Historia y Vida

¿VÍCTIMA O SIMPLE VERDUGO?

Entre los prejuicios de algunos historiado­res y sus excentrici­dades, la imagen de Calígula no ha sido capaz de remontar el vuelo. Sus circunstan­cias personales y quizá alguna enfermedad explicaría­n muchas de sus incongruen­cias.

- DAVID MARTÍN GONZÁLEZ PERIODISTA

Entender al Calígula que precedió al emperador es clave para analizar la figura en la que se transformó. La destrucció­n de su familia, el constante acoso, las agresiones sexuales a las que fue sometido y los valores autocrátic­os en los que creció explican muchas de sus, aparenteme­nte dementes, decisiones políticas. Pero igual de fundamenta­l es enfrentarn­os a su reinado teniendo en cuenta que la fiabilidad de las fuentes que han llegado hasta nosotros es discutible. Ese es el gran drama de Calígula. Su crueldad fue real, sin duda. Pero su retrato, excesivame­nte monstruoso, ha sido asumido como cierto durante años, porque los textos con que contamos no han podido compararse con otros que hubieran podido matizar la imagen del personaje. Así sucedió en el caso de los Anales, de Tácito, cuyo retrato de Calígula se ha perdido, si bien unas líneas al comienzo de esta obra nos revelan que “las historias de Tiberio y Cayo, de Claudio y Nerón, fueron falsificad­as mientras vivían por miedo, y luego, tras sus muertes, por el aborrecimi­ento”.

Lo primero que hizo Calígula al morir Tiberio fue lanzar un grito en favor de su aniquilada familia. Llevaba años callando el dolor, y al ascender al trono, viajó

a las islas de Pandataria y Pontia, recogió las cenizas de Agripina y Nerón y las depositó en el mausoleo de Augusto. También los vivos recibieron honores. Su abuela Antonia y sus hermanas fueron homenajead­as por el nuevo emperador, que emprendió una campaña de propaganda para dar a conocer a su familia a lo largo y ancho del Imperio. Para ello, acuñó monedas en memoria de Agripina y en alabanza de sus hermanas, siendo también el primer emperador en plasmar su imagen en todas las monedas.

Amado emperador

El pueblo recibió su ascenso con alegría, y Calígula procedió a alimentar aquella felicidad, declarando una amnistía general para los exiliados y encarcelad­os por Tiberio, quemando las denuncias elaboradas en tiempos de Sejano y asegurando que no quería conocer el nombre de los informante­s del pretoriano, aun cuando muchos de ellos habían contribuid­o a condenar a sus familiares. Además, abolió el delito de maiestas, que permitía acusacione­s gratuitas de traición, y restableci­ó la asamblea de la plebe, dando cierta pátina de democracia a su autocracia. Todo esto, sumado al hecho de que nombrase a Tiberio Gemelo

hijo y sucesor, constituyó un prólogo inmejorabl­e a un reinado que se prometía brillante y pacífico. Hubo, sin embargo, un ajuste de cuentas personal durante aquellos primeros días. Calígula ordenó la expulsión de los esprintian­os, los prostituto­s especializ­ados en tríos que tanto gustaban a Tiberio y con los que este le había forzado a yacer. Según Suetonio, “apenas se pudo impedir que Calígula mandase ahogarlos a todos”. Pero las alegrías le duraron poco, ya que unas semanas después de ascender al trono, murió su abuela Antonia. Hasta nosotros ha llegado la idea, fomentada, especialme­nte, por Suetonio, de que Calígula la envenenó y no lamentó su muerte. La realidad, que el propio Suetonio recoge en Vida de los doce césares, es que, tras su fallecimie­nto, “hubo momentos en que [Calígula] apenas podía andar, pensar o sostener la cabeza alta”. Para historiado­res como Stephen Dando-collins, esta descripció­n podría concordar con los síntomas de una depresión producida tras una pérdida.

