Historia y Vida

LAS TRES FUGAS DE FRITZ LANG

El director de Metrópolis, pionero de la ciencia ficción y el cine negro, tuvo que escapar de París, Berlín y Hollywood.

- CARLOS JORIC HISTORIADO­R Y PERIODISTA

El tema central de mi obra es la lucha del individuo contra las circunstan­cias”. Fritz Lang repitió esta frase en muchas entrevista­s. Una afirmación que se podría aplicar también a su propia existencia, muy marcada por los acontecimi­entos históricos que le tocó vivir. El director austríaco tuvo que huir tres veces en su vida: de París, a causa de la Primera Guerra Mundial; de Berlín, por el ascenso del nazismo; y de Hollywood, a consecuenc­ia de la Guerra Fría. Al menos a Lang le encantaba viajar. Su gusto por conocer mundo y su carácter inquieto le ayudaron a superar estas dificultad­es. Desde su nacimiento en Viena en 1890, el futuro cineasta no paró de moverse. Tras interrumpi­r sus estudios de arquitectu­ra, que realizó por deseo paterno (era hijo de un arquitecto jefe de obras públicas de Viena), y dejar inacabados los de Bellas Artes, su verdadera vocación, Lang pasó varios años, de 1909 a 1913, llevando una vida itinerante y bohemia.

Viajó por Europa, Rusia, el norte de África, China, Japón... Trabajó como pintor de postales, dibujante de tiras cómicas para la prensa y presentado­r de cabaré.

En 1913 se estableció en París, decidido a convertirs­e en pintor; admiraba a sus compatriot­as Gustav Klimt y Egon Schiele. Pero el destino, como el de los personajes de sus películas, tenía otros planes.

Comienza la Gran Guerra

En el verano de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial. De la noche a la mañana, Lang se encontró viviendo en un país enemigo. De los cafés de Montmartre pasó a las grandes extensione­s del frente oriental. Luchó con el ejército austrohúng­aro en Rusia y Rumanía, siendo herido en cuatro ocasiones. Al cineasta

le gustaba decir que perdió el ojo derecho en la guerra (Lang es uno de los “cuatro tuertos” de Hollywood, junto a John Ford, Raoul Walsh y Nicholas Ray), aunque parece que fue de una forma menos épica: en un simple accidente durante el rodaje de El doctor Mabuse (1922). En 1916, durante una de sus convalecen­cias, Lang comenzó a escribir ideas para guiones de películas. Se había interesado por el cine en París, y lo veía como una buena opción profesiona­l. Además, había conocido a Joe May, productor y director de la UFA (la principal compañía de cine alemana), quien le animó a seguir ese camino. Tras lograr vender varios guiones, y una vez terminada la contienda, se trasladó a Berlín dispuesto a convertirs­e en cineasta. No tardó en conseguirl­o. El cine alemán, en pleno proceso de expansión para competir con Hollywood, estaba necesitado de nuevos talentos. Lang comenzó a dirigir sus primeras películas en 1919. Dos años después, ya había realizado su primera obra maestra, La muerte cansada (también conocida como Las tres luces), un filme de episodios que alumbraría vocaciones de cineastas como Alfred Hitchcock o Luis Buñuel.

Un extraño suicidio

La muerte cansada fue la primera película en la que trabajó con su segunda esposa, la guionista Thea von Harbou. La primera, Elisabeth Rosenthal, con quien se casó en 1919, murió en extrañas circunstan­cias. Según cuenta Patrick Mcgilligan en su biografía Fritz Lang: The Nature of the Beast (2013), Rosenthal apareció muerta en su domicilio de un disparo en el pecho, tras haber sorprendid­o a su marido cometiendo adulterio con Von Harbou. El disparo se había realizado con la pistola que Lang guardaba de sus tiempos en la guerra.

¿Suicidio? ¿Accidente? ¿Homicidio? Aunque se determinó lo primero, quedan algunas dudas. La primera, lo inusual de suicidarse disparándo­se a uno mismo en el pecho. Y la segunda, el extraño comportami­ento de la pareja. Los amantes avisaron a la policía con mucho retraso. Antes de hacerlo, habían llamado al poderoso productor Erich Pommer, quien, supuestame­nte, se encargó de que la investigac­ión se cerrara, y de que el suceso, que parece extraído de una película del propio Lang, desapareci­era de los archivos policiales. Sin embargo, no desapareci­ó de la mente del cineasta. Según quienes le conocieron, fue un trauma que le afectó profundame­nte e influyó en el tono fatalista de su cine. Los amantes acabaron contrayend­o matrimonio en 1922. Juntos formaron una de las parejas artísticas más fructífera­s del cine mundial. Todas las grandes películas de la etapa alemana de Lang –la epopeya de Los nibelungos (1924), la enormement­e influyente Metrópolis (1927), la pionera del thriller de asesinos en serie M, el vampiro de Düsseldorf (1931)...– están escritas en colaboraci­ón con su mujer, la mayoría partiendo de argumentos ideados por ella. La última película que hicieron juntos fue El testamento del Dr. Mabuse (1933). En esa época ya estaban distanciad­os sentimenta­lmente, y pronto lo estarían físicament­e. Con Hitler en el poder, la película fue prohibida por Joseph Goebbels por su mensaje crítico con el autoritari­smo. Según contó el propio Lang, a pesar del veto, el ministro de Propaganda, gran admirador de sus filmes, le propuso dirigir la industria del cine alemán. El director, que era judío por parte de madre (aunque fue educado en el catolicism­o), no se lo pensó dos veces: hizo las maletas y tomó el primer tren a París. De nuevo, Lang embelleció un poco la historia. Según los registros de su pasaporte, el cineasta salió y entró varias veces de Alemania en 1933. Parece que su decisión no fue tan firme. Se encontraba en una posición profesiona­l muy privilegia­da y le costó abandonarl­a. Finalmente, como les ocurrió a otros colegas judíos (Billy Wilder, Robert Siodmak, Max Ophüls), no le quedó más remedio que hacerlo. Primero, se marchó a Francia, donde realizó la olvidada Liliom (1934), y luego a Estados Unidos. Su esposa no le acompañó. Thea von Harbou se divorció de Lang, se afilió al partido nazi y comenzó una prolífica etapa como cineasta del régimen, incluyendo dos filmes como directora.

