EL ORIGEN DEL MAL
La mala fama que arrastra Calígula, el tercer emperador romano, se empieza a cuestionar. Tras una infancia entre algodones, la hostilidad de Tiberio y de los pretendientes a su trono traumatizó para siempre al “emperador loco”.
La monarquía era un concepto prohibido en la República romana. César fue acuchillado por su causa y Augusto –en la práctica, primer emperador de Roma– siempre la negó. En los orígenes del Imperio, muchos romanos seguían temiendo la autocracia y recordaban los viejos buenos tiempos en que el Senado y el pueblo de Roma habían estado al mando. Y el recuerdo seguía vivo en la sociedad de la época, especialmente en sus capas más altas, cuando el 31 de agosto del año 12 nació un bebé destinado a convertirse en emperador. Su nombre era Cayo Julio César Augusto Germánico, pero todos lo conocemos por un sobrenombre que hoy sigue evocando el terror y la locura: Calígula.
Hijo del glamur
Calígula era hijo de auténticos semidioses. Su padre, Germánico, era un popular general romano, adorado por el pueblo y por las legiones; hijo de Antonia la Mayor, descendía, por tanto, de Marco Antonio y Octavia, la hermana del divino Augusto. Su madre, Agripina la Mayor, mujer de innegable fortaleza, descendía, a su vez, del gran Marco Agripa y Julia la Mayor, hija de Augusto. Destinada a reinar por su alcurnia, la pareja despertaba pasiones. El historiador Stephen Dando-collins se refiere a ellos, en Calígula. El emperador loco de Roma, como “los príncipes Harry y Meghan Markle de la época”. Calígula asimilaría esa gloria desde su nacimiento, y crecería convencido de que su sangre era superior a la de todos los romanos. Una idea poca republicana. Su infancia se desarrolló en zona de guerra. Mientras sus hermanos mayores,
le pidieron perdón, y ejecutaron a los responsables de la revuelta.
El talismán en el puente
Apenas años antes, tres legiones, dirigidas por el gobernador Publio Quintilio Varo, habían sido aniquiladas en el bosque de Teutoburgo por los bárbaros al mando de Arminio, la pesadilla romana que seguía al mando del enemigo. Germánico enardeció a sus hombres, prometiéndoles botín y gloria si cruzaban al otro
lado del Rin, y estos lo aclamaron, dispuestos a devorar el corazón de los bárbaros y a embolsarse sus riquezas. En esta ocasión, el genio de Arminio no fue capaz de doblegar el de Germánico, quien, tras varias acometidas, pudo limpiar el honor de Roma. El general localizó y enterró los restos de las legiones de Varo, recuperó las águilas de sus estandartes y capturó tanto al suegro de Arminio como a la mujer, embarazada, de este. Tras uno de esos ataques, sin embargo, se complicó el regreso a la base. Mientras Germánico volvía por mar, su legado Cecina, que encabezaba las tropas por tierra, fue acosado por Arminio, que consiguió acorralarlo. Las noticias de las desventuras de Cecina llegaron al campamento, donde se encontraba Agripina, pero aún no Germánico. Los oficiales aconsejaron destruir los puentes sobre el Rin para evitar que los bárbaros pasaran a la otra orilla, lo que habría supuesto la muerte de los soldados de Cecina. Agripina recurrió, entonces, al poder de Calígula: sosteniendo su mano, se colocó en medio de uno de los puentes, que, gracias a ese gesto, se libró de su destrucción. Al poco, aparecieron Cecina y los suyos, que agradecieron el apoyo de Agripina.
