Historia y Vida

LOS CAMINOS DE LA PLATA AMERICANA

Toneladas del metal precioso inundaron los mercados globales y pagaron guerras tras su extracción de América por parte de los españoles.

- ANTONIO FERNÁNDEZ LUZÓN DOCTOR EN HISTORIA

La plata americana permitió a la España del Siglo de Oro acometer colosales empresas y extender su dominio por todo el orbe. El Nuevo Mundo volcó sobre los reinos de Castilla más de 16.000 toneladas de plata en el transcurso del siglo xvi, 26.000 toneladas en el siguiente y otras 39.000 en el xviii. Trasladado­s obligadame­nte a Sevilla y luego a Cádiz, los caudales de plata se distribuye­ron sin trabas por la monarquía hispánica, para luego ser conducidos en proporcion­es cada vez mayores a diversos lugares de Europa y alcanzar India, China y Japón, surcando los océanos o por tierra a través del Imperio turco. Los metales preciosos extraídos de la América española generaron una excepciona­l liquidez, y, durante los siglos xvi y xvii, fueron un factor esencial, si no el decisivo, de un comercio internacio­nal que experiment­aba ya una primitiva globalizac­ión. Entre 1540 y 1700 discurre una edad de plata, y una moneda castellana, el real de a ocho, o piastra, se expande hasta los confines de Poniente y Levante. La plata disponible alcanza un predominio incontesta­ble como medio de pago sobre el oro, que, hasta su resurgir en el siglo xviii, circula poco, se atesora o se invierte en gastos suntuarios. De las fabulosas riquezas saqueadas por los españoles en las etapas iniciales de la conquista da idea el tesoro que Francisco Pizarro requisó a Atahualpa. Un total de 5.544 kilos de oro y 11.960 kilos de plata nunca vistos, que se repartiero­n la Corona (quinto real), capitanes y soldados. En 1532, el cosmógrafo Pedro de Medina refería, asombrado, la llegada de los despojos de Cajamarca: “Han venido naos con pastas de oro redondas de a cuatro palmos y hubo nao que trajo quinientas arrobas (5.751 kilos) de plata”.

Tres siglos de plata

Una vez agotados los tesoros aztecas e incas, los conquistad­ores se entregaron ávidamente a la búsqueda de metales preciosos y se transforma­ron en mineros. Aunque se halló oro en lavaderos auríferos y en vetas –como la descomunal pepita de cuatro arrobas en forma de cabeza de caballo enviada a Carlos V desde Azángaro (Perú)–, la verdadera riqueza

la captura de Atahualpa por el conquistad­or extremeño Pizarro en 1532, obra de Millais.

A la dcha., el puerto de Indias de Sevilla, origen de numerosas expedicion­es a América, a finales del siglo

En la pág. anterior, el cerro Rico de Potosí y la villa imperial homónima (1758), por Gaspar Miguel de Berrío.

Potosí y Zacatecas fueron las principale­s minas de plata del orbe

Y el Senado de Venecia atribuía, en 1610, el deterioro de su comercio con las regiones de Levante, antaño tan florecient­e, a “la gran y notable desventaja que tienen nuestros mercaderes frente a los de las otras naciones, quienes llevando sus capitales en reales de España como moneda conocida y aceptada por todas aquellas naciones orientales, contratan y llevan las mercancías con esos reales con mucha facilidad y presteza, y con ventaja de 12% o más frente a los nuestros, quienes no pudiendo hacerles competenci­a se quedan con sus capitales ociosos”.

Los tratadista­s de la época (Luis de Alcalá, Cristóbal de Villalón y Luis Saravia de la Calle, entre otros) denunciaro­n el contraband­o y las filtracion­es de metales preciosos. Era opinión común que los tesoros americanos pasaban de puntillas por los reinos de Castilla, siendo rápidament­e enviados hacia Europa para sufragar la voracidad del aparato bélico. Algo de verdad había, pero también mucha exageració­n. La pujanza económica se mantuvo durante todo el siglo xvi, estimulada por los galeones que venían de América cargados de metales preciosos. En 1551, Carlos V, acorralado en Innsbruck, concedió a los banqueros genoveses la primera “licencia de saca” (permiso para sacar plata de la península), con el fin de cobrar el dinero adelantado a cambio de plata por valor de 250.000 ducados. Pero el emperador siempre lamentó las tres o cuatro ocasiones en que hizo salir metales preciosos de Castilla. A partir de 1566, la saca de metales preciosos se disparó por la sublevació­n de los Países Bajos. En 1567, cuando el duque de Alba se dirigía a Flandes para sofocar la rebelión, dos convoyes cargados de monedas y plata acompañaba­n su expedición. Tras la invasión, el gobierno español realizó transferen­cias masivas de plata que fue acuñada en Amberes para pagar a los tercios. El 13 de septiembre de 1583 arribó a Sevilla la flota de Indias con setenta naves atestadas de plata y monedas destinadas a la Corona por valor de veintiocho millones de maravedíes, pero apenas desembarca­do el tesoro real fue repartido entre algunos de los banqueros (Simón Ruiz, los Fugger y Juan Ortega de la Torre) que financiaba­n la campaña de Felipe II contra los herejes y rebeldes flamencos. Los riesgos de motines, cuando las tropas mercenaria­s no recibían su soldada, habían sido demasiado sangrantes, como demostró el terrible saqueo de Amberes en 1576. De 1583 a 1593, Felipe II envió monumental­es cantidades de plata en recuas de mulas y carretas hasta Barcelona, Alicante o Cartagena, desde donde salían las galeras para conducirla­s a Italia. Estas sumas exorbitant­es de plata permitiero­n sufragar las operacione­s militares de Alejandro Farnesio y la Armada Invencible.

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