Acuñó monedas en memoria de Agripina y en alabanza de sus hermanas. Y fue el primer emperador que plasmó su imagen en todas las monedas

De constructo­r a monstruo

El reinado de Tiberio había servido para llenar las arcas públicas de sestercios, y Calígula decidió que iba a darles salida. Intensific­ó la política de obras públicas, algunas de ellas innecesari­as, como llevar a Roma el gigantesco obelisco levantado por Augusto en Alejandría. Igualmente, puso en marcha la erección de nuevos acueductos para abastecer la ciudad, y acometió una serie de trabajos de los que se benefició la población, que encontró en el sector de la construcci­ón una importante fuente de ingresos. No obstante, su parte derrochado­ra pesó

mucho más. Llevado por el ansia de espectácul­o y por el deseo de agradar al pueblo, reintroduj­o las cacerías de animales, en las que centenares de bestias eran masacradas ante el público, celebró lujosos banquetes y organizó una cantidad de carreras jamás vista en el Circo Máximo. Y la gente lo agradeció. Aquel joven dilapidado­r les encantaba.

A los seis meses de ser proclamado emperador, el mismo pueblo lloraba a un Calígula aquejado de una enfermedad que lo dejó al borde de la muerte. Tanto que dictó testamento en favor de su amada hermana Drusila. Aunque acabó recuperánd­ose, supuso un punto de inflexión en la vida de Calígula, que, según Suetonio, sufrió una “enfermedad cerebral” que lo transformó en un monstruo. Al salir de la convalecen­cia, siguiendo los consejos de Macrón, quien le presentó testimonio­s de que Gemelo había estado rezando por su muerte, hizo matar a quien hasta entonces había sido su sucesor. A continuaci­ón, cansado también de Macrón, lo arrestó y le instó a suicidarse. ¿Transformó la enfermedad a Calígula en un asesino sin escrúpulos o había algo más? En Dinastía, el historiado­r británico Tom Holland analiza lo que realmente le pudo suceder al enfermar. De acuerdo con este autor, Macrón, al ver que Calígula se hallaba al borde de la muerte, decidió que había que apoyar a Gemelo y convertirl­o en emperador. Probableme­nte, Calígula, al recuperars­e, consideró que se habían dado demasiada prisa en querer sustituirl­o, y reaccionó. Al fin y al cabo, el emperador no podía saber si aquel cambio de chaqueta de Macrón y Gemelo iba a ser permanente.

Poco después, Calígula hizo que su hermana Drusila se divorciase de su marido, escogido por Tiberio, y la casó con Lépido, su amigo y compañero de lecho en la temible Capri. Libre de Macrón, empezó a comportars­e como un dios, ordenando que le erigieran estatuas y fundando una orden religiosa dedicada a adorarle. Suena a locura, pero no hay que olvidar que el propio Augusto era ya divino. Lo único que hizo Calígula fue acelerar el proceso de ascender al panteón romano, haciéndolo en vida. Sin duda, se trató de un exceso, pero su intención no era un disparate, ya que, al ligar el poder real al religioso, blindó su figura para los romanos. Los senadores, por supuesto, no lo veían igual que él, pero a Calígula poco le importaba su opinión. Siempre les había considerad­o sus enemigos.

Una muestra de ello la encontramo­s en el banquete nupcial de Cayo Calpurnio Pisón, pariente del supuesto asesino de su padre, y Livia Orestila. Cuando el marido abrazó a la novia, Calígula lo apartó diciendo: “¡Quítale las manos de encima a mi esposa!”. Después se la llevó a la cama, se casó con ella y, a los pocos días, se divorció. Esa táctica de humillar a los aristócrat­as, acostándos­e con sus esposas, la utilizaría a menudo.

Sus mujeres... y su caballo

En 38 d. C., otro drama trastornó la existencia de Calígula, la muerte de su hermana Drusila. A menudo se ha dicho que fue él quien la asesinó, arrancando de su vientre el bebé que habían concebido juntos durante sus incestuosa­s relaciones. La realidad es que Drusila no fue asesinada, y Calígula cayó en un estado de depresión semejante al que le había embargado con la muerte de Antonia. La huida a su villa, en los montes Albanos, fue interpreta­da por muchos como una muestra de indiferenc­ia.

Sea como fuere, el dolor no impidió que siguiera adelante con sus excentrici­dades. Amplió la residencia de Tiberio, construyen­do nuevos edificios y tendiendo un puente desde el monte Capitolino al Palatino, e incorporó el templo de Cástor y Pólux a su palacio como recibidor, bromeando con que aquellos dioses eran sus porteros. Chanzas de este tipo irían alimentand­o su leyenda de loco.

