¿Fue grave la peste justiniana?
La ciencia no alberga dudas sobre el alcance de esta enfermedad, pese a la perplejidad que ha suscitado
Algunos historiadores
pusieron en duda los cálculos de Juan de Éfeso y la mortandad de la peste justiniana (arriba, Plaga en una ciudad antigua, de Michiel Sweerts). Para Michael Mccormick, del grupo investigador de la Ciencia del Pasado Humano de Harvard, esta fue una actitud característica de los eruditos: “Los estudios más antiguos minimizaron la influencia de la enfermedad en la historia, y particularmente de las pandemias, que a menudo ni siquiera se mencionan en tratados históricos de los años sesenta y setenta”.
¿Cómo determinar,
entonces, la importancia de una pandemia? La arqueogenética está dando grandes pasos en este sentido. Hasta ahora, hay diez yacimientos europeos en los que se han encontrado esqueletos de personas fallecidas por la peste bubónica de Justiniano. Seis se encuentran en Alemania (Altenerding, Aschheim, Dittenheim, Petting, Unterthürheim y Waging), si bien no existe ninguna fuente escrita acerca de peste en la Baviera del siglo vi.
El resto de los
yacimientos se distribuyen en Francia (Lunel-viel, Saint-doulchard), España (Valencia, Plaça de l’almoina) y Gran Bretaña (Edix Hill). Para sorpresa de Mccormick, que nunca lo creyó, la Yersinia pestis llegó, incluso, a las islas británicas. La evidencia histórica de su presencia en ese territorio siempre fue una cuestión polémica.
Existe la mención
de una enfermedad que se produjo en la década de 540 y que en las crónicas irlandesas se denomina “sangrado” (blefed) y la “gran mortandad en Gran Bretaña e Irlanda” en los Annales Cambriae, pero esos textos no parecían conclusivos. No obstante, las pruebas paleogenéticas demuestran, con rigor científico, el gran alcance de la pandemia en tiempos de Justiniano, y suscitan un nuevo planteamiento integral a la hora de juzgar la importancia que la enfermedad ha tenido en la historia antigua.
Estas cifras no son descabelladas. Las anomalías climáticas de los años anteriores habían reducido el suministro de alimentos, y las nubes volcánicas ocultaban la luz solar que permite sintetizar la vitamina D en la piel, algo importante para la salud y el bienestar general, con efectos positivos en el sistema inmunológico. Los habitantes de Constantinopla, y por extensión los del mundo romano, estaban debilitados y con sistemas inmunológicos agotados en vísperas de la pandemia. Si nos atenemos a un recuento de unos 250.000-300.000 fallecidos en Constantinopla durante el primer brote, en una población que se cree que era de medio millón, la tasa de mortalidad rondaría el 50 o 60%. Un valor equivalente al de la peste negra de 1347.
Más de cien años de frío
Para rematar la danza volcánica, en el año 547 hubo otra erupción; más pequeña que las anteriores, pero aun así sustancial. El abrupto enfriamiento de la época estival después de esta secuencia única de magmatismos sucesivos provocó una extraña fase de enfriamiento continental del hemisferio norte desde 536 hasta 660. Un equipo de especialistas en ciencias de la Tierra, encabezado por Ulf Büntgen, del Instituto Federal Suizo de Investigación WSL, la ha denominado “la Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía” (PEHAT), siendo un período de considerable frío para la sufrida Europa, incluso más riguroso que el de la conocida “Pequeña Edad de Hielo” (aproximadamente desde 1300 hasta 1850). Los testigos de sondeos revelan, también, que el enfriamiento brusco e inmediato del verano durante la PEHAT fue más fuerte bajo el clima continental de Asia central en comparación con Europa. No es difícil imaginar el invierno siberiano de mediados del siglo vi como una pesadilla de frío, parecida a la que experimentaron los humanos del Paleolítico superior. Teniendo en cuenta estas vicisitudes, no hay un momento peor en la historia como el que se inició con la “misteriosa nube” de 536. Vivimos en tiempos de pandemia que resultan difíciles, indudablemente. Pero esta no es, ni mucho menos, la situación más acuciante, ni tiene por qué durar tanto como aquel helador cambio climático sazonado de desastres volcánicos, malas cosechas y peste. ●
El invierno de mediados del siglo vi fue una pesadilla de frío