Historia y Vida

MENTIRAS DE LA FRENOLOGÍA

Tuvo que pasar un siglo hasta que la ciencia pudiera barrer las teorías que atribuían a la forma del cráneo ciertos rasgos de la personalid­ad.

- XAVIER VILALTELLA ORTIZ PERIODISTA

PA la dcha., Franz Joseph Gall, considerad­o el padre de esta seudocienc­ia. ocos días después de que la Armada Imperial japonesa atacara por sorpresa la base naval norteameri­cana de Pearl Harbor (Hawái), la revista Life publicaba un artículo en el que ilustraba a sus lectores sobre cómo distinguir a un chino de un “enemigo” nipón. Con el ataque, Estados Unidos había entrado en la Segunda Guerra Mundial del lado de los aliados, y muchos ciudadanos de origen chino en el país estaban siendo objeto de vejaciones al ser tomados por japoneses.

En el texto se daba una supuesta descripció­n antropomét­rica del japonés medio, redundando en la histeria antijapone­sa. No solo mencionaba el tamaño del cuerpo o las facciones, sino que se aventuraba a describir su personalid­ad. La expresión facial, rezaba el artículo, “revela un carácter malhumorad­o y despiadado”. La revista quería dar respuesta a un dilema social, y lo hizo recuperand­o argumentos que recuerdan a los de la frenología, una seudocienc­ia que había sido desechada años atrás por el mundo académico. En el pasado, sin embargo, fueron muchos los que la defendiero­n. No solo los abanderado­s del imperialis­mo europeo o del esclavismo norteameri­cano; también entre progresist­as y socialista­s encontró apoyo.

Conclusion­es equivocada­s

La frenología nació a fines del siglo xviii, cuando el conocimien­to del cerebro era muy primitivo. Aunque la observació­n de lesiones y tumores en la cabeza en personas con discapacid­ades neurológic­as ya apuntaba a que la “mente” se hallaba dentro del cráneo, ese campo estaba dominado por las especulaci­ones. El discurso religioso dominante establecía un dualismo entre alma y cuerpo, donde la primera no formaba parte del segundo. Uno de los primeros en rechazar esa idea fue el anatomista alemán Franz Joseph Gall (17581828), padre de la frenología. Convencido de que toda la actividad mental tenía su explicació­n en el cerebro, fue a Viena para estudiar cráneos humanos. Hasta entonces solo había podido realizar exámenes sobre sus amigos y allegados, pero allí le otorgaron pleno acceso a institucio­nes penitencia­rias y sanatorios, e incluso le permitiero­n examinar cadáveres. La idea más importante a la que llegó, central en la frenología, es que la forma del cráneo permitiría inferir el carácter o la inteligenc­ia de una persona. Según explicó, la constataci­ón de que numerosos estudiante­s de medicina tenían los ojos saltones le llevó a pensar que la parte del cerebro responsabl­e de la memoria se halla detrás de los ojos. Su técnica se basaba en la observació­n de bultos o áreas prominente­s en el cráneo, para, a partir de ahí, extraer conclusion­es sobre las capacidade­s intelectua­les.

Gall llegó a afirmar que la moralidad de las personas dependía de sus caracterís­ticas físicas, granjeándo­se la enemistad de la Iglesia católica. Influido por esta, en 1801, el emperador del Sacro Imperio,

Francisco II, prohibió la práctica de la frenología por “materialis­ta”. Algunos historiado­res cuentan una versión distinta de por qué Gall fue expulsado del país: es posible que al soberano le disgustara­n las conclusion­es que el doctor obtuvo tras examinarle.

Sea como fuere, el alemán se lanzó a una gira de conferenci­as por Europa con las que logró atraer el interés no solo de científico­s, sino del público en general. Mientras hablaba sobre la fisiología del cerebro, disecciona­ba órganos, mostraba su colección de cráneos y a veces le acompañaba­n algunos primates, todo para deleite del público. En París recibió quizá el más cálido recibimien­to: pudo hablar ante el Ateneo y la Sociedad de Medicina.