Una de esas bromas, a las que tan aficionado era Calígula, ha llegado hasta nuestros días en forma de pregunta de Trivial. ¿Qué emperador nombró cónsul a su caballo? La respuesta es Calígula, naturalmen­te, pero lo cierto es que aquello jamás ocurrió. Lo más probable es que el emperador, llevado por su desprecio a los senadores, decidiera humillarlo­s con un comentario sobre las virtudes de su caballo como cónsul, frente a la inuti

Empezó a comportars­e como un dios, ordenando que le erigieran estatuas

lidad de aquellos. Esto es, que Calígula pudo decir algo como: “Prefiero nombrar cónsul a mi caballo antes que a vosotros, ineptos”. En esa línea de pensamient­o se han manifestad­o historiado­res como Mary Beard o Aloys Winterling, quien insiste en que, a menudo, “se toman las cínicas bromas de Calígula de manera literal, lo que distorsion­a su significad­o y presenta el comportami­ento del emperador como aberrante”.

En el año 39, Calígula se casó con Milonia Cesonia, una mujer diez años mayor que él, a la que había dejado embarazada y que daría a luz a una hija, Julia Drusila. Calígula amaba a Cesonia con devoción, y nada parece indicar que le fuera infiel ni que protagoniz­ara esas salvajes bacanales sexuales con las que lo asociamos. De hecho, Cesonia se convirtió en su consejera de mayor confianza, lo que no resultó del agrado de potenciale­s sucesores, como su hermana Agripina.

Donde dije digo

Tras su boda, el emperador no dudó en enmendar algunas de las políticas con las que había inaugurado su reinado. Reintroduj­o, por ejemplo, el delito de maiestas, y desveló que había guardado el nombre de los informante­s de Sejano que habían procedido contra su madre y sus hermanos, y los condenó. Para entonces, ya había dilapidado buena parte del dinero acumulado por Tiberio, por lo que inició una política recaudator­ia, a caballo entre la originalid­ad y la vileza. A los ricos los acusó de delitos inventados y confiscó sus bienes. Paralelame­nte, introdujo impuestos sobre la comida, los porteros y las prostituta­s. Este último impuesto fue muy criticado, pero, curiosamen­te, perduró en los territorio­s romanos hasta finales del siglo v. De esa época de escasez económica data la leyenda según la cual montó un burdel en palacio con las mujeres de las élites. Al igual que en el caso de su caballo cónsul, aquello debió de ser, más bien, una de sus oscuras bromas, una especie de “andaos con ojo, que igual para llenar las arcas del Estado prostituyo a vuestras mujeres”. Si hubiera comprendid­o cómo iban a influir aquellas mofas en su imagen, quizá Calígula habría sido más comedido.

Genial estratega

Mientras se extendían los rumores sobre los movimiento­s de los bárbaros al otro lado del Rin, en 39 d. C., Calígula cruzó a galope tendido la bahía de Puteoli. En uno de sus más excéntrico­s episodios, el emperador hizo construir un puente flotante de cuatro kilómetros, se enfundó la armadura de Alejandro Magno y galopó sobre el mar. Después celebró un copioso banquete y desmanteló el puente.

Tal dispendio ha dado que hablar durante siglos a los historiado­res. Suetonio sostenía que, con aquella galopada, quiso demostrar que Trasilo, el astrólogo de Tiberio, tenía razón cuando dijo de él que tenía las mismas posibilida­des de ser emperador que de cruzar a caballo esa bahía. Séneca, que Calígula quiso emular el cruce del Helesponto por Jerjes. Josefo, que quería comparar su poder con el de Neptuno. En todo hay una parte de verdad.

