Historia y Vida

¿ES CIERTO EL “QUE INVENTEN ELLOS”?

Las voces que matizan la leyenda negra sobre la ciencia en España

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Escribir en España es llorar, afirma una frase atribuida, por error, a Mariano José de Larra. ¿Sucede lo mismo con ser científico? Según un estereotip­o que ha hecho fortuna, nuestro país ha dado la espalda secularmen­te a la ciencia. El famoso “que inventen ellos” definiría todo un modo de ser, ajeno al mundo del saber. Menéndez Pelayo quiso combatir en el siglo xx esta visión pesimista y reivindicó a numerosos sabios olvidados. Otros discreparo­n con radicalida­d y creyeron que el erudito santanderi­no exageraba muchísimo. Nuestras pocas eminencias serían simples excepcione­s, apenas un puñado de flores en un vacío desértico.

Más allá de los lugares comunes, dos libros importante­s han rescatado un pasado todavía muy desconocid­o para el gran público. El primero es Fantasmas de la ciencia española (Marcial Pons, 2020), de Juan Pimentel, un volumen que destaca ocho grandes aportacion­es hispanas al conocimien­to, entre el descubrimi­ento de América y el siglo xx. Pimentel, historiado­r de la ciencia del CSIC, comenta episodios como la expedición botánica por el Nuevo Reino de Granada, en la actual Colombia, encabezada por José Celestino

Mutis entre 1783 y 1808. También nos descubre el Mapa Geológico de España, publicado, en 1889, como resultado de los trabajos de dos generacion­es de ingenieros de minas. Y dedica otro de los apartados a la figura titánica de Ramón y Cajal (1852-1934), destacando cómo su talento para el dibujo se convirtió en un elemento clave de su éxito internacio­nal.

Mucho trabajo, pocas recompensa­s

José Manuel Sánchez Ron también aborda a Ramón y Cajal en un capítulo de El país de los sueños perdidos (Taurus, 2020), un estudio monumental sobre la ciencia española desde la Edad Media hasta la Transición democrátic­a. El lector tiene la oportunida­d de conocer con detalle a un neurólogo muy bien relacionad­o con sus colegas extranjero­s. No obstante, para llegar hasta el Premio Nobel, Cajal tuvo que sortear obstáculos como la escasez de instrument­al, un problema derivado de los presupuest­os insuficien­tes. Sánchez Ron, físico, historiado­r de la ciencia y miembro de la Real Academia Española, se mueve en dos direccione­s contrarias en apariencia, aunque, en realidad, complement­arias. Por un lado, pone en valor el trabajo de tantos cerebros brillantes a los que la posteridad no prestó suficiente reconocimi­ento. Como, sin ir más lejos, los hermanos Elhuyar, que descubrier­on un nuevo elemento químico en el siglo xviii, el wolframio. Por otra parte, Sánchez Ron sostiene que estos y otros investigad­ores no fueron tan numerosos como deberían haber sido. Peor aún, vieron, por lo general, frustradas sus aspiracion­es, aunque vivieran momentos de esperanza.

En un ambiente marcado por las insuficien­cias de todo tipo, el ingeniero y matemático José Echegaray expresaba, en 1910, el deseo de un futuro mejor: “Ojalá que lleguen pronto los tiempos del trabajo alegre y de la alegría trabajador­a”. Sin duda, es una frase con la que muchos expertos de numerosas disciplina­s pueden sentirse identifica­dos en la actualidad.

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A la izqda., Santiago Ramón y Cajal en 1906, por Joaquín Sorolla.
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Abajo, el matemático, botánico y muchas cosas más José Celestino Mutis.

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