Cinco excavaciones críticas
Además de Troya, Schliemann trabajó en otros yacimientos
Tesalónica
Estambul
Hisarlik ke y John Marten Cripps y del periodista y geólogo escocés Charles Maclaren. Además de los testimonios numismáticos y topográficos aportados por esos tres intelectuales, un ingeniero, John Brunton, tanteó la elevación década y media antes que Schliemann, eso sí, sin mayores resultados. Y un funcionario anglomaltés, Frank Calvert, descubrió en ella un templo helenístico consagrado a Atenea en el lustro previo a la cata del alemán. De hecho, fue Calvert quien trató de convencer al director del Museo Británico para hurgar en Hisarlik en pos de Troya –un proyecto malogrado por falta de financiación– y quien orientó hacia ese lugar al admirador de la Ilíada para que pudiera coronar su sueño.
Multado por expolio
El revisionismo tampoco perdona a Schliemann su manera de sacar el Tesoro de Príamo de tierras turcas, un acto que fue considerado como un claro expolio y un ejemplo de tráfico ilegal de bienes culturales. Consistente en unas diez mil piezas históricas de oro, el descubridor dio la mayoría a su joven esposa. La idea era que camuflara una parte entre sus joyas y saliera del Imperio otomano en el primer medio de locomoción que pudiese. Así lo hizo Sophia Engastromenos, pero las autoridades locales no se dejaron engañar. No del todo. La mujer logró escapar a Europa, pero Estambul cerró la excavación anatolia, multó al marido y, además, lo conminó a entregar las piezas restantes en su poder. Esto explica que en 1876 Schliemann se hallase en Grecia, dedicado a Micenas, donde no le fue mal. Encontró la llamada máscara de Agamenón, otros valiosos objetos y numerosos sepulcros, antes de que, por fin, años después y previo pago de una penalización, se le permitiese regresar al yacimiento troyano.
Esta vez le acompañaría, desde 1882, el arqueólogo Wilhelm Dörpfeld, continuador de las obras in situ, que no solo evitó nuevas excentricidades de Schliemann, sino que corrigió sus errores de datación, algunos de bulto. Troya II, por ejemplo, de donde había emergido el Tesoro de Príamo, era un milenio anterior a la época de la guerra que habría enfrentado a Aquiles y Héctor. El enclave homérico
En la pág. anterior, unas columnas de la antigua ciudad de Troya, en Hisarlik, Turquía, y el arqueólogo a quien se atribuye su hallazgo, Heinrich Schliemann.
La arqueología tiene una deuda inestimable con Schliemann
resultó ser Troya IV, que, tras la muerte de Schliemann en 1890, volvió a rectificarse, pues Dörpfeld dio con dos estadios de ocupación más. Después de nuevos cálculos, hoy se estima que el nivel legendario de la ciudad es el VI o el VII, siendo el I del Bronce antiguo, y el X, bizantino.
Grande pese a sus errores
La arqueología tiene una deuda inestimable con Heinrich Schliemann, pese a las sombras que proyecta su figura. Sus descuidos técnicos, confusiones, inobservancias legales, carencias académicas y otros defectos, algunos más achacables a la época que al hombre, se empequeñecen al contrastarlos con sus contribuciones a las ciencias históricas. El inquieto emprendedor revalorizó las fuentes literarias como brújulas para localizar sitios ancestrales. Abrió un nuevo campo a los estudios clasicistas, al mostrar la relevancia de las raíces protoculturales, y fue el primero en ensayar excavaciones estratigráficas, lo que sentó escuela entre los investigadores de su país, el Reino Unido, Francia, EE. UU. y la propia Grecia. Tan importante como su rol precursor, en estos y otros aspectos, sus descubrimientos y su personalidad dieron a su disciplina un impulso divulgativo de tal potencia que la hicieron familiar al público general, además de inspirar, hasta hoy, a generaciones enteras de colegas. Sin el ejemplo de su romántica búsqueda de Troya, no se entiende al explorador de Tartessos Adolf Schulten, que persiguió Numancia solo con textos de Apiano y un viejo mapa en la mochila. Incluso el influyente egiptólogo británico Petrie tomó buena nota de su par germánico en la época, finales del siglo xix, en que estaba naciendo la arqueología moderna. De ahí que se considere a Schliemann el padre de esta, pese a todos sus fallos, en esos tiempos en que la ciencia y la aventura todavía podían ser sinónimos. ●