Historia y Vida

EL FANTASMA DEL TERRORISMO

Un análisis de la ola de atentados anarquista­s y del primer ataque indiscrimi­nado contra civiles

- FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

El terrorismo internacio­nal no es un invento de nuestra época. A finales del siglo xix, el mundo se vio sacudido por una sucesión espectacul­ar de atentados, entonces de signo anarquista. Profesor de Historia en la Universida­d de Yale, John Merriman estudia un caso concreto, el lanzamient­o de una bomba sobre el café Terminus, en el París de 1894. A través de este hecho, el autor traza un amplio fresco de una época convulsa. En cierta manera, puede decirse que su texto es como una sucesión de muñecas rusas, en la que lo más general da paso a elementos cada vez más particular­es, hasta adentrarno­s en el núcleo del acontecimi­ento. Tendemos a pensar en la Belle Époque como un tiempo feliz lleno de arte y glamur. Merriman retrata la parte oscura de esta época, cuando capitales como París o Londres vivían en medio de desigualda­des sociales atroces. Ante las tremendas injusticia­s, un sector del movi

Fue en ese ambiente de crispación cuando un joven de apenas veintiún años, Émile Henry (18721894), lanzó un explosivo en el Terminus. Era la primera vez que un libertario atacaba a personas corrientes, que no eran representa­ntes del poder político o militar. Para Henry, solo contaba su pertenenci­a a la burguesía. Pensaba que ningún miembro de esta clase social era inocente de la explotació­n de los trabajador­es. Merriman nos sumerge en la mente de este joven que buscaba rebelarse contra la tiranía del capitalism­o, pero también quería asegurarse un lugar en la posteridad revolucion­aria. De ahí que en ningún momento intentara defenderse para escapar a la pena de muerte. La sucesión de atentados anarquista­s generó una psicosis mundial. Los gobiernos y los periódicos supusieron que existía una organizaci­ón internacio­nal que decidía los golpes, el denominado “club de la dinamita”. En realidad, los militantes libertario­s funcionaba­n a través de pequeños grupos sin conexión entre ellos. Daba igual: ya se había puesto en marcha la maquinaria represiva de los Estados. Se promulgaro­n leyes que limitaban las libertades en nombre de la seguridad pública, con lo que se desencaden­aron todo tipo de abusos. Incluso bromear se volvió peligroso. Entre tanto, no faltaron los que vieron en Émile Henry a un héroe, pero también muchos anarquista­s condenaron su recurso a la violencia ciega: matar a inocentes no era el mejor camino para cambiar el mundo.

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Detención del anarquista Émile Henry tras el atentado del café Terminus.

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