Arte y mito
Tras una larga itinerancia, unas setenta piezas mitológicas de las colecciones del Museo del Prado recalan en Caixaforum Barcelona hasta el 14 de marzo.
Un recorrido por la mitología grecorromana en obras artísticas de todos los tiempos.
canto o de petrificarte con una sola mirada; combates, trampas, celos, intrigas, premios, castigos, venganzas.
Con la ciencia y la filosofía aún en pañales, los mitos griegos proporcionaban explicaciones sobre muchos fenómenos naturales, además de ofrecer a los fieles la ilusión de controlar sucesos impredecibles. Los rayos eran proyectiles de Zeus; el mar embravecido, rabietas de Poseidón. La primavera llegaba cuando Deméter, la diosa de la agricultura, rescataba a su hija, Proserpina, del lúgubre lecho subterráneo de Hades, el dios del inframundo. Pasado el verano, la muchacha regresaba al averno junto a su esposo, y la tierra perdía toda alegría y verdor. Las ninfas eran la encarnación de cualquier accidente geográfico: cada riachuelo tenía su náyade, cada montaña, su oréade, cada arboleda, su dríade, cada playa, su nereida. Había dioses para el sol y para la luna, para el alba y para el atardecer, para la brisa y para los vientos.
En la pág. anterior, un busto de Homero, del siglo d. C., abre la muestra, rodeado de otras piezas.
i
Narciso, de Jan Cossiers, muestra el momento en que este joven se enamora de sí mismo al contemplar su reflejo en el agua.
Retiro de Madrid, aunque solo se conservan dos cuadros de cada conjunto. Otro infeliz cuyo hígado es picoteado por un águila es el titán Prometeo, en este caso por haber entregado el fuego a la humanidad, desobedeciendo a Zeus. La simpatía de Prometeo hacia el género humano la explica fácilmente otra leyenda, que le atribuye haber creado, junto a Atenea, al primer hombre. Así aparece en un relieve funerario romano del siglo ii: mientras Prometeo modela la pierna del rudimentario ser, Minervaatenea le insufla vida con una mariposa que representa a Psique, el alma.
Hooligans sobrenaturales
Las venganzas divinas pueden ser tan imaginativas como crueles, y a menudo no obedecen a principios éticos comprensibles para los mortales, sino a rencillas entre los propios dioses. Es bien sabido que la guerra de Troya dividió a los moradores del Olimpo entre quienes apoyaban a un bando o al otro. A diferencia de los hinchas deportivos, que se limitan a animar y abuchear, los dioses de la
lidad, un ardid del enemigo. El resultado: sangre y fuego. Por si alguien supusiera que tales patinazos solo suceden en poemas homéricos, la arquitectura barroca que aparece en el cuadro deja claro que, en cualquier época, hay que mantener los ojos bien abiertos y escuchar a las voces independientes, como la de Laocoonte, quien, por haber advertido del peligro a sus conciudadanos, perece, junto a sus hijos, estrangulado por dos monstruosas serpientes enviadas por Atenea, como se observa en otro relieve barroco de la exposición. Solamente Eneas, con su padre a hombros, huye discretamente de la masacre. Collantes lo pinta en la parte inferior derecha de su óleo. Su salvación desembocará en la fundación de Roma. Más allá de la geopolítica, meterse en los asuntos privados de las deidades acarrea fatales consecuencias. Zeus encomienda a la ninfa Eco, célebre por su elocuencia, que mantenga entretenida a Hera mientras él, mujeriego impenitente, se dedica a sus amoríos. Hera descubre el pastel y, furiosa, priva del don de la palabra a Eco, condenándola a repetir todo lo que oye. Más adelante, la pobre oréade se enamora del pastor Narciso, quien la rechaza entre burlas. Entonces entra en acción Némesis, la diosa que se encarga de corregir a los mortales que muestran arrogancia con los inmortales, y determina que el vanidoso joven muera, literalmente, de amor hacia sí mismo. El flamenco Jan Cossiers lo pinta contemplando, embelesado, su propio reflejo en el agua, que no aparece completo en la composición. Otro amor no correspondido, el de Apolo por Dafne, también es consecuencia de una mofa. Cuando Apolo se pitorrea del tamaño del arco del pequeño Eros, este se desquita disparando al dios una flecha de oro, y a la ninfa, una de plomo, que provoca aversión. Harta de las persecuciones del jefe del Parnaso, Dafne opta por convertirse en laurel. En un boceto completado por su discípulo Theodoor van Thulden, Rubens capturó a la ninfa en el preciso instante en que sus dedos se transforman en ramas y uno de sus pies echa raíces. El óleo fue un encargo de Felipe IV para decorar la torre de la Parada, su pabellón de caza.
No todo era, por supuesto, drama y terror en el Olimpo. Los seguidores de la saga Juego de tronos recordarán el momento en que un descreído Tyrion Lannister se pregunta, pesaroso, dónde está “el dios de las tetas y el vino”. Ni griegos ni romanos habrían echado en falta a semejante divinidad, porque ya la tenían. Dionisos o Baco, dios de la embriaguez, la promiscuidad y la alegría desenfrenada, extendió su culto por todo el Mediterráneo e incluso más allá, hasta la India. Se lo suele representar como un joven imberbe, pero José de Ribera se atrevió con un Baco en plena vejez, casi cuestionando su inmortalidad. El valenciano comprendió que los límites entre lo divino y lo humano no están tan definidos, al menos en la mitología grecolatina. Los dioses, como los superhéroes contemporáneos, no son más que un reflejo sobrenatural, amplificado, de nuestras pasiones, ambiciones, deseos, virtudes y defectos. ●