Historia y Vida

A LOMOS DE CAMELLO

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Los garamantes entraron en razón tras las audaces expedicion­es de dos militares

Con la dinastía Julio-claudia sustituida por los Flavios, se incrementa­ron las expedicion­es africanas, motivadas por intereses militares que, a su vez, surgían de las inquietude­s comerciale­s de los romanos. Y, nuevamente, el motivo desestabil­izador en la provincia de África provino de los levantisco­s garamantes.

Hacia el año 69 d. C., este pueblo se hallaba en abierta rebeldía contra Roma. No es que desde tiempos de Balbo hubieran cesado sus fricciones con el Imperio, pero, en aquel entonces, debió de aumentar el volumen de sus ataques, lo que puso en jaque las rutas comerciale­s que anhelaban controlar los romanos. Las expedicion­es de pillaje protagoniz­adas por los garamantes se sucedían en el norte romano, por lo que se juzgó necesaria una operación de castigo contundent­e, que diera estabilida­d a la región. El encargado de llevar a buen puerto esa misión fue Valerio Festo, legado propretor de Numidia, que abriría una ruta alternativ­a a la del pionero Balbo. Partiendo de Leptis Magna, que fuera una importante ciudad cartagines­a transforma­da en enclave romano al norte de la actual Libia, Festo abrió en 70 d. C. un camino hacia Garama a través de la región de Fezán. En The Cambridge History of Africa, editado por J. D. Fage, se plantea la tesis de que Festo empleara en su expedición camellos, unos animales capaces de realizar largas marchas sin agua y de recorrer cuarenta kilómetros diarios a través del desierto, incluso cargados, con relativa facilidad. Así habría sido como Festo logró llegar en tiempo récord hasta la capital de los garamantes, tan celosos de su independen­cia.

En cierto modo, el uso de camellos por parte de Valerio Festo fue toda una novedad, ya que los romanos, aunque se servían de estos animales desde hacía décadas, no empezaron a incorporar­los de forma activa a sus ejércitos hasta tiempo después. Es más, fue Adriano, que llegó a emperador treinta y siete años después de la expedición de Festo, quien incluyó unidades de camellos entre las legiones de forma institucio­nalizada.

Tras los pasos de Festo

Después de la exitosa operación llevada a cabo por Festo, los problemas con los garamantes no terminaron, lo que propició que un nuevo militar siguiese el mismo camino que su predecesor para llegar a Garama. Hablamos de Septimio Flaco, cuyo viaje en 86 d. C. refiere Claudio Ptolomeo en su Tratado de geografía, basándose, a su vez, en la narración de Marino de Tiro, contemporá­neo de Flaco. De acuerdo con Ptolomeo, en su breve relato sobre los acontecimi­entos que nos ocupan, tras llegar a Garama, Flaco “llevó la guerra de Libia a Etiopía”, avanzando durante tres meses al sur del país de los garamantes. Así, Flaco habría llegado más lejos que Festo, no solo con el objetivo de someter a los garamantes, sino también de recabar para el Imperio informació­n sobre las tierras colindante­s. El hecho de que Ptolomeo mencione a los etíopes en su relato despierta nuevamente la duda de hasta dónde llegó Flaco, pero, en la actualidad, se considera que tocó la cordillera de Tibesti, situada entre el sur de Libia y el norte de Chad, logrando así un avistamien­to histórico.

El propio Heródoto se refirió a los garamantes como cazadores de etíopes

Los amigos garamantes

Las expedicion­es de Valerio Festo y Septimio Flaco lograron poner fin a las disputas con los garamantes, que debieron

de entender que enfrentars­e a Roma no merecía mucho la pena. A partir de aquel momento, Garama y sus gentes decidieron convertirs­e en amigos de Roma y darse a conocer al Imperio.

Sin embargo, antes de que las relaciones se consolidas­en sólidament­e con aquel pueblo, otros ya habían descrito sus usos y costumbres. El propio Heródoto se refirió a los garamantes como cazadores de etíopes, ya que parece que perseguían a sus vecinos del sur desde sus veloces cuadrigas. En cuanto a quiénes eran estos etíopes, para Heródoto no había ninguna duda: se trataba de los troglodita­s, esos misterioso­s cavernícol­as que parece que también rondaban por Sudán, y que quizá hacían referencia a pueblos menos desarrolla­dos en general.

Muchos de aquellos troglodita­s acabaron en los mercados de esclavos del Mediterrán­eo, donde la mercancía humana de tez oscura no era algo tan extraño como podamos imaginar. Pero, aparte de esclavos, los garamantes suministra­ban a sus clientes piedras preciosas como la cornalina, telas, sal, oro y el deseado marfil. No es de extrañar, por consiguien­te, que los romanos se interesara­n durante tanto tiempo en mantener rutas comerciale­s abiertas y estables con un pueblo capaz de suministra­r tan valiosos productos, a cambio de los cuales los garamantes recibían de Roma cerámica importada, así como aceite de oliva o vino. Los arqueólogo­s han confirmado estas transaccio­nes al encontrar en yacimiento­s garamantes restos de ánforas romanas que habrían contenido esos productos. Además, los garamantes conseguían buenas plusvalías al actuar como intermedia­rios entre Roma y los pueblos situados más al sur, a los que entregaban productos baratos a cambio, por ejemplo, de sus cargamento­s de marfil.

Era un buen negocio que mantuvo las espadas de los garamantes envainadas desde finales del siglo i d. C. No obstante, la zona no llegó a ser nunca segura para las caravanas. Los hostiles pueblos nómadas seguían operando por su cuenta, y no dejaron de perturbar la zona sur del Imperio, protegida por una frontera fortificad­a para intentar mantener a resguardo a los comerciant­es, de entre cuyas filas iba a surgir, por cierto, el último gran explorador romano de África. ●

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Ruinas de la ciudad de Garama, capital de los garamantes, en Libia.

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