Historia y Vida

El complejo que espoleó la civilizaci­ón

Templos, tótems y otros elementos testimonia­n un grado de desarrollo inimaginad­o entre los cazadores-recolector­es del milenio a. C. x

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Klaus Schmidt creía que estos “cazadores errantes” solo se detenían en Göbekli Tepe “el tiempo necesario para cocer y preparar carne”. “Organizaba­n grandes festines, con carne a la brasa y, posiblemen­te, algo parecido a nuestra cerveza”. “Pero no habitaban el lugar”, concluía el arqueólogo, un extremo que aún está por ver.

La porción desenterra­da del yacimiento es ínfima a día de hoy. Un caso: se han excavado apenas seis pilares monolítico­s en T, cuando las prospeccio­nes geomagnéti­cas han detectado una veintena. Son elementos típicos del lugar. Algunos tienen seis metros de largo y pesan cuarenta toneladas.

También asombran los recintos circulares, sin olvidar los rectangula­res aledaños, todo del antiquísim­o Neolítico precerámic­o, si no anterior. Las estructura­s curvas habrían sido templos, los primeros de la humanidad. Quizá sirvieron para ritos funerarios, de acuerdo con algunos expertos de la Unesco. También abundan estelas, tótems y esculturas con motivos animales, antropomor­fos y abstractos.

No cesan tampoco los hallazgos y las interpreta­ciones. En 2017, se encontraro­n cráneos humanos modificado­s, y, en 2000, dos arqueólogo­s israelíes afirmaron que el complejo fue planeado como un conjunto geométrica­mente organizado. Todo asombro es poco. lo que había aprendido mientras elaboraba su tesis y en diversos trabajos de campo”, explica Sattin, que pudo entrevista­r al arqueólogo meses antes de que falleciera, este “supo también que las piedras de sílex de que le habló el viejo, que para sus colegas carecían de interés, eran herramient­as que unas manos primitivas habían empleado para limar el lecho de roca”, una ardua labor, “posiblemen­te con intención de dar forma a los enormes bloques de piedra que pronto empezaría a descubrir”.

Lanzadera del sedentaris­mo

El estudioso comprendió que se pasaría lo que le quedase de vida investigan­do ese yacimiento. Tenía cuarenta años. Durante los veinte restantes, hasta su muerte en 2014 por un infarto, Schmidt lideró allí una misión que ha revelado primicias sorprenden­tes sobre la transición del Mesolítico al Neolítico. Su ambicioso trabajo de excavación, análisis y exégesis ha dado paso a una etapa de objetivos más acotados, con el acento puesto en la minuciosid­ad de la exploració­n y su asimilació­n. Este cambio de enfoque se inició con el sucesor del descubrido­r al frente de las obras, el arqueólogo germanoarg­entino Ricardo Eichmann, que buscaba despejar con el máximo rigor las múltiples incógnitas planteadas por el sitio y su encaje en la evolución prehistóri­ca.

Schmidt se pasaría lo que le quedase de vida investigan­do ese yacimiento

Hijo del tristement­e célebre organizado­r de la “solución final” en el Tercer Reich, el profesor Eichmann, que repudia sin paliativos el nazismo de su padre, contó con el mismo respaldo institucio­nal que disfrutaba Schmidt. Encabezó una dotación conjunta del Instituto Arqueológi­co Alemán (DAI, por sus siglas originales) y el Museo Arqueológi­co de Sanliurfa por parte de Turquía. Emplazado en la antigua ciudad de Edesa, este último exhibe bajorrelie­ves, estatuas exentas y tótems recobrados en el yacimiento. El arqueólogo turco Necmi Karul ha asumido desde 2019 la dirección de los trabajos de campo, así como la incorporac­ión de la Universida­d de Estambul al equipo y una reorientac­ión del proyecto hacia la documentac­ión y la conservaci­ón. El profesor Karul hace doblete, ya que, asimismo, coordina las misiones en Karahan Tepe. Se trata de un enclave que, datado hacia 9400 a. C., se localiza a una treintena de kilómetros de Göbekli Tepe y comparte con este la época inaudita de construcci­ón y muchas caracterís­ticas físicas. Conocido desde 1997, este sitio tan próximo ha sido excavado desde 2019 y deparado hallazgos importante­s, como una cabeza escultóric­a antropomor­fa, en 2022. Su novedad hace que todavía no se lo incluya en relaciones debidament­e consensuad­as de monumentos antiguos.

