Una zona convulsa
El área en que tuvo lugar el hallazgo se caracteriza por su comprometida accesibilidad y su inestabilidad
A pesar de que la cultura tayrona se extinguió en apenas un siglo de guerras y enfermedades, los españoles nunca pudieron domar la escabrosa Sierra Nevada de Santa Marta. Los supervivientes, durante su colapso, se refugiaron en las zonas más apartadas de la montaña, y allí se reorganizaron. Así pasaron los siglos hasta que, ya entrado el xx, los colonos comenzaron a poblar las montañas.
De entre aquellos campesinos que se encontraban con objetos arqueológicos en sus campos de cultivo y demás colonos, pronto surgieron ladrones de tumbas. La apertura de la carretera que se abre paso entre el mar y la vertiente norte ayudó a incrementar la intensidad de las migraciones que alumbró en los años setenta, además de la bonanza marimbera, la fiebre de la guaquería, contando con un amplio mercado de coleccionismo y un sindicato que reunía a cinco mil profesionales.
El hallazgo de Ciudad Perdida no solo revirtió la profanación y dio empleo a los antiguos guaqueros, sino que sirvió para poner en el mapa la Sierra Nevada de Santa Marta tras décadas de olvido y desprecio a los indios que la habitan. La vieja civilización había guardado bajo tierra sus tesoros, que representaban las fuerzas espirituales y su sabiduría. Por esa razón, los indígenas pidieron dejar de hacer excavaciones para apaciguar el daño a la tierra. Pero, tras años de expolio y maltrato, el daño ya estaba hecho. La colonización campesina, los cultivos ilícitos y la guaquería dieron paso a un conflicto armado que ha desangrado la vertiente norte. Los indígenas (arriba, varios miembros de la tribu kogui) tienen respuesta al desmán: el desequilibrio ha sido generado por las profanaciones.