Historia y Vida

Un “pardillo” llamado Al Capone

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Pocos golpes pueden poner mejor de manifiesto el placer que suponía para Victor Lustig el acto mismo de la estafa como el que llevó a cabo en Chicago, poco antes de su gran montaje parisino. Allí escogió al primo más peligroso que cabría imaginarse: Al Capone (arriba, en 1931), uno de los doce capos de la Cosa Nostra. No pocos habían acabado “durmiendo con los peces” tras intentar jugársela al rey de Chicago, pero esa fama no amilanó a Lustig. Quería ponerse a prueba.

El europeo se presentó ante Al “Cara Cortada” Capone y le pidió un préstamo de cincuenta mil dólares para, supuestame­nte, poner en marcha una estafa. A cambio, en un par de meses le devolvería el doble de esa cantidad. Capone le dejó el dinero, no sin antes recordarle las consecuenc­ias de no cumplir su palabra. Lustig se mostró tranquilo y confiado. Lógico, por otra parte, pues lo que pensaba hacer con el dinero no conllevaba ningún riesgo: lo metió en una caja de seguridad durante sesenta días. Pasado el plazo, le devolvió la cantidad íntegra y le explicó que el golpe había salido mal.

La honestidad y entereza de Lustig sorprendie­ron al mafioso, quien lo puso de ejemplo como “hombre de honor”, e incluso premió su actitud dándole un cinco por ciento del dinero devuelto. Antes de despedirlo, el mafioso le animó a que acudiese a él si necesitaba otro favor. Aquel día, Lustig salió del despacho de Al Capone con cinco mil dólares en el bolsillo y la satisfacci­ón de haber estafado a uno de los hombres más temidos del país.

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