ERROR DE CÁLCULO
El “cuñadísimo” de Franco llegó a ser el número dos del régimen. Su desmedida ambición personal y su acercamiento al nazismo provocarían su declive.
En 1940, Ramón Serrano Suñer estaba en el apogeo de su poder. Desde su posición como ministro de la Gobernación, se había convertido en el principal consejero político de Franco, artífice de la construcción del nuevo Estado franquista y de su aparato propagandístico, jefe de la policía (el director general de Seguridad era un hombre de su confianza) y presidente de la Junta Política de Falange tras la unificación en 1937 del partido fundado por José Antonio Primo de Rivera (de quien Suñer había sido amigo y era albacea testamentario) con los monárquicos carlistas de Comunión Tradicionalista.
En octubre de ese año, Suñer añadió un nuevo cargo a su lista: ministro de Asuntos Exteriores. Estrenó nombramiento recibiendo en Madrid con todos los honores a Heinrich Himmler, jefe de las SS y de la policía nazi. Juntos prepararon las medidas de seguridad de la reunión que se iba a celebrar el 23 de octubre entre Franco y Hitler en Hendaya y acordaron estrechar la colaboración entre la Gestapo y las fuerzas policiales franquistas, con el fin de reforzar las medidas represivas puestas en marcha por la Seguridad del Reich contra los republicanos exiliados en los territorios ocupados. Durante los siguientes meses, Suñer continuó con su agenda exterior, llevando las negociaciones con Alemania e Italia para ampliar la cooperación policial y sobre la posible entrada de España en la guerra (tarea compartida con otros interlocutores, entre ellos el general Juan Vigón). A su vez, en política interior, maniobró para acelerar el proceso de fascistización del régimen de Franco, convencido, como explica en sus memorias, de que las fuerzas del Eje ganarían la contienda y España recibiría un trato de favor en la configuración del nuevo orden