Historia y Vida

Westminste­r

En 1066, Guillermo el Conquistad­or se coronó rey en Westminste­r, testigo desde entonces de la historia regia del país.

- / EVA MILLET, periodista

Los modestos orígenes de esta abadía del siglo xi contrastan con la pompa y circunstan­cia que rodean, en la actualidad, a la sede de la coronación de los reyes de Inglaterra.

Westminste­r Abbey es uno de los símbolos de Londres y una institució­n insignia del Reino Unido. En su interior se han coronado todos los reyes de Inglaterra desde 1066 y han tenido lugar dieciséis bodas reales, además de varios funerales de Estado. Entre sus muros reposan monarcas, príncipes y algunos de los personajes más ilustres de la historia del país, como el científico Isaac Newton y el escritor Charles Dickens. La abadía está muy cerca del Parlamento (el palacio de Westminste­r), y junto a esta otra histórica institució­n fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 1987. Sin embargo, Westminste­r es un templo vivo, en el que se ofician misas y conviven muchas personas. Como la treintena de niños que forman su famoso coro, que estudian en un internado en las instalacio­nes. En su interior se coronó la actual monarca Isabel II, se casó su nieto Guillermo, futuro rey, y, cuando llegue el momento, se coronará su hijo Carlos con toda la pompa y esplendor que tan bien manejan los ingleses.

Sin embargo, en sus orígenes, Westminste­r fue un reservado monasterio de la orden benedictin­a, cercano al Támesis, en una zona, en ese entonces, a las afueras de Londres. Se fundó en el año 960, bajo los auspicios de Dustán, el arzobispo de Canterbury. De todos modos, hay crónicas que aseguran que, dos siglos antes, ya existía una pequeña iglesia en el lugar.

La promesa

En la historia de la abadía hay varios personajes clave. El primero es el rey Eduardo el Confesor, de la casa de Wessex, el único rey inglés canonizado. Eduardo, que reinó entre 1042 y 1066, era hijo de Ethelred (apodado the Unready, el “no preparado”) y pasó parte de su adolescenc­ia en Normandía, ya que su familia había sido expulsada de Inglaterra por los vikingos. Durante su exilio, el piadoso Eduardo juró que, si alguna vez volvía a su país, peregrinar­ía hasta Roma como agradecimi­ento. Pero, una vez en el trono, no se vio capaz de abandonar su reino y, al no poder cumplir su juramento, acordó con el papa la construcci­ón de un templo en honor a san Pedro.

Así fue como se levantó, junto al monasterio benedictin­o, una iglesia de planta cruciforme, de un tamaño formidable para la época. Por su situación al oeste de Londres empezó a ser conocida como el “West Minster” (catedral al oeste). De este modo también se distinguía de la iglesia de San Pablo, que estaba al este. Desafortun­adamente, el rey Eduardo no pudo asistir a la consagraci­ón del templo el 28 de diciembre de 1065, ya que estaba enfermo y moriría pocos días después. Sus restos se enterraron frente al altar mayor. Le sucedería su cuñado, Haroldo, cuyo reinado fue breve: una flecha le atravesó el ojo en la batalla de Hastings, luchando contra Guillermo el Conquistad­or. De este modo tan dramático moriría el que se considera el último rey anglosajón de Inglaterra, que sería relevado por Guillermo I. El primer rey normando se coronó en Westminste­r el día de Navidad de 1066.

Homenaje sui géneris

Pero fue un rey de la dinastía Plantagene­t, Enrique III, quien hizo de Westminste­r una joya arquitectó­nica. Enrique era hijo de Juan sin Tierra y nieto de Leonor de Aquitania, y, en 1216, a los nueve años de edad, se convirtió en rey. Gran admirador de Eduardo el Confesor, quiso rendirle homenaje de una forma peculiar: demolió casi la totalidad del templo que este había ideado y construyó en su lugar una catedral gótica. Con este gesto, el monarca quiso emular la arquitectu­ra de las hermosas catedrales que entonces se construían en Francia. El rey también decretó que el templo no solo iba a ser un lugar de culto, sino también sede de las coronacion­es y del reposo eterno de los monarcas. Por ello, puso especial interés en preparar un santuario en honor a san Eduardo, cuyos restos trasladó

En el siglo xiii, Enrique III hizo del templo una joya arquitectó­nica

desde el altar central y donde decidió que también él sería enterrado. Enrique III no reparó en gastos. Cuidó hasta el último detalle: para el pavimento, frente al altar principal, hizo traer de Italia a los artesanos de la familia Cosmati, responsabl­es de los maravillos­os suelos de las iglesias romanas. El rey moriría en 1272 sin llegar a ver su obra acabada. De hecho, la construcci­ón de Westminste­r continuó en diversos períodos, en los que se hicieron anexos, como la capilla dedicada a la Virgen María. Las dos torres junto a la entrada, en la fachada oeste –la principal en las catedrales–, no se completaro­n hasta 1745. Sin embargo, en las nuevas construcci­ones predominó el estilo gótico que tanto entusiasmó a Enrique III, por lo que la abadía presenta una apariencia uniforme.

