ESPERANDO AL 2017 CON LA MIRADA DE UN NIÑO

Llevo media vida escuchando que según te vas haciendo mayor, los años, las vivencias, la experiencia, las penurias y la monotonía van ahogando, poquito a poquito, al niño que llevamos dentro. Que ya no nos emociona ni nos sorprende lo mismo, ni en la misma medida. Que cada vez es más difícil encontrar algo con lo que ilusionarse. Que aquello que amabas lo acabarás aborreciendo. Pero, como en toda mentira, en esas frases hay un poso de verdad, y es cierto: cada vez me es más frecuente pensar que esto ya lo he visto, vivido, leído o escuchado. Pero, paralelamente, también es cierto que las pequeñas sorpresas con las que se va topando uno saben mejor. Como llegar a un Oasis en mitad del desierto. En este sentido, y entrando ya en materia jugable, parece que 2017 va a venir cargadito de emociones.

No os voy a ocultar que desde comienzos de diciembre, tengo un enorme cosquilleo en la tripa. Uno que no sentía desde hace mucho tiempo. Un "hormigueo" que es el reflejo de un nerviosismo inocente, ilógico y, sin herir sensibilidades, hasta infantil, ante algunas de las cosas que nos esperan en 2017... año que promete ser intenso desde sus primeros compases. Y es que, sólo en enero, voy a poder tomar contacto con dos de los lanzamientos que, con más ansia y deseo, espero. El primero tendrá lugar el 13 de enero, en la presentación de Nintendo Switch, HC donde podremos probar la consola y sus primeros juegos en primicia. Sólo esa estampa, el simple hecho de verme con la consola entre las manos saboreando BreathoftheWild, sencillamente, me pone "nervioso". Un nerviosismo semejante al de la noche del 5 de enero, ante lo inesperado, la sorpresa, lo nuevo, lo que nos saca de lo cotidiano. Al mismo nivel está el otro gran momento de enero, el lanzamiento de ResidentEvilVII, del que llevaremos el análisis en el próximo número. Hacía tiempo que, de nuevo, no tenía unas ganas tan intensas, obsesivas y al mismo tiempo encontradas (¡¿tendré "huevos" para jugarlo con PS VR?!) de sumergirme en un juego de terror. Sólo recuerdo haber tenido esa sensación "de necesidad" con el primer Silent Hill, cuando llegó al mercado americano por la puerta de atrás y lo pude probar antes de llegarnos censurado. Y esto, amigos, sólo en las primeras tres primeras semanas del año. Prefiero no pensar en lo que vendrá detrás y disfrutar de esa "desazón", de esa inquietud, de ese deseo que cada vez parece más complicado despertar por parte de una industria anclada en la repetición de ideas y esquemas. Quizá, también quiera regocijarme en ese "ardor" para recordarme lo equivocada que estaba la persona que, hace 18 años, me dijo que algún día me cansaría de este mundillo: 18 años después sigo con esa mirada de crío, aunque sea más dura y envejecida.

Tengo un "hormigueo" en la tripa, que es el reflejo de un nerviosismo inocente, ilógico y casi infantil, por lo que nos espera en 2017...