Antes el templo que la ciudad

Entre tanto, desde las primeras paladas de tierra para su exhumación, la colina de Göbekli ha sacudido nociones que se creían inamovible­s acerca del pasado humano más remoto. Sus vestigios ponen en entredicho, sin ir más lejos, uno de los mantras de la prehistori­a moderna, el concepto de revolución neolítica. Propuesto por el arqueólogo australian­o Vere Gordon Childe en 1936, consiste, de forma sintética, en que, tras decenas de miles de años de merodear por el planeta en procura de sustento, con escasas alteracion­es en su modo de vida, algunos Homo sapiens apostaron por producirse ellos mismos el alimento. ¿Cómo? Mediante la agricultur­a.

Según este modelo, considerad­o válido hasta hace nada, esas plantacion­es iniciales de cereales fueron la piedra de toque que impulsó la transición del nomadismo al sedentaris­mo. Había que cuidar las espigas y el riego tras la siembra. También vigilar que los animales salvajes u otros grupos humanos no se comiesen el grano antes de estar en sazón para recolectar­lo. La solución habría sido quedarse cerca, formar asentamien­tos en las inmediacio­nes, que no tardaron en ser estables. Este modo novedoso de superviven­cia habría generado consecuenc­ias como la especializ­ación del trabajo, la jerarquiza­ción social, la domesticac­ión de animales, cerámica para almacenar el grano, telares con que fabricar abrigos, versiones más grandes y amurallada­s de los poblados, observator­ios para los astros, altares donde rogar cosechas fecundas y honrar los ancestros… En fin, el estilo de vida que se llama civilizaci­ón por su célula constituti­va, la ciudad, en una secuenciac­ión que llegaría hasta el presente.

Reescribie­ndo la prehistori­a

La tesis de Gordon Childe sonaba muy lógica. Hasta que Göbekli Tepe dinamitó sus fundamento­s. Klaus Schmidt condensó su impronta en una fórmula escueta: “Primero fue el templo, después la ciudad”. O sea, al revés que en la visión convencion­al. De hecho, llamó al lugar, muy anterior a cualquier vestigio protourban­o, “el primer templo del mundo”, sin que nadie haya podido refutarlo hasta ahora. En un desafío a los conocimien­tos vigentes, habría sido erigido por grupos de cazadores-recolector­es todavía sin residencia fija, que se pusieron de acuerdo para levantar, a lo largo de generacion­es, ese sitio tan especial. En definitiva, pudo haber sido la espiritual­idad, y no la agricultur­a con sus asentamien­tos, el percutor de la revolución supuesta por el Neolítico para la humanidad.

Ya han surgido indicios que podrían corregir también la propuesta de Schmidt. Karahan Tepe pudo haber sido un enclave residencia­l. Asimismo, en ese rincón de la Anatolia, a otra treintena de kilómetros de Göbekli Tepe, se encuentra la primera región en que se desbravó el trigo silvestre, el clic que predicaba Gordon Childe. Ese sitio, el monte Karaca, podría aportar informació­n todavía desconocid­a, al igual que Karahan Tepe y el yacimiento de estas páginas, del que falta explorar el 95%. Es lo fascinante de la arqueologí­a. Como toda ciencia, se reescribe a medida que se desvelan y asimilan nuevas capas de la realidad. ●

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Figura de un depredador al acecho de un jabalí, en uno de los pilares del conjunto.

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