Junto al gran hombre
Un explorador como Belzoni
encontró a la compañera perfecta en la inglesa Sarah Banne, con la que se casaría en 1813, apenas un año después de haberse conocido. Si es poco lo que se conoce de la vida de Belzoni antes de su llegada a Egipto, menos todavía sabemos de su esposa, nacida en 1783.
Se trató de una mujer tan
amante de los viajes como su marido, a quien no solo acompañó de gira por Inglaterra, sino también a Egipto. Allí, cuando Sarah no estaba con Belzoni, la pareja pasaba bastante tiempo separada. En esas ocasiones, la viajera se dedicaba a estudiar los hábitos de las mujeres árabes, y con un grupo de ellas llegó a compartir una vivienda en Luxor. Prueba del coraje de Sarah es el viaje que, en 1818, realizó en solitario a Tierra Santa, donde no le faltaron aventuras.
Todos esos sucesos los
cuenta en un apéndice al libro de su esposo, que tituló “El pequeño relato de la Sra. Belzoni sobre las mujeres de Egipto, Nubia y Siria”. Tras su regreso a Inglaterra y el fallecimiento de Belzoni, publicó los dibujos de su esposo de los templos egipcios, en 1825, y sobrevivió gracias a una pensión que le consiguieron sus admiradores. Murió, casi nonagenaria, el 12 de enero de 1870.
¿dónde se encontraba la entrada a la segunda de las pirámides?
El misterio de Kefrén
La pirámide de Keops (Khufu) ya era de visita obligada para los turistas desde la época grecorromana, y, tras la apertura de un túnel por parte del califa Al Mamún, de nuevo lo fue a partir del año 800 d. C. No sucedía lo mismo con la pirámide de Kefrén (Khafra), a cuyo interior no era posible acceder a principios del siglo xix
y que se convirtió en uno de los puntos de interés de la “arqueología” de la época. Los sabios franceses de Napoleón no lo consiguieron, y tampoco Salt ni Drovetti. Belzoni llegó a El Cairo a finales de diciembre de 1816, y, tras despertarse su interés por la cuestión, el 2 de marzo de 1817 consiguió su propósito, aplicando de nuevo el método “arqueológico”. Dispuesto a desentrañar el misterio, en vez de excavar aquí y allá a ver si la suerte le sonreía, Belzoni utilizó como elemento de estudio la pirámide que ya estaba abierta. En ella comprobó que, en el punto de la cara norte donde estaba la entrada, en la pirámide de Kefrén se podía apreciar un peculiar amontonamiento de rocalla y arena, que le hizo pensar que quizá allí se encontraba la entrada. Durante varios días sus obreros excavaron sin éxito. No obstante, convencido de su razonamiento, Belzoni estudió la entrada de Keops con más detalle y comprobó que, en realidad, no estaba en el centro, sino desviada hacia el este unos cuantos metros. Un desvío que aplicó a su punto de excavación en Kefrén, donde, a los pocos días, encontró la entrada, por la que pudo descender hasta la cámara funeraria. Allí, un grafito de época árabe le informó de que no era el primero en hollarla, pero eso no le impidió añadir su firma a la pared: “Scoperta da G. Belzoni. 2 de mar. 1818”.
Antes de abandonar definitivamente Egipto, en 1818, Belzoni descubrió las ruinas de Berenice, a orillas del mar Rojo, y en 1819 visitó el oasis de Bahariya, que identificó, erróneamente, con el de Júpiter Amnón. Después regresó a Inglaterra con
Inscripción
Sarah, escribió un libro contando sus tribulaciones en Egipto y organizó una exposición con copias de la decoración de Seti I. Inquieto como era, un explorador nato, en 1823 organizó una expedición al corazón de África para visitar Tombuctú; desgraciadamente, un ataque de disentería acabó con su vida en Benín antes de completar su periplo. ●
En 1823 organizó una expedición al corazón de África