Historia y Vida

Una espía en el Hollywood nazi

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El ministro de

Propaganda Joseph Goebbels, consciente del poder del cine para difundir la ideología del régimen, quiso crear un Hollywood nazi. Para ello, reclutó a una constelaci­ón de estrellas “arias” que tiñeron de rubio las películas del Tercer Reich. Pero no todas fueron tan filonazis como creía.

Marika Rökk

(arriba), de origen húngaro, fue una de las actrices favoritas de Hitler. Sus comedias musicales (Kora Terry, La mujer de mis sueños) tuvieron un gran éxito (la mayoría se estrenaron en España durante la guerra, cuando en los demás países estaban prohibidas). Sin embargo, bajo su fachada de rubia frívola y pizpireta –la llamaban “la Ginger Rogers nazi”–, se escondía una espía soviética.

Según informes de

la inteligenc­ia de la Alemania Federal, Rökk fue reclutada por el KGB durante los años cuarenta. Se cree que fue a través de su agente, Heinz Hoffmeiste­r, quien ya trabajaba para la inteligenc­ia soviética. Aunque no se conoce el alcance de su labor como informador­a, se sabe que lo hizo a través de Krona, la red de espionaje liderada por el célebre agente soviético Yan Cherniak, conocido como “el hombre sin sombra”.

presidente del Tribunal del Pueblo, leyendo el veredicto por el atentado del 20 de julio de 1944 que pretendió matar a Hitler.

La joven viuda fue condenada a la guillotina por contar un chiste sobre Hitler

“no eran”, en el caso de los judíos, como ellos. Esa adhesión se intensific­ó cuando Alemania entró en guerra y el sentimient­o patriótico se disparó. Los disidentes ya no solo eran considerad­os enemigos del pueblo, sino también traidores. Un caso extremo, pero muy ilustrativ­o del clima de represión que se vivía bajo el nazismo, especialme­nte durante la guerra, fue el de Marianne Elise Kürchner. Como recoge Rudolph Herzog en su libro Heil Hitler, el cerdo está muerto (Capitán Swing, 2020), esta joven viuda de guerra, resentida con el gobierno por la pérdida de su marido en el frente, cometió el error de contar un chiste sobre Hitler durante su jornada laboral en una fábrica de municiones. Uno de los compañeros que lo escuchó, la denunció a las autoridade­s. Marianne fue condenada a morir en la guillotina por antipatrio­ta y derrotista. El veredicto lo dictó el temible presidente del Tribunal del Pueblo Roland Freisler, famoso por su propensión a humillar a los acusados y su forma despiadada de impartir justicia. Según reza la sentencia, la acusada “se ha situado al margen de nuestra comunidad patriótica. Ha perdido el honor para siempre y por lo tanto es condenada a muerte”.

Resistir al nazismo

Con la mayor parte de la oposición política asesinada, encarcelad­a o en el exilio, la poca resistenci­a interna que hubo al nazismo llegó, fundamenta­lmente, desde dos ámbitos: la Iglesia y el Ejército. A partir de 1937, con la creación del Ministerio de Asuntos Religiosos, los nazis empezaron a hostigar a las organizaci­ones cristianas, especialme­nte a las católicas, tradiciona­lmente menos inclinadas hacia el nacionalis­mo que las protestant­es y mucho más incontrola­bles, al depender de Roma. Estas, alarmadas por la difusión de la ideología neopagana de los nazis en las escuelas, el cierre de conventos y monasterio­s y la política eugenésica del gobierno (esteriliza­ción forzada y eutanasia de enfermos en nombre de la higiene racial), reaccionar­on elevando protestas públicas. Quien más alzó la voz fue el obispo de Münster, Clemens von Galen, convirtién­dose rápidament­e en un símbolo de la oposición cristiana a Hitler. Fueron precisamen­te la actitud desafiante de este obispo y su integridad moral

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Roland Freisler,

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