¿ES CIERTO EL “QUE INVENTEN ELLOS”?
Las voces que matizan la leyenda negra sobre la ciencia en España
Escribir en España es llorar, afirma una frase atribuida, por error, a Mariano José de Larra. ¿Sucede lo mismo con ser científico? Según un estereotipo que ha hecho fortuna, nuestro país ha dado la espalda secularmente a la ciencia. El famoso “que inventen ellos” definiría todo un modo de ser, ajeno al mundo del saber. Menéndez Pelayo quiso combatir en el siglo xx esta visión pesimista y reivindicó a numerosos sabios olvidados. Otros discreparon con radicalidad y creyeron que el erudito santanderino exageraba muchísimo. Nuestras pocas eminencias serían simples excepciones, apenas un puñado de flores en un vacío desértico.
Más allá de los lugares comunes, dos libros importantes han rescatado un pasado todavía muy desconocido para el gran público. El primero es Fantasmas de la ciencia española (Marcial Pons, 2020), de Juan Pimentel, un volumen que destaca ocho grandes aportaciones hispanas al conocimiento, entre el descubrimiento de América y el siglo xx. Pimentel, historiador de la ciencia del CSIC, comenta episodios como la expedición botánica por el Nuevo Reino de Granada, en la actual Colombia, encabezada por José Celestino
Mutis entre 1783 y 1808. También nos descubre el Mapa Geológico de España, publicado, en 1889, como resultado de los trabajos de dos generaciones de ingenieros de minas. Y dedica otro de los apartados a la figura titánica de Ramón y Cajal (1852-1934), destacando cómo su talento para el dibujo se convirtió en un elemento clave de su éxito internacional.
Mucho trabajo, pocas recompensas
José Manuel Sánchez Ron también aborda a Ramón y Cajal en un capítulo de El país de los sueños perdidos (Taurus, 2020), un estudio monumental sobre la ciencia española desde la Edad Media hasta la Transición democrática. El lector tiene la oportunidad de conocer con detalle a un neurólogo muy bien relacionado con sus colegas extranjeros. No obstante, para llegar hasta el Premio Nobel, Cajal tuvo que sortear obstáculos como la escasez de instrumental, un problema derivado de los presupuestos insuficientes. Sánchez Ron, físico, historiador de la ciencia y miembro de la Real Academia Española, se mueve en dos direcciones contrarias en apariencia, aunque, en realidad, complementarias. Por un lado, pone en valor el trabajo de tantos cerebros brillantes a los que la posteridad no prestó suficiente reconocimiento. Como, sin ir más lejos, los hermanos Elhuyar, que descubrieron un nuevo elemento químico en el siglo xviii, el wolframio. Por otra parte, Sánchez Ron sostiene que estos y otros investigadores no fueron tan numerosos como deberían haber sido. Peor aún, vieron, por lo general, frustradas sus aspiraciones, aunque vivieran momentos de esperanza.
En un ambiente marcado por las insuficiencias de todo tipo, el ingeniero y matemático José Echegaray expresaba, en 1910, el deseo de un futuro mejor: “Ojalá que lleguen pronto los tiempos del trabajo alegre y de la alegría trabajadora”. Sin duda, es una frase con la que muchos expertos de numerosas disciplinas pueden sentirse identificados en la actualidad.