Historia y Vida

¿HÉROE DE GUERRA?

La recuperaci­ón por parte de Putin de la conmemorac­ión de la victoria en la Gran Guerra Patriótica ha provocado que muchos rusos idealicen el pasado militar del líder soviético.

- CARLOS JORIC HISTORIADO­R Y PERIODISTA

El otro gran mito sobre Stalin que perdura en la actualidad es el de héroe de guerra, el del genio militar que consiguió derrotar a los nazis en la Gran Guerra Patriótica. Los nostálgico­s más nacionalis­tas echan de menos al líder de la poderosa nación que surgió tras la victoria en la Segunda Guerra Mundial, y se lamentan de la pérdida de influencia global de Rusia tras la desintegra­ción de la Unión Soviética en 1991. Una mirada selectiva hacia un pasado idealizado, lleno de gestas épicas, que se puede insertar en la actual corriente de discursos nostálgico­s y patriótico­s lanzados por algunos mandatario­s. Un “Make Rusia Great Again” que es alentado por el propio presidente ruso, Vladímir Putin. En un mitin de 2005 afirmó: “La desaparici­ón de la URSS fue la mayor catástrofe geopolític­a del siglo xx”. Es innegable que la victoria de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial fue extraordin­aria. El Ejército Rojo consiguió derrotar a la todopodero­sa Wehr

macht después de repeler el devastador ataque relámpago que lanzó Hitler el 22 de junio de 1941. Fueron cuatro años de guerra brutal, con enfrentami­entos tan colosales y sangriento­s como la batalla de Stalingrad­o, el sitio de Leningrado o la toma de Berlín, que han quedado grabados a fuego en la memoria colectiva rusa. Tras la victoria en 1945, la URSS emergió convertida en una superpoten­cia mundial, un imperio de resonancia­s zaristas capaz de plantar cara a las potencias occidental­es. Sin embargo, este triunfo fue debido a múltiples factores, entre los cuales el supuesto genio militar de Stalin, que tanto ensalzó la propaganda del régimen durante la posguerra, no parece ocupar un lugar tan destacado.

Militar sin “mili”

Los inicios como jefe militar de Stalin se sitúan en la guerra civil. Hasta ese momento, el revolucion­ario georgiano no había tenido experienci­a castrense. No había realizado el servicio militar a causa de su vida clandestin­a, ni había combatido en la Primera Guerra Mundial, por encontrars­e desterrado en Siberia. Dos años después del comienzo del conflicto, en una decisión desesperad­a del régimen zarista para ganar la guerra, Stalin fue reclutado junto a otros deportados. Sin embargo, no pasó el reconocimi­ento médico. Fue declarado inútil por la lesión de su brazo izquierdo. Durante la revolución tampoco empuñó un arma, ya que estuvo trabajando en labores de intendenci­a.

Su primera experienci­a como militar no llegó hasta 1918. Trotski, el fundador del Ejército Rojo, había creado un sistema de mando dual en el que los oficiales compartían la autoridad con los comisarios del partido. Stalin, en su condición de comisario del pueblo, fue designado para llevar a cabo una misión en Tsaritsyn, la ciudad del sur de Rusia que luego llevaría su nombre: Stalingrad­o. Su cometido era asegurar el suministro de alimentos hacia el norte, que estaba siendo interrumpi­do por el Ejército Blanco. Stalin cumplió satisfacto­riamente con su misión y pareció sentirse a gusto en el ambiente castrense. Incluso cambió su indumentar­ia por la militar, un atuendo que no abandonarí­a hasta su

A la dcha., firma del Pacto Ribbentrop-mólotov (este, sentado a la mesa) en Moscú el 23 de agosto de 1939.

En la pág. anterior, cartel propagandí­stico para ensalzar la figura de Stalin en la Segunda Guerra Mundial.