Más allá de la aparente locura de la operación, Dando-collins recuerda que aquel puente lo levantaron los pretoriano­s, por lo que es probable que estuvieran entrenándo­se de cara a una campaña en el norte. Calígula, en efecto, planeaba atravesar el Rin, para lo cual se construirí­an varios puentes flotantes, y la maniobra en Puteoli permitiría a los pretoriano­s formarse en su construcci­ón. En cuanto al banquete, parece que hizo coincidir el entrenamie­nto con una festividad en honor a Neptuno, por lo que, hasta cierto punto, se justificab­a en el marco de una celebració­n religiosa. Respecto al protagonis­mo del emperador cruzando el puente al galope, a estas alturas ya conocemos lo bastante a Calígula como para saber que era dado al espectácul­o y que, como acto de propaganda, debió de pensar que la escena tenía gancho. En cuanto a la operación contra los bárbaros, Calígula la utilizó como una excusa. En realidad, su propósito era invadir Britania por sorpresa. Para tal fin, diseñó un plan que incluía reclutar dos nuevas legiones, almacenar gran cantidad de suministro­s, construir una nueva flota y erigir un faro en la costa gala, justo en el lugar desde el que se iniciaría la operación. Aquí vemos a Calígula como “un estratega militar increíblem­ente competente”, en palabras de Lee Fratantuon­o, que ha realizado un estudio sobre sus capacidade­s militares. El emperador partió a la guerra con sus hermanas Livila y Agripina en la comitiva, pero lo que parecía un gesto de amor venía con sorpresa. Al llegar a Lugdunum, ordenó arrestarla­s, junto a su amigo Lépido y a Getúlico, gobernador de Germania Superior. Los acusó de incesto y de conspirar para poner a Lépido en el trono. Más allá del primer cargo, las sospechas de Calígula estaban

fundadas. El emperador, que sabía que se estaba gestando un golpe de Estado, se aplicó en acumular pruebas contra los acusados antes de aplastarlo­s. Agripina y Livila fueron encarcelad­as en la misma prisión en la que estuvo su madre. Lépido y Getúlico fueron ejecutados. Parece que la principal instigador­a de la conspiraci­ón fue Agripina, madre, ya entonces, del futuro emperador Nerón. Con la llegada al mundo de su sobrina Julia Drusila, Agripina temía que la sucesión se le escapase entre las manos y decidió actuar. No sería la última vez en la que buscase hacerse con el poder.

La broma de las conchas

Calígula había sobrevivid­o, pero, según Séneca, tras aquel episodio empezó a dormir solo “tres horas de sueño agitado” y su confianza se vio muy mermada. Pese a ello, siguió adelante con las operacione­s militares previstas. Lanzó una serie de ataques al otro lado del Rin, para, por sorpresa, dar la orden de marchar contra Britania. Sin embargo, al llegar a la costa de Francia, desde la que partiría la expedición, ocurrió algo. El emperador se limitó a pedir a sus soldados que formasen en la playa y recogiesen conchas como botín de guerra.

Esta historia ha sido utilizada como prueba irrefutabl­e de la locura de Calígula, pero Chester Starr, experto en historia naval romana, opina que fue “objeto de una distorsión maliciosa” de las fuentes clásicas. Lo más probable es que los soldados de Calígula se amotinasen al saber que iban a invadir Britania. En el ánimo de las legiones pesaba una operación de fake news, montada por los britanos, que, conocedore­s del ataque, infiltraro­n a su gente en la Galia, dejando correr historias sobre los horrores que ocultaba aquella misteriosa isla. Para Starr, cuando Calígula vio aterroriza­dos y en rebeldía

a sus soldados, decidió humillarlo­s, obligándol­es a recoger las conchas como botín. Hoy son muchos los historiado­res que comparten su opinión.

En el año 40, el reinado de Calígula entraba ya en su recta final. Sin casi gente en quien confiar, el emperador se permitió algún disfrute extraordin­ario, como el de disfrazars­e y aparecer en los escenarios durante las representa­ciones teatrales. Algo que molestaba muchísimo a los senadores.

Calígula, que conocía el odio que estos le tenían, hizo famoso entre la élite a Protógenes, un siniestro liberto que se paseaba con dos libros a los que llamaba “espada y puñal” y que, supuestame­nte, contenían los nombres de los siguientes en ser ejecutados por orden del emperador. En cierta ocasión, Protógenes entró en el Senado y, tras ser saludado por un senador de nombre Escribonio, le espetó: “Tú que odias al emperador también me saludas”. El resto de senadores sacaron sus punzones de escribir y acuchillar­on a Escribonio. Después lo arrastraro­n agonizante por las calles, lo colgaron y arrojaron su cadáver al Tíber. Los senadores vivían tan aterrados por Calígula que habían entrado en un estado de demencia. Calígula, por su parte, temía tanto las conspiraci­ones que no cesó de alimentar ese miedo. Pero lo único que consiguió fue dejar a los senadores una única salida. El magnicidio.

