EL FANTASMA DEL TERRORISMO
Un análisis de la ola de atentados anarquistas y del primer ataque indiscriminado contra civiles
El terrorismo internacional no es un invento de nuestra época. A finales del siglo xix, el mundo se vio sacudido por una sucesión espectacular de atentados, entonces de signo anarquista. Profesor de Historia en la Universidad de Yale, John Merriman estudia un caso concreto, el lanzamiento de una bomba sobre el café Terminus, en el París de 1894. A través de este hecho, el autor traza un amplio fresco de una época convulsa. En cierta manera, puede decirse que su texto es como una sucesión de muñecas rusas, en la que lo más general da paso a elementos cada vez más particulares, hasta adentrarnos en el núcleo del acontecimiento. Tendemos a pensar en la Belle Époque como un tiempo feliz lleno de arte y glamur. Merriman retrata la parte oscura de esta época, cuando capitales como París o Londres vivían en medio de desigualdades sociales atroces. Ante las tremendas injusticias, un sector del movi
Fue en ese ambiente de crispación cuando un joven de apenas veintiún años, Émile Henry (18721894), lanzó un explosivo en el Terminus. Era la primera vez que un libertario atacaba a personas corrientes, que no eran representantes del poder político o militar. Para Henry, solo contaba su pertenencia a la burguesía. Pensaba que ningún miembro de esta clase social era inocente de la explotación de los trabajadores. Merriman nos sumerge en la mente de este joven que buscaba rebelarse contra la tiranía del capitalismo, pero también quería asegurarse un lugar en la posteridad revolucionaria. De ahí que en ningún momento intentara defenderse para escapar a la pena de muerte. La sucesión de atentados anarquistas generó una psicosis mundial. Los gobiernos y los periódicos supusieron que existía una organización internacional que decidía los golpes, el denominado “club de la dinamita”. En realidad, los militantes libertarios funcionaban a través de pequeños grupos sin conexión entre ellos. Daba igual: ya se había puesto en marcha la maquinaria represiva de los Estados. Se promulgaron leyes que limitaban las libertades en nombre de la seguridad pública, con lo que se desencadenaron todo tipo de abusos. Incluso bromear se volvió peligroso. Entre tanto, no faltaron los que vieron en Émile Henry a un héroe, pero también muchos anarquistas condenaron su recurso a la violencia ciega: matar a inocentes no era el mejor camino para cambiar el mundo.