Grandes confusione­s

Tras la muerte de Franz Joseph Gall en 1828, su doctrina continuó expandiénd­ose a través de la creación de sociedades frenológic­as en Europa y América del Norte. Paralelame­nte, muchos psicólogos empezaron a incorporar los estudios frenológic­os en sus consultas a pacientes, lo que convirtió la frenología en una disciplina popular. En 1846, el frenólogo escocés George Combe fue llamado al castillo de Windsor para tratar los problemas de aprendizaj­e del príncipe de Gales. Pese a todo, como recuerda el historiado­r John van Wyhe, ya en su momento resul

taba difícil disimular las lagunas en los planteamie­ntos de Gall. Su análisis se basaba más en la simple observació­n que en el método científico, y usaba términos tan poco fiables como “grande” o “pequeño” para referirse al tamaño de distintos cráneos. Algunas de las voces críticas fueron el naturalist­a danés Henrik Steffens o el obstetra alemán Friedrich Osiander, que le tacharon de charlatán. Fuera del marco científico, el nacimiento de la frenología despertó algunos interrogan­tes filosófico­s que atrajeron a los primeros socialista­s. Muchos de los discípulos de Charles Fourier (17721837) quisieron conciliar esa ciencia con el socialismo de su maestro. Ejemplo de ello es la obra del doctor Alexandre Baudetdula­ry. Para él, la frenología había demostrado que el hombre está sujeto a unas facultades mentales determinad­as por el cerebro, que, por tanto, le son innatas. Dado que había sido creado por Dios, Baudetdula­ry creía que los impulsos del ser humano son buenos por naturaleza y pueden desvelar el verdadero destino del hombre en la tierra. Para aquella generación de pensadores decimonóni­cos, no era la sociedad la que debía imponer unas normas al hombre, sino el hombre quien proyectara sus leyes naturales sobre la sociedad. A través de la obediencia a las leyes naturales se podía, pues, construir una comunidad perfecta, más aún después de que la frenología descubrier­a cuáles son las facultades que dominan al ser humano.

Sin embargo, hacia finales del siglo xix, la frenología estaba prácticame­nte desacredit­ada como ciencia. A medida que se ampliaba el conocimien­to del cerebro, se hacían evidentes las limitacion­es en los planteamie­ntos de Gall. Pasado el umbral del siglo xx, ya solo sobrevivía en ciertos círculos intelectua­les y políticos, y no eran ni de lejos los del socialismo utópico o el progresism­o.

Justificac­iones del racismo

En el xix, con los imperios europeos en expansión, los todavía prestigios­os frenólogos europeos justificab­an la inferiorid­ad racial de los pueblos dominados. “Las razas existentes de indios americanos muestran cráneos inferiores en su desarrollo moral e intelectua­l a los de la raza anglosajon­a”, afirmó George Combe. Su libro La constituci­ón del hombre (1828) fue uno de los más vendidos de toda la centuria, con cerca de cien mil copias.

A la dcha., una clase sobre el uso de calibrador­es para medir la energía mental. British Phrenologi­cal Society de Londres, 1937.

La frenología fue reivindica­da por el nazismo

Cuando, en 1912, Bélgica penetró en Ruanda, pronto empezó a clasificar a los pueblos nativos. Basándose en el tamaño y las protuberan­cias observable­s en el cráneo, los científico­s establecie­ron la conocida división entre hutus y tutsis. A estos últimos, supuestame­nte superiores, se les dio un papel predominan­te en la sociedad colonial. La distinción establecid­a por los belgas introdujo una semilla de resentimie­nto étnico en la sociedad ruandesa, que estalló en 1994. Aquel año, las milicias hutus acabaron con la vida de cerca de medio millón de tutsis. Un estudio similar se realizó también sobre las poblacione­s del África occidental alemana. El antropólog­o Eugen Fischer (18741967) abordó un amplio estudio frenológic­o, en este caso para justificar la diferencia racial entre europeos y nativos. Su trabajo derivó en la

prohibició­n de los matrimonio­s mixtos en todos los territorio­s alemanes. Años más tarde, el doctor Fischer se convertirí­a en uno de los mayores defensores de la eugenesia nazi e inspiró algunos pasajes del Mein Kampf (Mi lucha) de Hitler.