Desfile triunfal
Tras ese episodio, la popularidad de la pareja creció todavía más. Posiblemente inquieto, el emperador Tiberio ordenó al general que detuviese sus expediciones y lo convocó en Roma. Para sustituirlo, envió a su hijo Druso, hermano adoptivo de Germánico, a quien el general respetaba. Era el año 17 d. C. El 26 de mayo, toda Roma acudió a ver el desfile triunfal de Germánico, en el que, aparte de los excesos habituales y del inmenso banquete que se ofició, el general se hizo acompañar en el carro por sus hijos. Los mayores, Nerón y Druso, iban con él, pero también la pequeña Agripina, Drusila, todavía una bebé, y, naturalmente, Calígula, el talismán de las legiones. El cuadro nos muestra, una vez más, cómo Calígula creció alejado de los antiguos valores republicanos. Hijo de grandes “príncipes”, el pueblo lo aclamaba como rey en potencia. El problema es que el rey era otro. El historiador Tom Holland esboza en Dinastía una interesante reflexión sobre cómo debió de sentirse el emperador ante ese espectáculo. Un festival hecho “para consternar a Tiberio” y hacer gozar a la plebe. Un triunfo compartido con su nutrida prole, en el que “Germánico no podía evitar resultar fantástico”. Desde luego, mucho más que el oscuro Tiberio. Siete años tenía Calígula, y aquel momento de gloria iba a suponer el principio del fin para su familia. Tras su triunfo, Germánico recibió el encargo de comandar las tropas orientales.
Dejó a sus hijos mayores con Livia Augusta, y partió a su nuevo destino con Agripina, embarazada otra vez, y Calígula. Al llegar a los cuarteles de invierno de la X Legión Fretensis, no tardó en chocar con el gobernador Pisón. Cuando el general marchó a Egipto, su rival aprovechó su ausencia para contradecir algunas de sus órdenes. A su regreso, discutieron, y Pisón abandonó su puesto, resuelto a volver a Roma. Entonces, Germánico cayó, repentinamente, enfermo.
El general sospechó que había sido envenenado, e hizo buscar en la casa donde se alojaba cualquier indicio que confirmase su teoría. Su gente halló hechizos, restos de cadáveres y maderas manchadas de sangre. Después localizaron a una envenenadora, de nombre Martina, que, supuestamente, había estado en contacto con Plancina, la esposa de Pisón. Consciente de su próxima muerte, Germánico pidió a sus amigos que cuidasen de su mujer y sus hijos y suplicó a su esposa que
El pequeño Calígula creció alejado de los antiguos valores republicanos
no se enfrentase con Tiberio. Tenía treinta y tres años. Su desaparición fue el primer gran golpe en la vida de Calígula. Roma se desgarró al conocer la noticia y, al correr el rumor de que su héroe podía haber sido envenenado, estallaron los tumultos. La furia se prolongó durante meses. El historiador Tácito recoge cómo una “ansiedad generalizada por vengarse de Pisón” conquistó Roma. Los muros se llenaron de mensajes en su contra y la plebe gritaba enloquecida por las calles: “¡Devolvednos a nuestro Germánico!”. Llamados por el emperador, Pisón y su mujer recalaron en esa Roma hostil, mientras Agripina, tras incinerar a Germánico en el foro de Antioquía, volvía a casa con sus restos. Pisón se enfrentó a un juicio por el supuesto asesinato del general, pero, antes de que se leyera el veredicto, se suicidó, no sin mandar un mensaje sellado a Tiberio en el que apuntaba que siempre había obrado “lealmente”. Esa declaración, así como la popularidad de Germánico –considerado por muchos como el heredero natural de Augusto–, podría hacernos pensar que fue Tiberio quien ordenó su ejecución. No lo sabemos con certeza, pero sí consta que Antonia, la madre del general, se mantuvo fiel a Tiberio y que nunca creyó que este hubiera ordenado el asesinato de su hijo.
Los hilos de Sejano
A la muerte de Germánico, había demasiados herederos en el tablero de la sucesión imperial. Por un lado, estaban los hijos del general, Nerón, Druso y el pequeño Calígula. Por otro, el hijo de Tiberio y hermano adoptivo de Germánico, Druso, a quien llamaremos por su sobrenombre, Cástor, para no confundirlo con el hermano de Calígula. Y, finalmente, un tercer jugador, Sejano, líder de los pretorianos.
Nerón y Druso constituían el primer obstáculo del pretoriano en su carrera por el trono, y este hizo todo lo posible por mantenerlos ocultos, consiguiendo que se les negara cualquier tipo de honor. Además, los sometió a la vigilancia de sus espías, que le daban cuenta de sus movimientos y palabras. Calígula fue más afortunado. A Tiberio le divertía aquel muchacho que disfrutaba bailando, cantando y disfrazándose, y lo dejó al cui
A la muerte de Germánico, se barajaron varios nombres para la sucesión imperial
dado de su madre. No parecía muy amenazador, desde luego. Agripina lo era bastante más, y Sejano lo sabía.
