Los ángeles de Vasily
Hasta el 23 de mayo, el Guggenheim Bilbao presenta esta muestra del artista
Kandinsky nunca llegó a visitar Estados Unidos, pero recibió numerosas propuestas del país americano. Tres mujeres y una pareja de millonarios fueron claves en la promoción trasatlántica de su obra.
Magnate al rescate
Solomon R. Guggenheim adquirió Composición 8 en 1930, durante una visita a Dessau, probablemente a instancias de su esposa, Irene. Fue la primera de las 150 obras que hoy conforman una de las principales colecciones mundiales sobre Kandinsky. Desafiando el gusto de sus compatriotas, Guggenheim rescató numerosas obras de “arte degenerado” e inauguró con ellas el neoyorquino Museum of Non-objective Painting en 1939.
Hilla Rebay, la experta
Cuando la baronesa Hildegard von Rebay emigró a Nueva York en 1927, quedó defraudada por su conservadurismo. “América carece de estilo”, escribió. “Soy demasiado moderna para este país”. Convertida en asesora artística de los Guggenheim, convenció al matrimonio de apostar por el arte europeo más innovador y colaboró en la génesis del museo.
Katherine Dreier, la teósofa
Pintora y mecenas, Dreier organizó la primera exhibición individual de Kandinsky en Nueva York y nombró al artista vicepresidente honorario de la Société Anonyme, dedicada a la difusión del arte contemporáneo en Estados Unidos, a la que también pertenecieron Man Ray y Marcel Duchamp. Su amistad con Kandinsky, con quien compartía la pasión por la teosofía y el ocultismo, duró toda la vida.
Galka Scheyer, la quinta azul
Amiga de los integrantes del grupo Der Blaue Reiter, convenció a Kandinsky, Klee, Jawlensky y Feininger de repetir la fórmula en exposiciones colectivas en Nueva York y Los Ángeles, bajo el nombre The blue four. Desafiando el gusto local y el crac del 29, logró abrir mercado para la obra de Kandinsky.
Su fama, ya internacional, va de la mano de una incomprensión casi universal
fundada Bauhaus, modernísima escuela de artes aplicadas cuyo profesorado es un auténtico dream team: Lyonel Feininger, Paul Klee, Oskar Schlemmer, Johannes Itten y, más adelante, Josef Albers, László Moholy-nagy o Mies van der Rohe. El rigor que exige la actividad académica, el espíritu práctico del centro y el contacto con sus compañeros de claustro, algunos de ellos constructivistas, se notan en sus cuadros, que se vuelven más geométricos, reposados y analíticos, siempre sin perder de vista sus influencias de siempre: el colorido del folclore ruso o de los vitrales bávaros, el dinamismo y la musicalidad. Para iniciar a los estudiantes en los secretos de la composición, publica Punto y línea sobre el plano (1926), que casi un siglo después sigue en las librerías como manual de cabecera para pintores y diseñadores gráficos. Pese a estos logros, la Bauhaus tampoco fue un camino de rosas para el ruso. La escuela hubo de trasladarse de Weimar a Dessau por presiones ultraderechistas, y una vez allí, fueron los alumnos y un nuevo director, Hannes Meyer, quienes presionaron en sentido opuesto, tildando a Kandinsky y a Klee de elitistas. Su “mirada interior” no tenía cabida en un programa pedagógico cada vez más industrial, donde la forma era la función y cada diseño debía demostrar su utilidad.
Insuflando vida
La llegada de Hitler al poder, en 1933, marca el punto de inflexión definitivo en la carrera del germano-ruso. Por tercera vez en su vida, este artista apolítico se ve obligado a huir por razones políticas. Al principio sueña con regresar pronto a Alemania, pero el régimen nazi sentencia su exilio definitivo, incluyendo su obra en la exposición “Arte degenerado”. Pasará sus últimos años, marcados por la Segunda Guerra Mundial y la escasez económica, en Neuilly-sur-seine, cerca de un París que apenas tendrá tiempo de ver liberado. Su fama, ya internacional, va de la mano de una incomprensión casi universal. La abstracción que triunfa es la alegre geometría de Mondrian, que a Kandinsky le parece decorativa y superficial. En su opinión, “la forma sin contenido no es una mano, sino un guante vacío, lleno de aire”. También es agridulce su relación con el Surrealismo, dueño y señor de la vanguardia parisina: el psicoanálisis y el automatismo poco tienen que ver con su disciplinada búsqueda de trascendencia.
Su mundo se empequeñece. El tamaño de sus cuadros, también. Pero en ellos bullen nuevas y fantásticas criaturas, formas biomorfas inspiradas en su colección de libros de ciencia y también (aunque se niega a admitirlo) en los trabajos de Joan Miró y Jean Arp. Crear vida fue el testamento pictórico de un artista que dedicó su carrera a inventar universos que explicaran el nuestro. ●