La capital que no pudo ser
El gobierno despilfarró millones en un proyecto que no llegó a materializarse
A principios de
la década de los sesenta, Papa Doc, imbuido de sus sueños de grandeza, concibió una nueva capital, Duvalierville (arriba, la comuna de Cabaret), con una arquitectura moderna e innovadora para sustituir a Puerto Príncipe. Siguiendo el ejemplo de Brasilia, los arquitectos proyectaron una serie de edificios susceptibles de atraer, por su originalidad, a un amplio número de visitantes.
Nuestro hombre en Haití
El gobierno de EE. UU. trataba a Duvalier con la máxima consideración, sin hacer mayores esfuerzos por sacar al país de la pobreza. Para sus vecinos del norte, constituía una gran ventaja mantener la amistad de una isla próxima a Cuba, en la que el comunismo no tenía nada que hacer. El régimen haitiano no permitía a nadie mostrar sus simpatías marxistas ni mantener contactos con La Habana. En 1964, Papa Doc cambió la Constitución –todos los miembros del Parlamento estuvieron de acuerdo: él los había puesto ahí– y se proclamó presidente vitalicio. La dureza del régimen aumentó de forma dramática, tal como expone Vicente Romero en su libro Tierra de
El proyecto resultaba
interesante, pero no había recursos suficientes para ponerlo en práctica. Cuando comenzaron las obras, anunciadas pomposamente por la propaganda, las ambiciones personales agitaron la especulación del suelo, lo que, unido a las supersticiones del vudú y a la confusión política imperante, hizo que el plan no pasara de ser eso, un sueño del dictador.
zombis, donde relata la ejecución pública de dieciséis opositores. Duvalier invitó a ese macabro acto, frente al Palacio Presidencial, al cuerpo diplomático, al gobierno en pleno, a los presidentes de las instituciones del Estado, a los alcaldes y a otras personalidades de la vida pública. Cuando sus invitados estaban ya acomodados y los condenados en fila, Duvalier, ataviado con un frac negro, cargado de condecoraciones y tocado con un sombrero negro de copa, hizo acto de presencia. Tras escuchar el himno nacional, el pelotón recibió la orden de disparar, y así, uno a uno, fueron cayendo los dieciséis reos (según algunas versiones, el propio presidente sacó su pistola y disparó a los dos
cabecillas). Cuando concluyó la ceremonia, se recogieron los cadáveres, salvo el del considerado jefe del grupo rebelde, a quien Duvalier mandó llevar al aeropuerto y colgarlo en un lugar visible, donde permaneció cinco días.
No fue ese el único ajusticiamiento público. A otro, por ejemplo, el presidente ordenó llevar a los niños de las escuelas, muchos de los cuales no han podido borrar de su memoria aquel espectáculo.
Los conflictos con Trujillo
Las relaciones de Duvalier con el igualmente cruel Rafael Leónidas Trujillo, presidente de la República Dominicana –la otra mitad de la isla de La Española–, fueron muy tensas. Haití era un país más