Así pasó el tabaco al Viejo Mundo
Sus usos medicinales tardaron siglos en ser descartados
La palabra “tabaco”
es el resultado de adaptar, a oídos españoles, los términos twaka, tako y toaka, propios de los indígenas de la región del Darién, en el actual Panamá, y de tierras más septentrionales. Estas palabras designaban una sustancia que los indígenas ya utilizaban antes de 1492, aunque no lo hacían por placer. La fumaban con carácter ceremonial en hojas secas y enrolladas (arriba, su representación en la Historia general de las cosas de Nueva España, de fray Bernardino
taba por debajo, a nivel moral e intelectual, del Viejo Continente. Los humanistas seculares, por el contrario, sí dieron por sentada la inferioridad de los indígenas. ¿Por qué esta diferencia? Parece razonable pensar que la raíz de estos planteamientos tan opuestos era de raíz teológica y filosófica. Los sacerdotes y los frailes creían que cualquier persona, al descender de Adán, podía recibir el mensaje
de Sahagún). Un ejemplo de este uso lo encontramos entre los mayas, que utilizaban el tabaco durante la adoración al dios solar. Los indios, por otra parte, también le atribuían efectos benéficos para la salud. Enseñarían estas supuestas cualidades a los conquistadores, inmersos en una tierra extraña en la que carecían de medicamentos.
En el siglo
“tabaco” podía ser tanto la planta como sus hojas secas o los artefactos destinados a inhalar el humo. Con el tiempo, tal como
de Jesucristo. Los autores laicos tendían a guiarse más por una lógica del beneficio. La población india era para ellos, básicamente, mano de obra barata.
Un nuevo mundo biológico
En el campo de la botánica, los españoles hallaron multitud de especies desconocidas, muchas de ellas beneficiosas para la salud. Nicolás Monardes escribió al explica el historiador Guillermo Céspedes del Castillo, el vocablo adquirió un significado más restringido y sustituyó a expresiones como “hierba santa” o “panacea antártica”.
Los españoles empezaron
a cultivar el tabaco en la isla de Santo Domingo, hacia 1530. Desde ahí, el cultivo se propagaría por todo el mundo. En Francia, el primero en introducirlo fue el diplomático Jean Nicot, que daría nombre a la nicotina. La nueva planta tuvo enseguida éxito entre gentes de todas las clases sociales. Sus virtudes curativas se daban por supuestas. Juan Fragoso, médico de Felipe II, afirmaba que sin el tabaco muchos conquistadores habrían muerto.
La nueva medicina
empezó a utilizarse de una forma tan indiscriminada que pronto suscitó rechazo. A nivel social, por los hábitos compulsivos de los consumidores, obsesionados con un hábito que podía resultar molesto para otras personas, entre otros motivos por la tos que provocaba. Además, los efectos medicinales del tabaco empezaron a verse cuestionados. A finales del siglo xvi, algunas voces ya clamaban contra sus consecuencias perjudiciales. A partir de entonces, las publicaciones contra su utilización se multiplicaron. En España, Francisco de Leiva y Aguilar publica, en 1634, Desengaño contra el mal uso del tabaco, donde previene contra una sustancia opuesta tanto a las buenas costumbres como a la salud. No obstante, habrá que esperar al siglo xix para que su empleo medicinal desaparezca de Europa.
respecto un importante estudio, Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, que apareció en tres volúmenes entre 1565 y 1574. La excelente acogida que recibió demuestra que ejerció una gran influencia. Enseguida se tradujo al latín, la lengua internacional del momento, y también al inglés. Monardes nunca viajó a América, al menos que se sepa, pero sí habló con gente
Sumario de la Historia Natural de las Indias, en 1526.
Sin el Descubrimiento, los avances posteriores hubieran sido imposibles
que estuvo allí. En Sevilla, la ciudad donde vivía, organizó un museo de objetos naturales y un jardín que dedicó al cultivo de plantas traídas desde el Nuevo Mundo. En su obra utilizó veinte términos indígenas para designar otros tantos productos novedosos, entre ellos, el maíz, la yuca o la batata. También mencionó la coca y el tabaco, dos sustancias que los indios, según su libro, mezclaban “cuando se quieren emborrachar, o estar algo fuera de juicio”. Entre las iniciativas científicas pioneras destaca la expedición de Francisco Hernández (1517-1587), físico y naturalista, que partió a México por encargo de Felipe II. Entre 1571 y 1577, se dedicó a cumplir las instrucciones del monarca, que le había ordenado que tomara buena nota de “todas las yerbas, árboles y plantas medicinales que hubiere en la provincia donde os halláredes”. Esta fue, como apuntan José Manuel Sánchez Ron y otros historiadores, “la primera expedición científica moderna”.
La zoología también se vio inmersa en una dinámica revolucionaria. Como señala Sánchez Ron, gran experto en historia de la ciencia, “el saber acerca de los seres vivos que se observaban a simple vista experimentó una importante transformación como consecuencia del descubrimiento de América”. Ya en 1526, Gonzalo Fernández de Oviedo descubría muchas especies animales desconocidas, algunas tan curiosas como el oso hormiguero o el pájaro bobo, este último denominado así en razón de su corta inteligencia: “Estas aves ven los navíos, se vienen a ellos y, cansados de volar, se sientan en las entenas y árboles o gavias de la nao, y son tan bobos y esperan tanto que fácilmente los toman a manos”. La posteridad, sin embargo, no iba a valorar estos y otros hallazgos. España pasó a la historia como un país oscurantista que vivía de espaldas al conocimiento. La revolución científica tenía lugar en otros países, de la mano de eminencias como Galileo, Descartes y Newton. Pero esta visión es pesimista en exceso. Sin las novedades que se introdujeron tras el descubrimiento de América, muchos de los progresos que se efectuaron durante los siglos siguientes nunca hubieran llegado a materializarse. El gran botánico Carlos Linneo, en el siglo xviii, tuvo en cuenta, por ejemplo, la gran aportación de Francisco Hernández. Es cierto que una parte de la ciencia hispana no tuvo la repercusión internacional que merecía porque valiosas investigaciones quedaron sin publicar. Aun así, otras obras sí llegaron a la imprenta y acabaron traducidas a diversos idiomas. ●