La memoria selectiva
Hace poco más de un año, la escritora y premio nobel bielorrusa Svetlana Aleksiévich abordaba el fenómeno en una entrevista: “Me sorprendí viajando por Bielorrusia [antigua república soviética] descubriendo lo importante que sigue siendo Stalin para la población”. La recuperación del mandatario soviético de la que hablaba Aleksiévich viene avalada por las encuestas. Según estudios recientes, más de la mitad de la población rusa actual tiene una buena opinión sobre el “hombre de acero”. Unos reivindican la figura de Stalin como el estadista que convirtió a la Unión Soviética en una superpotencia.
Otros le consideran el gran estratega militar que consiguió derrotar al fascismo en la Gran Guerra
Patriótica, como se conoce en Rusia la Segunda
Guerra Mundial. Pero ¿está justificada esta nostalgia desde un punto de vista histórico?
Astuto, metódico y con una extraordinaria capacidad organizativa, Stalin era también un hombre desconfiado, intolerante y enormemente vengativo. Para la realización de sus planes, no tuvo escrúpulos en eliminar personas, instituciones o cualquier otro elemento que creyese conveniente. Su
“milagro económico” maquilló las hambrunas que se desencadenaron en territorios como Ucrania, mientras que sus logros bélicos comportaron unas pérdidas humanas descomunales entre sus compatriotas. Por no hablar de sus terrible purgas. Su sucesor, Jruschov, puso al descubierto los crímenes de la era estalinista. No obstante, treinta años después de la disolución de la URSS, aflora una añoranza del padrecito Stalin. Aquel dictador implacable logró consolidar un régimen, el socialista, percibido por algunos como más estable, seguro e igualitario que el actual capitalismo, del que se sienten desencantados. La memoria, una vez más, se demuestra selectiva. ●