“El Anacreonte de la guillotina”
Instigador del episodio de Saint-denis, el florido y sanguinario orador Bertrand Barère murió en paz en su pueblo
El Terror devoró a sus impulsores. Danton, Robespierre, Saint-just o Couthon perdieron la cabeza en la misma máquina que Luis XVI, María Antonieta y tantos otros contrarrevolucionarios. Pero hubo quien toreó ese destino pese a sus crímenes. Sucedió con Bertrand Barère, el portavoz del Comité de Salvación Pública, que solicitó a la Convención Nacional el arrasamiento del panteón real en Saint-denis.
Sus pomposas elocuciones
le habían granjeado el apodo de “el Anacreonte de la guillotina” por conducir gente al patíbulo. Esta locuacidad había resonado, por ejemplo, en enero de 1793 para pedir la cabeza de Luis XVI. Barère fue el presidente del juicio que acabó con el rey guillotinado.
Meses más tarde, en julio, leyó ante la Convención un prolijo discurso de los suyos. Declaró que, para celebrar el primer aniversario de la toma de las Tullerías, había que “destruir los fastuosos mausoleos que están en Saint-denis”. Clamó sin ambages que “la poderosa mano de la República debe borrar despiadadamente estos magníficos epitafios y demoler estos mausoleos que traen consigo espantosos recuerdos de reyes”.
El resultado de esa moción fue lo perpetrado en el histórico panteón regio. Sin embargo, este aliado incondicional de Robespierre fue amnistiado por Napoleón y murió plácidamente en 1841, con 85 años, mientras ejercía un cargo público en su soleado pueblo natal de Tarbes.