EN BUSCA DE LA PRIMERA GUERRA
Durante mucho tiempo se ha considerado la de Sumer la primera guerra documentada. Unos restos en Alemania podrían modificar el ranking.
Desde luego, los primeros enfrentamientos entre humanos tuvieron lugar, con seguridad, en la más remota prehistoria. Cráneos hundidos y puntas de flecha entre las costillas de algún esqueleto así lo demuestran. Pero las pruebas más fehacientes de un contexto bélico las hallamos en las pinturas rupestres del Levante español (8000-4000 a. C.). En ellas predominan las escenas de caza, pero también pueden verse reproducciones de combates entre grupos de arqueros (Moratalla, Murcia); verdaderos desfiles en los que se exhiben armas (Quesa, Valencia); e incluso ejecuciones (Alpera, Albacete). Los ejemplos se multiplican. Para los expertos, las causas de esos choques podrían ser varias: de la lucha por el territorio al rapto de mujeres (algo habitual en unas sociedades lastradas por la mortalidad puerperal), pasando por enemistades ancestrales o la simple rapiña. Pero ¿pueden considerarse estas luchas como partes de una guerra? Muchos antropólogos opinan que no. En algún caso podrían esconder combates rituales, cuyo objetivo sería tantear la fuerza del contrario con vistas a una negociación, algo común en muchas sociedades primitivas. Pero, más allá de eso, la escasa densidad demográfica del período no soportaría un alto número de bajas. Por otra parte, resultaría imprescindible una estructura social y económica capaz de impulsar y sostener una guerra en el tiempo, y esa estructura todavía no existía.
La falta de escritura de aquellas comunidades nos impide saber más. Por ello, nos vemos obligados a volver la mirada hacia la primera gran civilización que ha legado por escrito sus experiencias. Nos referimos a Sumer.
¿La primera documentada?
A mediados del milenio iii a. C. tuvo lugar en Sumer un enfrentamiento entre las ciudades de Umma y Lagash, a veces solas y otras con aliados, para delimitar sus respectivas áreas de soberanía. Esa guerra duraría decenios, hasta que Lugalzagesi de Umma (2340-2316 a. C.) alcanzó la victoria definitiva. Lugalzagesi fue ensalzado por los sacerdotes del templo
del dios Enlil en Nippur como “Rey del País” por haber extendido su dominio sobre la totalidad de Sumeria. Según cuentan las crónicas, fueron combates cruentos y con un número importante de participantes, que su demografía y estructura socioeconómica ya permitían. A modo de ejemplo, se considera que en el territorio de Lagash podían habitar unas 36.000 personas. Sus ejércitos, tal como podemos ver en la Estela de los Buitres, y como la arqueología atestigua, iban bien equipados, con extensas capas y casquetes de cuero endurecido. Portaban grandes escudos, lanzas largas, mazas, hachas y puñales, y solían combatir formando prietas falanges, mientras el rey, y quizá algunos nobles, iba en un carro de guerra tirado por onagros. Sin embargo, en 1997, unos restos humanos hallados en el valle del río Tollense, a unos 120 km de Berlín, podrían haber trastocado este título para Sumer. Excavado sistemáticamente desde 2008, el yacimiento alemán ha proporcionado cerca de 130 cadáveres de hombres jóvenes, de entre 20 y 30 años, muertos violentamente, aunque los encargados de su análisis calculan que podrían hallarse hasta unos 800, muchos de los cuales fueron rodeados por tres lados de espaldas al río y aniquilados sin piedad.
La acción, que se situaría entre los años 1250 y 1200 a. C. (Bronce Final), habría implicado a gentes que provenían de territorios alejados en más de 100 km del lugar. Al parecer, hubo dos ejércitos de entre 1.500 y 2.000 hombres cada uno, armados con arcos y flechas, pero también con escudos de madera, mazas, lanzas e incluso espadas de bronce. Algunos irían montados en pequeños caballos sin silla ni estribos, quizá los jefes, y otros portarían cascos y corazas de cuero endurecido. Los restos de heridas de guerra ya curadas en algunos cadáveres y su panoplia llevan a pensar en la existencia de una verdadera casta guerrera, capaz de magnificar ancestrales disputas. En este caso, el dominio de un vado que conducía hasta unas salinas. El creciente amurallamiento de poblados en la región así parece indicarlo.
¿Se trató solo de una gran batalla ocasional o fue el enfrentamiento decisivo de una larga guerra? Aún no lo sabemos, pero la magnitud del combate hace dudar. Sea como fuere, la masacre de Tollense, donde los perdedores fueron aniquilados sin piedad, demuestra que, más allá de las grandes guerras que tenían lugar en Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental, también en la prehistórica Europa central, el fantasma de la guerra estaba cobrando carta de naturaleza. ●
TOLLENSE UNOS 800 HOMBRES FUERON ANIQUILADOS ALLÍ SIN PIEDAD