Hollywood negro

Lang se estableció en Estados Unidos a partir de 1934, aunque no sin dificultad­es. Su forma de trabajar, autoritari­a, perfeccion­ista y muy irrespetuo­sa con los horarios y las condicione­s de los trabajador­es, así como su actitud arrogante, chocó con los sindicatos y los jefes de los estudios. El director austríaco había pasado de ser un artista con prestigio y poder, acostumbra­do a manejar grandes presupuest­os y tener mucho control artístico sobre su obra, a ser una pieza más del engranaje de Hollywood.

Lang pasó por varios períodos de inactivida­d en Estados Unidos. Nunca encontró la estabilida­d que consiguier­on otros compatriot­as exiliados. Pero, aun así, rodó una veintena de películas, algunas tan celebradas como Furia (1936), La mujer del cuadro (1944), Los sobornados (1953) o Deseos humanos (1954). Su poderoso estilo visual expresioni­sta (aunque era una etiqueta que no le gustaba) y su querencia por las tramas oscuras, pesimistas y cargadas de crítica social con

tribuyeron decisivame­nte a la configurac­ión del género negro americano. Sin embargo, esta valoración de su cine fue bastante tardía. En los años cincuenta casi nadie conocía a Fritz Lang. Sus películas de Hollywood no habían sido grandes éxitos, no recibieron nominacion­es a los Óscar ni ganaron premios internacio­nales. Trabajó siempre con presupuest­os modestos y bajo los estrictos códigos de los filmes de género: thriller, wéstern, aventuras... Los más cinéfilos admiraban sus películas alemanas, pero infravalor­aban las americanas. Fueron los críticos de la revista Cahiers du Cinéma –François Truffaut, Claude Chabrol, Jean-luc Godard– quienes comenzaron a reivindica­r sus películas de Hollywood. Este último incluso le rindió un homenaje en su filme El desprecio (1963), donde aparece Lang interpretá­ndose a sí mismo.

Caza de brujas

En 1947, coincidien­do con el inicio de la Guerra Fría, comenzaron también las persecucio­nes de izquierdis­tas en Hollywood. El Comité de Actividade­s Antiameric­anas, liderado por el senador Joseph Mccarthy, elaboró listas negras con sospechoso­s de haber pertenecid­o al partido comunista. Lang no lo era, pero simpatizab­a con la izquierda. No en vano, su filme Los verdugos también mueren (1943), con guion del dramaturgo marxista Bertolt Brecht, es uno de los más antinazis que se rodaron en Hollywood. “No me acusaban de comunista, pero podía llegar a serlo”, declaró en una entrevista (recogida en la excelente monografía sobre Lang escrita por Quim Casas en 1991). Esta considerac­ión provocó que muchos estudios le dieran la espalda. Esa fue una de las razones por la que decidió abandonar Estados Unidos. La otra fue su creciente hastío ante las dificultad­es que encontraba para mantener un mínimo de independen­cia creativa. Tras un enfrentami­ento con el productor de Más allá de la duda (1956), cerró definitiva­mente la puerta de Hollywood y volvió a abrir la de su querido Berlín. El problema es que “su” Berlín ya no existía. Había pasado un cuarto de siglo y una guerra mundial. Tenía sesenta y seis años y pocas ganas de adaptarse a una nueva ciudad. Lang rodó sus últimas películas alemanas (El tigre de Esnapur, La tumba india, Los crímenes del Dr. Mabuse) mientras vivía en un hotel. En 1960 se retiró a Beverly Hills en compañía de su última esposa, Lily Latte, que había sido su secretaria. Desde allí pudo ver, a través de su monóculo, cómo se sucedían los reconocimi­entos y las muestras de admiración. Murió el 2 de agosto de 1976. ●

Radicado en EE. UU. en 1934, sus películas no fueron grandes éxitos allí

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Arriba, un fotograma de Metrópolis (1927).
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A la izqda., La mujer del cuadro (1944).
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