El fin de los días

Tres conspiraci­ones de importanci­a se orquestaro­n contra Calígula en el año 40 d. C. Las dos primeras fracasaron, pero la tercera, liderada por un curtido militar de cuarenta y cinco años, Casio Querea, acabó por triunfar al año siguiente. Querea, tribuno de los pretoriano­s, tenía una voz suave, que provocaba la risa de Calígula. Fueran esas faltas de respeto o las motivacion­es políticas las que empujaron a Querea, lo cierto es que este se puso en contacto con pretoriano­s, guardias germanos y

senadores, que llevaban tiempo queriendo acabar con el emperador. El 23 de enero de 41 d. C. se daría el golpe. Ese día, Calígula asistía al teatro. Al salir del palco para refrescars­e, cruzó un túnel, y allí Querea asestó el primer golpe. Sus compañeros de la milicia lo siguieron, pero ningún senador atacó al emperador. Según Flavio Josefo, recibió treinta puñaladas. Tenía veintiocho años. Tras su asesinato, la guardia germana inició la persecució­n de los responsabl­es, pero no pudo dar con los auténticos conspirado­res. Por su parte, el pueblo romano montó en cólera y provocó disturbios en la ciudad. Los más iracundos eran los esclavos, pues Calígula les había concedido el derecho de presentar quejas contra sus amos por malos tratos. Los senadores, sin embargo, abandonaro­n en masa la ciudad. Los desfavorec­idos lloraban a Calígula. Las élites se alegraban de haberse librado del tirano. Querea y los militares implicados en el golpe se reunieron para restaurar la República, pero, para entonces, el grueso de los pretoriano­s, que sin emperador se habrían quedado sin trabajo, estaban en negociacio­nes para entronizar a Claudio, que no sabemos si estuvo o no implicado en el golpe. Sea como fuere, el sueño republican­o de Querea quedó en nada. Calígula sabía que aquella antigua forma de gobierno estaba anticuada. Lo moderno era la autocracia, y él se había aplicado a ella con pasión, sin disimulo, contrariam­ente a lo que había hecho Augusto. En cierto modo, el hijo de Germánico se había adelantado a esa Roma que no llegó a su misma conclusión hasta que el emperador fue asesinado. ●

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 ??  ?? Estatua de Calígula en el Museo Arqueológi­co Nacional de Nápoles. Su reinado sigue despertand­o pasiones entre los expertos.
Estatua de Calígula en el Museo Arqueológi­co Nacional de Nápoles. Su reinado sigue despertand­o pasiones entre los expertos.
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xvii. Según Suetonio, la megalomaní­a del emperador lo llevó a construir dos palacios flotantes para su placer en el lago Nemi. Recreación de uno de ellos en un dibujo de Nicolaes Witsen, siglo
 ??  ?? La leyenda negra de Calígula señala que nombró cónsul a su caballo Incitato, con el que compartirí­a mesa y mantel.
La leyenda negra de Calígula señala que nombró cónsul a su caballo Incitato, con el que compartirí­a mesa y mantel.
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xix. Los senadores temían los prontos del emperador y no tardaron en conspirar contra él. En la imagen, entrada en el Senado de Apio Claudio el Ciego, anterior a la época de Calígula, en un fresco de Cesare Maccari, del siglo
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 ??  ?? A la izqda., un grabado en cobre, de 1780, muestra la rivalidad entre Calígula y el militar Casio Querea, líder de la revuelta contra aquel.
A la izqda., un grabado en cobre, de 1780, muestra la rivalidad entre Calígula y el militar Casio Querea, líder de la revuelta contra aquel.
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A la dcha., el asesinato de Calígula, por el pintor barroco del siglo xvii Lazzaro Baldi. La mujer del emperador, Milonia Cesonia, y su hija, Julia Drusila, fueron, igualmente, víctimas de los conspirado­res.
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