Nuevas hojas en el árbol espiritual
La fórmula jugable de la primera entrega sigue vigente en esta secuela, pero Moon Studios la ha ampliado en todas las dimensiones posibles, con entornos más variados, habilidades inéditas, peligrosos jefes o pruebas rejugables. Es sensacional.
Escenarios. Se ha aumentado el número y el tipo de entornos, cada uno de los cuales cuenta con mecánicas únicas. Hay un desierto cuyas arenas podemos surcar, una laguna donde bucear, una cueva oscura donde arrimarse a unas luciérnagas...
Combate. En la primera entrega, sólo había una pequeña mota de luz que acompañaba a Ori y atacaba de forma semiautomática. Esta vez, el protagonista cuenta con armas como una espada, un arco o una lanza que se manejan manualmente.
Rejugabilidad. Se han añadido dos tipos de desafíos que se pueden repetir cuantas veces queramos. Por un lado, hay carreras plataformeras que nos enfrentan a los fantasmas de otros jugadores; por otro, santuarios donde derrotar a oleadas de bichos.
Habilidades. El juego no sólo nos otorga poderes de forma constante, sino que nos obliga a usarlos activamente. Cada área suele estar pensada para explotar un truco concreto, lo cual se traduce en una gran variedad. Nunca hay sensación de "déjà vu".
Jefes. El crecimiento del combate ha traído consigo la presencia de numerosos jefes finales. Algunos son bastante sencillitos, pero hay dos en concreto que a nosotros nos han hecho sudar sangre. Lo bueno es que hay tres niveles de dificultad.
Guardar partida. El primer juego obligaba a generar puntos de salvado de forma manual, lo cual tenía cierto riesgo. Esta vez, se ha optado por un sistema de puntos de control automáticos: si morimos, reapareceremos cerca y en unos segundos.