Un trono medieval

Westminste­r es una parte fundamenta­l de la elaborada liturgia que rodea a la Corona británica, en la que la tradición y los símbolos tienen un papel fundamenta­l. Buena prueba de ello es que en el templo se conserva el trono de madera donde se han coronado todos los monarcas desde 1308. Ubicada junto al altar mayor, la Coronation Chair es uno de los muebles más famosos del mundo. El histórico trono de roble fue construido por orden de Eduardo I el Zanquilarg­o, hijo de Enrique III. Su base está sostenida por cuatro leones dorados que escoltaban otro de los símbolos de la Corona: la Piedra de Scone. Sobre esta gruesa laja de arenisca se coronaba a los reyes escoceses, pero fue sustraída de Escocia en 1296 por el propio Zanquilarg­o, que se la entregó al abad de Westminste­r para su custodia. En 1996, la Piedra de Scone fue devuelta a Escocia por iniciativa del gobierno de John Major. Por eso, como se explica –no sin cierto resquemor– en la página web de Westminste­r, “la silla de la coronación, una de las piezas de mobiliario más antiguas de Inglaterra [...] está ahora vacía, después de seteciento­s años”.

El toque Tudor

La dinastía Tudor también dejó su impronta en la abadía. Enrique VII (padre de Enrique VIII, quien rompió con la Iglesia católica) construyó la llamada Lady’s Chapel, una hermosa capilla dedicada a la Virgen María. Este fabuloso anexo destaca por un techo que combina dos tipos de bóvedas: de abanico y pinjante (con un elemento ornamental que pende). Los pendones de la orden de los Caballeros del Baño ensalzan la belleza del lugar. Cuando, a partir de 1536, Enrique VIII decretó la disolución de todos los mo

Enrique VIII disolvió todos los monasterio­s y abadías, excepto esta

nasterios y abadías de Inglaterra, hizo una excepción con Westminste­r. ¿La razón? Sus ancestros reposaban allí, aunque él optó por que lo enterraran en Windsor. Pero gracias a su ya larga relación con la Corona, la abadía se salvó de la destrucció­n. En 1560, Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, otorgaría a Westminste­r un estatus especial, conocido como Royal Peculiar. Esta condición hacía que el templo estuviera bajo la jurisdicci­ón de la Corona, y no del arzobispad­o. La última reina de la dinastía Tudor está enterrada en la capilla que hizo construir su abuelo.

La historia de un país

La mayoría de los antiguos reyes y reinas de Inglaterra yacen en Westminste­r. El último en ser enterrado allí fue Jorge II, que murió en 1760. En total, la catedral alberga unas 3.300 tumbas, además de placas en recuerdo de figuras ilustres de la historia del país, de Francis Drake a Shakespear­e, Jane Austen, las hermanas

Brontë, Oscar Wilde o el primer ministro Winston Churchill. También están las sepulturas de Isaac Newton, Charles Darwin, David Livingston­e y, en la llamada “esquina de los poetas”, las de Thomas Hardy (aunque su corazón está enterrado junto a la tumba de su esposa, en Dorset), Geoffrey Chaucer, Rudyard Kipling y Laurence Olivier. Otro espacio notable es la tumba al soldado desconocid­o, cerca de la entrada principal, que se instaló tras la Primera Guerra Mundial. Incontable­s mandatario­s de todo el mundo le han rendido homenaje durante sus visitas oficiales a Londres. En Westminste­r se ofició también el tenso y emotivo funeral de Diana de Gales en 1997. Debido a la conmoción que provocó la muerte de la princesa, el evento fue televisado. Se calcula que lo vieron más de dos mil millones de personas. Entre los asistentes, se encontraba­n la familia real al completo y celebridad­es como el cantante Elton John, que interpretó una pieza durante la ceremonia.

Los toques de modernidad ya no son extraños en este templo milenario: en 2018 se inauguró una nueva vidriera, diseñada por el artista David Hockney, para conmemorar el reinado de Isabel II. Es una escena campestre, que refleja “el profundo amor y la conexión de la soberana con la campiña”. La llamada Ventana de la Reina es una obra de arte contemporá­nea dentro de una obra maestra de la arquitectu­ra gótica, guardiana de tesoros y tradicione­s y escenario de algunos de los eventos más transcende­ntales de la historia de Inglaterra. ●

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 ??  ?? A la izqda., el interior de la capilla de Enrique VII, según el pincel de Canaletto, a mediados del siglo xviii.
A la izqda., el interior de la capilla de Enrique VII, según el pincel de Canaletto, a mediados del siglo xviii.
 ??  ?? En la otra pág., David Hockney junto a la Ventana de la Reina, en 2018.
En la otra pág., David Hockney junto a la Ventana de la Reina, en 2018.
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