Así, el jefe de los pretorianos trabajó para alejarla de sus amigos, a los que no dudaba en suprimir cuando se resistían a sus manejos, y acabó convirtiendo a aquella reina sin corona en una paria indefensa. A la vez, se alió con Claudia Livila, la mujer de Cástor, con quien, además de mantener una relación, aspiraba a reinar cuando cayese Tiberio. Juntos consiguieron envenenar a Cástor y convencer a Tiberio de que había fallecido de forma natural. Muerto su principal heredero, Tiberio nombró a los hijos mayores de Germánico sus sucesores. Sin pretenderlo, estaba señalando a Sejano sus nuevos objetivos, contra los que el pretoriano se aplicó a fondo. Tras la marcha de Tiberio a la isla de Capri, cerca de Nápoles, en el año 26 d. C, Sejano quedó a cargo de Roma y se sintió con las manos libres.
¿Un adolescente depravado?
La isla de Capri ha pasado a la historia como el gran burdel de Tiberio, un lugar donde se llevaban a cabo todo tipo de prácticas sexuales para solaz del emperador. Algo de verdad hay en ello, sin duda, pero donde la historia se convierte en mito es en la parte que afecta a Calígula. En el imaginario colectivo, subsiste la idea de que, antes de ser llamado por el emperador a Capri, Calígula ya era un depravado que disfrutaba de bacanales sexuales. Con su novela Yo, Claudio, Robert Graves contribuyó, decisivamente, a esa visión, al describir a Calígula como “traicionero, cobarde y lujurioso”. Lo cierto es que, a sus trece años, el futuro emperador era un adolescente obediente y ejemplar, probablemente atemorizado por las asechanzas de los espías de Sejano. Filón de Alejandría, un historiador judío que lo conoció, observa que, ya entonces, había aprendido a confiar poco en la gente y a no dejar escapar jamás uno solo de sus pensamientos. En cuanto a su relación con el sexo durante la adolescencia, Suetonio lo acusa de haber mantenido relaciones incestuosas con sus hermanas, y en su relato incluye cómo su abuela, Antonia, lo pilló in fraganti con su hermana Drusila cuando esta tenía solo doce años. Aquello fue, probablemente, falso, pues ni Séneca ni Filón, contemporáneos que sí lo trataron, describen esos episodios, ni siquiera cuando lo critican con virulencia.
Maestro de la indiferencia
En el año 28 d. C., Sejano osó lanzar su siguiente movimiento. Con la excusa de una conspiración para derrocar a Tiberio, que no podemos descartar del todo, ordenó el arresto de Nerón y Agripina. El primero fue enviado a la isla-prisión de Pontia, mientras que su madre dio con sus huesos en la también isla-prisión de Pandataria. Por orden de Tiberio, ambos fueron conducidos a sus respectivos destinos esposados de pies y manos. Al desembarcar, Agripina fue maltratada por un centurión pretoriano, que la azotó salvajemente, hasta destrozar su cuerpo y arrancarle un ojo.
Aquel horror llegó a oídos de Calígula, que se tragó el miedo y el odio, sin dejar traslucir, en ningún momento, sus sentimientos. Este tipo de vivencias explican, en parte, la imagen de psicópata que ha llegado hasta nuestros días, cuando lo más probable es que, al crecer en un entorno tan hostil, el joven recurriera a la indiferencia como estrategia para sobrevivir. Y debió de funcionarle, porque Tiberio le encargó las tareas sacerdotales que antes había desempeñado su hijo
Cástor. Además, le permitió vivir con Antonia un breve espacio de tiempo, antes de hacerlo llamar a Capri.
Esa isla resultaría un infierno para Calígula. Tiberio había montado un refugio en el que disfrutaba de sus insanas costumbres, y lo obligó a compartirlas con él. El joven se inició en la contemplación de las diversas formas de tortura que maravillaban a Tiberio, y tuvo que acompañarlo en el espectáculo de los combates mortales entre gladiadores.