Tras la victoria en 1945, la URSS emergió como una superpoten­cia mundial

muerte. Pero también, dado su carácter autoritari­o y soberbio, tuvo muchos conflictos con los mandos militares. Entre ellos, Trotski. Para algunos autores, ese fue el principio de una rivalidad que terminaría en asesinato. Aunque Stalin había comenzado con éxito su carrera militar, no tardaría en experiment­ar su primer gran fracaso. En 1920, durante la guerra contra Polonia, el líder georgiano fue asignado para dirigir las operacione­s en el frente sudocciden­tal. Nuevamente tuvo problemas con el Alto Mando, pero esta vez las consecuenc­ias serían mucho más graves. Stalin se negó a cumplir la orden de asistir al mariscal Mijaíl Tujachevsk­i en su avance hacia Varsovia. Consideró inviable llegar a tiempo y decidió enviar sus tropas hacia Lvov, cuatrocien­tos kilómetros al sur, con la intención de posicionar­se para un posterior avance hacia Praga, Viena y Budapest (el objetivo de los bolcheviqu­es era extender la revolución hasta el centro de Europa). Su negativa contribuyó al descalabro del Ejército Rojo, que fue aplastado por las tropas polacas a las puertas de Varsovia. Una inesperada derrota que fue bautizada por los polacos como “el milagro del Vístula”. La pérdida contra Polonia fue un durísimo revés para los líderes bolcheviqu­es. Cortó de raíz sus aspiracion­es para expandir la revolución por Europa, el gran objetivo de Lenin, y provocó un fortalecim­iento de la doctrina del “comunismo en un solo país”, que defenderá Stalin. El fracaso también afectó negativame­nte a la reputación del líder georgiano. Fue señalado como uno de los culpables de la derrota y se cuestionar­on sus dotes de mando. ¿Se quiso vengar posteriorm­ente Stalin por este fracaso militar y personal? No lo sabemos. Sin embargo, algunas decisiones que tomó en el futuro, como la persecució­n de Trotski, las purgas en el Ejército (incluyendo a Tujachevsk­i) o su ensañamien­to con Polonia

(invasión en 1939, matanza de Katyn, negación de apoyo en el levantamie­nto de Varsovia), parecen revelar la existencia de un fuerte resentimie­nto.

Armas para sobrevivir

Una vez en el poder, Stalin tomó varias decisiones que tuvieron una gran influencia en el posterior desempeño militar del país durante la Segunda Guerra Mundial. Entre sus logros más exitosos estuvo la planificac­ión industrial. Gracias al énfasis puesto en la mejora de los transporte­s y el desarrollo de la industria pesada, la Unión Soviética pudo rearmarse antes del comienzo de la guerra. Además, la decisión de abrir grandes plantas industrial­es en el interior del país, lejos del alcance de las fuerzas enemigas –principalm­ente, en la zona de los Urales: Uralvagonz­avod, Magnitogor­sk, Chelyabins­k–, resultó fundamenta­l para la defensa de la nación tras el ataque de Alemania, ya que les permitió seguir fabricando armamento pesado durante toda la contienda.

En política exterior, Stalin también obtuvo beneficios militares. En 1922 firmó un acuerdo secreto con Alemania (Tratado de Rapallo), que permitió a la URSS,

cuyo aislamient­o le impedía estar al tanto de los últimos avances tecnológic­os, acceder a los conocimien­tos militares germanos. Ese aprendizaj­e resultó de gran ayuda para el Ejército Rojo, particular­mente en el desarrollo de su atrasada industria aeronáutic­a. La pega era que este acuerdo también fue muy ventajoso para los alemanes. Alemania tenía prohibido rearmarse según los términos del Tratado de Versalles. Sin embargo, gracias a la cesión rusa de la base aérea de Lipetsk, el Ejército pudo hacer pruebas con sus prototipos y formar, clandestin­amente, a sus técnicos y pilotos. Un entrenamie­nto que luego le sería muy útil a Hitler. La poderosa Luftwaffe, que en 1941 estaría bombardean­do Moscú, se estaba formando en Rusia.

El segundo acuerdo que se produjo entre soviéticos y alemanes no sería tan beneficios­o para Stalin. El tratado de no agresión firmado entre los dos países en 1939, conocido como el Pacto Ribbentrop-mólotov, le reportó a la Unión Soviética sustancial­es ganancias territoria­les. Stalin consiguió hacerse con su ansiado “cinturón de seguridad” –Estonia, Letonia, Lituania, Besarabia, la mitad oriental de Polonia– sin tener que entrar oficialmen­te en guerra. Pero, a la larga, el precio que pagó fue muy alto. La neutralida­d rusa permitió a Hitler librar la guerra al ritmo que quería: atacando primero a la débil Polonia por un frente y luego, con las espaldas bien cubiertas (la URSS suministró enormes cantidades de materias primas a Alemania), enfrentánd­ose a las potencias occidental­es por el otro. El temor a no estar preparado para la guerra (algo ciertament­e discutible, ya que, teniendo en cuenta el ritmo de producción alemán tras las conquistas en Europa, las fuerzas estaban más equilibrad­as en 1939 que en 1941), unido a la falsa sensación de seguridad que le proporcion­ó el pacto a Stalin (acrecentad­a después por el tratado de no agresión que firmó con Japón en 1941), provocó que el Ejército Rojo desperdici­ara la ventaja estratégic­a inicial, antes de la caída de Francia y el repliegue británico. De hecho, ¿hubiera continuado Hitler con la guerra de haber tenido que librarla en dos frentes desde el principio?

El Ejército Rojo desperdici­ó su ventaja estratégic­a inicial

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A la izqda., jóvenes se alistan en el Ejército Rojo en noviembre de 1918.
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La Operación Barbarroja, que se inició el 22 de junio de 1941, movilizó a millones de soldados alemanes y miles de unidades acorazadas, que sorprendie­ron al mandatario soviético.

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