El espejismo de la paz
Hace treinta años, un apretón de manos dio la vuelta al mundo. El líder palestino, Yasir Arafat, y el entonces primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, sellaban con ese gesto, ante la mirada de Bill Clinton en la Casa Blanca, el acuerdo que acababan de pactar. Un acuerdo que permitía crear un autogobierno provisional, aunque con limitaciones, para los palestinos. Tras una cumbre multilateral en Madrid y dos años de complicadas negociaciones en Oslo, en 1993 llegaba esta gran esperanza de paz para un conflicto que se inició poco después de la Segunda Guerra Mundial. Fue un espejismo. Como sucedió tras los primeros Acuerdos de Camp David, este acercamiento enconó a las facciones más extremistas, hasta el punto de que el propio Rabin sería asesinado por un joven radical israelí, al término de un acto pacifista. Aquel prometedor hito entre Israel y Palestina colapsó, y los asuntos problemáticos que sobrevolaron los Acuerdos de Oslo, como la cuestión de Jerusalén, los asentamientos y el destino de los refugiados, siguen todavía latentes. Los intentos para la resolución de este conflicto, bautizado como la nueva “guerra de los cien años”, se iniciaron casi antes que la propia contienda. Después de tres décadas de dominio, los británicos decidieron abandonar en 1948 su protectorado en Palestina. La ONU estableció previamente un plan de partición, en el que se trazaron artificialmente unas nuevas fronteras, pero fue rechazado por los árabes al considerarlo desequilibrado. Aquello dio pie al primer enfrentamiento abierto. Desde entonces, se han sucedido las reivindicaciones por uno y otro lado, las confrontaciones armadas, las acciones terroristas y las conferencias de paz infructuosas. El dilema de los “dos Estados” sigue ahí, pero ha bajado su popularidad. Esa idea, concebida a mediados del siglo xx, ha ido perdiendo fuelle por la radicalización de ambos bandos y las propias divisiones internas. Ante la actual escalada, la paz parece cada vez más utópica. ●