Otro elemento de Capri que pudo perturbar a Calígula fue el de la piscina del emperador. Supuestamente, a Tiberio le encantaba nadar mientras un grupo de niños buceaba bajo su cuerpo, mordiéndole los genitales, como si fueran peces. No obstante, la pederastia de Tiberio es, hoy, motivo de debate. Suetonio, uno de los autores que con más insistencia describió las prácticas sexuales del emperador, no resulta del todo fiable. Lo que sí parece cierto es que en la isla había numerosos jóvenes pertenecientes a la élite romana, probablemente, rehenes políticos. Estos jóvenes eran obligados a acostarse con los espintrianos, prostitutos expertos en tríos homosexuales. Calígula habría sido forzado a participar en esos tríos, compartiendo lecho con algunos jóvenes que, posteriormente, se convertirían en sus amigos, como Lépido.
Salvado por la campana
Entre tanto, lejos de Capri, Sejano continuaba con sus maquinaciones. Con Nerón y Agripina neutralizados, el pretoriano fue a por Druso, a quien acusó, igualmente, de conspirar contra Tiberio y encerró en una mazmorra. Sus adversarios iban menguando. En el año 31 d. C., Sejano acarició su anhelo imperial cuando Tiberio lo nombró cónsul. Confiando en su invulnerabilidad, envió a Nerón una soga y le instó a que se ahorcase, cosa que el hijo mayor de Germánico hizo. A continuación, puso en marcha una confabulación para eliminar a sus últimos escollos, Calígula y el propio emperador. Siempre leal a Tiberio, Antonia hizo llegar a este una carta en la que le advertía de los planes del pretoriano. El emperador reaccionó y montó una operación secreta para ejecutar a Sejano, liderada por quien sería el nuevo jefe del pretorio, Macrón. Caído Sejano, la suerte de la familia de Calígula no mejoró, sin embargo. En el año 33 d. C., Tiberio ordenó la muerte por inanición de Druso, y llevó su crueldad al extremo de contarle a la deshecha Agripina cómo había agonizado su hijo. La mujer se suicidó. Calígula, por su parte, siguió digiriendo el miedo para sobrevivir, sin olvidar ninguna de las afrentas. Al menos, Macrón entendió que le convenía ser amable con el joven, por lo que pudiera pasar en el futuro.
Pensaba que si este heredaba el Imperio, sería fácil de controlar, y, para asegurar su dominio, propició una relación entre Calígula y su mujer, Ennia Neva. Hacia el año 35 d. C., Tiberio afrontaba la vejez con pocos herederos. Por un lado, estaba Calígula. Por otro, su nieto, Tiberio Gemelo. Nombró sucesores a ambos, y esperó hasta cumplir los sesenta y nueve para aclarar cuál de los dos sería el emperador. De acuerdo con Filón de Alejandría, en un primer momento, se decantó por Gemelo y decidió eliminar a Calígula, pero Macrón intercedió por él. Al fin y al cabo, había puesto sus esperanzas en aquel joven, entregándole a su esposa. Tiberio cedió, ante la posibilidad de que Gemelo ni siquiera fuera su nieto, sino fruto de las relaciones entre Sejano y Livila, la esposa de su hijo Cástor. Finalmente, se encomendó al destino y mandó llamar a Calígula y a Gemelo al mismo tiempo, declarando que su heredero sería aquel que primero traspasase la puerta de sus aposentos. Gemelo prefirió desayunar antes de acudir a su encuentro con Tiberio y perdió el trono. El emperador se dirigió entonces al victorioso Calígula y, tras aconsejarle que no confiase jamás en los senadores, le dijo, a propósito de Gemelo: “Lo matarás, y luego alguien te matará a ti”. ¿Realidad o mito? Es difícil decirlo. Al emperador le quedaba poco tiempo de vida, y pudo mantener como sucesores a ambos. Lo que ocurrió, después de que el anciano enfermara, sigue siendo un misterio. Tácito sostiene que Macrón ordenó asfixiarle para acelerar su muerte, e incluso se ha especulado con la posibilidad de que Calígula participase en aquel asesinato. Pero lo más probable es que el ya decadente Tiberio muriese sin necesidad de ayuda. Corría el año 37 d. C. Calígula había sobrevivido a una vida de terror. Ahora, tocaba ajustar cuentas. ●
Calígula se tragó el miedo para sobrevivir, sin olvidar ninguna de las afrentas