El soldado Clark Gable
En mayo de 1943, un B-17 norteamericano se disponía a bombardear el aeródromo de Courtrai (Bélgica). Para evitarlo, las baterías antiaéreas alemanas envolvieron al grupo en una tormenta de fuego. Sus cazas hubieran rematado el trabajo de no haber sido por las numerosas ametralladoras del B-17; no en vano, estas naves eran apodadas Fortalezas Volantes. Pero si ese día los pilotos germanos hubieran conocido la identidad de uno de los tripulantes, quizá habrían apuntado mejor. Desde la torreta superior, les había disparado Clark Gable (1901-1960). Tratándose de una leyenda de Hollywood, el mando de la Luftwaffe ofrecía una recompensa para el que lo derribara. En caso de que la fatalidad sobreviniera, Gable prefería estrellarse antes que ser exhibido en Alemania. Aunque, según contaron sus compañeros, detrás de aquello no había solo un héroe, sino también un hombre atormentado. De hecho, cuando un año antes le ofrecieron entrar en la Fuerza Aérea, estaba al borde del suicidio. El motivo: la reciente muerte de Carole Lombard (1908-1942), su esposa. Algún piloto comentó, incluso, que el actor parecía haberse alistado para “reencontrarse con ella”. Sea como fuere, se ganó el respeto de sus camaradas.
No así el de la productora de películas MGM, que prefería los héroes de ficción a los de carne y hueso. Para ellos, Gable estaba allí solo para grabar un documental propagandístico, y, como dijo su cínico presidente, Louis B. Mayer (1884-1957), “una estrella de cine muerta no sirve para nada”.
Las presiones surtieron efecto, y en 1944 reanudó su carrera profesional. A excepción del filme Mogambo (1953), nunca más le acompañarían los éxitos de antaño. Tampoco en su vida amorosa. Siguió siendo un coleccionista de amantes, pero ninguna logró llenar el vacío de Carole, su verdadero amor.