogos, reyes?
En el Evangelio de Mateo se les llama magos. “La palabra ‘mago’ no quiere decir exactamente ‘magos’, aunque sean de la misma raíz. Mago quiere decir personas sabias. Eran sabios en astronomía, en la lectura del firmamento, de las constelaciones y los planetas. Son gente que observa el cielo”, dice Puig. Por eso llegan siguiendo la estela de una estrella. El segundo salto es cuando pasan de ser magos o sabios a monarcas. “La palabra reyes viene de una consideración litúrgica como consecuencia del salmo 72, donde se explica proféticamente que los reyes le ofrecerán presentes”, añade. Azanza precisa que “la ‘categoría de Reyes’ la adquirieron a principios del siglo iii, cuando el teólogo Tertuliano afirmó que los que adoraron a Jesús eran de estirpe real, basándose en un salmo de la Biblia”. Una adoración que no necesariamente tuvo que darse a las pocas horas de nacer el niño. En el Evangelio apócrifo del Pseudomateo se asegura que el encuentro se produjo cuando Jesús tenía ya dos años, como recuerda Rodríguez Peinado. En el Evangelio de Mateo se afirma que los Magos “entraron en la casa, vieron al niño con María”. No se hace ninguna referencia al establo del que habla Lucas. “Muy probablemente, entre el nacimiento de Jesús y la llegada de unas gentes que ven una estrella que brilla más que las otras pueden pasar perfectamente dos años”, dice Puig. El estudioso de la Biblia recuerda que los astrónomos coreanos y chinos verificaron la aparición de una estrella en el año 5 a. C. Si se parte de la base, añade Puig, de que el monje Dionisio el Exiguo retrasó erróneamente en seis o siete años el momento del nacimiento de Cristo, “no es implausible que llegaran unas personas siguiendo una estrella”. De ser así, Cristo nació entre el 6 y el 7 antes de Cristo. Rodríguez Peinado considera que el culto medieval a los Magos se acrecentó cuando sus reliquias se trasladaron a Colonia. Según la leyenda, Santa Elena, madre del emperador Constantino, llevó las reliquias a Constantinopla desde Saba. Habría sido entre los siglos iii y iv. Trescientos años después llegaron a Milán, y de ahí, en 1164, como consecuencia de la invasión de Federico Barbarroja, las reliquias acabaron en Colonia. Por ahora, nadie ha pretendido diseccionar el ADN de los restos de los tres Reyes Magos. Es mucho mejor quedarse con la tradición construida a lo largo de veinte largos siglos. ●