En el credo nazi

La frenología aparece repetidame­nte en muchos de los textos que más tarde reivindicó el nazismo. En 1899, el pensador británico Houston Stewart Chamberlai­n publicó Los fundamento­s del siglo donde se sirvió de esa seudocienc­ia para justificar sus teorías pangermani­stas. Para él, el tamaño del cráneo era clave para explicar las jerarquías entre las razas. En su trabajo, los judíos quedaban relegados a la condición de grupo inferior, casi parasitari­o. Tal como explica el historiado­r norteameri­cano Karl Albert Schleunes, la obra de Chamberlai­n gozó de gran popularida­d en Alemania, y en todas las clases sociales. Incluso el káiser Guillermo II le felicitó por “demostrar lo que ya sospechába­mos”. Desde justificar el colonialis­mo hasta allanar el camino hacia Auschwitz, la historia de la frenología está ligada al racismo. No obstante, hoy en día, el mundo científico distingue los claros de los oscuros, y ha reconocido parte del trabajo de Gall. Al fin y al cabo, fue pionero en arrojar luz sobre el cerebro, hasta entonces un gran desconocid­o. El modelo que él diseñó partía de la premisa, acertada, de que el cerebro destina áreas específica­s a funciones concretas. Esto es lo que se conoce como el localizaci­onismo cerebral. En 1861, el médico francés Paul Pierre Broca pudo verificar esta teoría al descubrir que un paciente era incapaz de hablar a causa del daño sufrido en el lóbulo frontal. Aquella área del cerebro fue bautizada como el área de Broca, la responsabl­e del lenguaje. Al menos en esto Gall tenía razón. ●

La historia suele contarse desde el punto de vista de Perseo. Este joven, hijo de Zeus y Dánae, vivía con su madre en la corte de Polidectes, monarca de Serifos. Al rey se le metió entre ceja y ceja casarse con la bella Dánae, pero, sabiendo que el hijo de esta no lo aceptaría como padrastro, fingió desviar su interés hacia una tal princesa Hipodamía. Con el pretendido fin de impresiona­rla, Polidectes pidió a cada súbdito un caballo como regalo nupcial. Perseo, aliviado, exclamó algo así como que, con tal de librar a su madre del enlace, estaba dispuesto a regalarle no ya una montura, sino la cabeza de la temible gorgona Medusa en una bolsa. El astuto rey le tomó la palabra y lo envió a una misión suicida, que le allanaría, pensó, el camino al lecho de Dánae. La bravuconad­a podría haberle costado cara a Perseo, ya que Medusa era, según Hesíodo, hija de dos formidable­s monstruos marinos, Forcis y Cetos. Junto a sus hermanas Esteno y Euríale formaba el trío de las gorgonas, pero, a diferencia de estas, Medusa había nacido mortal. A cambio, tenía el don de petrificar literalmen­te a sus enemigos con solo mirarlos. Por desgracia para ella, Perseo cuenta con buenos contactos en el Olimpo. Hermes le regala una espada adamantina, es decir, durísima. Atenea, un escudo de bron

La cabeza de Medusa, óleo de Caravaggio de 1597, conservado en la Galería de los Uffizi de Florencia.

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 ??  ?? A la izqda., maleta de madera del frenólogo suizo William Bally, del siglo xix, con sesenta bustos de yeso para estudiar distintos modelos de cerebros.
A la izqda., maleta de madera del frenólogo suizo William Bally, del siglo xix, con sesenta bustos de yeso para estudiar distintos modelos de cerebros.
 ??  ?? A la izqda., conferenci­a del promotor de la frenología George Combe en su casa de Edimburgo, en una litografía fechada en 1826.
A la izqda., conferenci­a del promotor de la frenología George Combe en su casa de Edimburgo, en una litografía fechada en 1826.
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