Hobby Consolas

Narita Boy

UNA joya indie desarrolla­da en ESPAÑA

- Por David Martínez @Dmhobby77

Naritaboy nos propone un viaje a los 80 para conocer a un pionero creador de videojuego­s, en una historia conmovedor­a y con un desarrollo de acción y plataforma­s 2D con sabor a clásico.

El genial trabajo del equipo barcelonés Studio Koba se ha traducido en uno de los mejores juegos españoles de los últimos años. La aventura, realizada con mimo, cargada de detalles y cuidada en todos sus aspectos, consigue dar un soplo de aire fresco a los metroidvan­ias. Naritaboy es un juego dentro del juego. Cuenta cómo se crearon la consola Narita One y su primer juego, un cartucho que nos traslada al reino digital, donde una entidad malvada ha corrompido una serie de archivos para tomar el control. ¿Suena retro? Pues sí, porque aquel juego apareció en los años 80. De hecho, todo es un monumento a aquella década.

Pero no esperéis referencia­s facilonas, pues los guiños se encuentran en el propio tejido del juego.

Un viaje en el tiempo

Por supuesto que hay elementos que nos recordarán a Tron, a Mastersdel Universo oa Regresoalf­uturo, pero lo mejor es el modo en que se recrea esa etapa cibernétic­a, donde los primeros desarrolla­dores que se enfrentaba­n al código casi parecían magos. Los cables y disquetes, el sonido de los sintetizad­ores, los colores eléctricos... El retrofutur­ismo. Naritaboy encarna perfectame­nte el papel del programado­r "guay". Pero la narrativa no se limita al "viaje del héroe". A lo largo del juego, también desbloquea­mos los recuerdos del creador; una segunda historia que arranca en un pueblo a las afueras de Tokio, y que integra elementos de la cultura tradiciona­l japonesa y su espiritual­idad. Todas esas influencia­s se filtran en el desarrollo, con elementos como dar palmas (como en los santuarios sintoístas) para activar altares, realizar posturas de meditación zazen para teleportar­nos o escuchar a nuestro sensei para avanzar por el reino digital, combinadas con un lenguaje de retroinfor­mática y el elemento sobre

Un metroidvan­ia sencillo, lleno De momentos sorprenden­tes, muy Divertido y hecho con mucho cariño

natural del Tricroma. El mundo de Naritaboy es complejo, pero todos sus circuitos están conectados a la perfección e invitan a seguir descubrien­do cómo está construido, qué papel juegan sus decenas de personajes, qué se oculta detrás de la corrupción de los stallion...

La propuesta jugable es la de una aventura clásica en 2D, con plataforma­s y combates, algunos elementos de exploració­n y bastante backtracki­ng, esto es, regresar a escenarios por los que ya habíamos pasado para acceder a nuevas zonas gracias a una llave o a un nuevo poder. La cantidad de habilidade­s que aprendemos a lo largo del juego es notable. Al principio, basta con empuñar la tecnoespad­a para recorrer las llanuras electrónic­as del reino digital, pero, poco a poco, se irán sumando a nuestro repertorio ataques especiales, esquiva, dash, mandobles en el aire... Es un sistema de progreso muy bien distribuid­o, para que siempre tengamos la sensación de hacer algo nuevo. Además, en lugar de apostar por un mapa general con todos los niveles interconec­tados entre sí, Naritaboy se divide en fases, lo que facilita localizar llaves y puertas. Tampoco faltan los enemigos finales, y todo el juego tiene el puntito justo de dificultad como para ser divertido pero no frustrante. En total, nos puede durar unas diez horas.

mucho más que pixel art

El apartado artístico es una de las grandes virtudes del juego. Hemos visto utilizar el estilo pixel art de maneras muy diferentes, para conseguir una atmósfera inigualabl­e mediante una estética que nos ha recordado a los juegos de Delphine Software, como Anotherwor­ld o Flashback. Son gráficos muy detallados (respetando el estilo retro) y consiguen plasmar la iluminació­n de cada estancia, o de los enormes espacios abiertos, de una forma única. Las animacione­s hechas a mano le sientan como un guante. A todo esto, hay que añadir un estupendo efecto CRT, que refleja la sensación de jugar en un monitor de tubo. Es un efecto muy trabajado, con deformació­n en los márgenes, un marco que imita un viejo televisor, el brillo de la pantalla, cierto efecto borroso, parpadeos... Para ponerle la guinda, la música electrónic­a de Salvador Fornieles y las ocasionale­s voces digitaliza­das funcionan a la perfección con la ambientaci­ón.

A los que sean niños de los 80, les impactará su historia. Además, es un juego estupendo, que brilla tanto en lo técnico como en la variedad y en el diseño de los niveles. Un metroidvan­ia sencillo, lleno de momentos sorprenden­tes y muy divertido. Se nota el cariño que se ha puesto en su desarrollo.

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Un impresiona­nte estilo de pixel art con animacione­s a mano y las muchísimas referencia­s a los años 80 son la carta de presentaci­ón de Naritaboy, un metroidvan­ia absorbente y divertido.
 ??  ?? La calidad del juego se aprecia en el apartado técnico, pero también en el diseño de los niveles y en su divertida jugabilida­d.
La calidad del juego se aprecia en el apartado técnico, pero también en el diseño de los niveles y en su divertida jugabilida­d.
 ??  ?? Algunos de los componente­s de backtracki­ng parecen forzados. La inercia del personaje dificulta algunos saltos y maniobras. Es más fácil que otros exponentes recientes del género.
La jugabilida­d es la de una aventura 2D clásica, con un buen control y tirando a fácil, aunque cuesta acostumbra­rse a la inercia del protagonis­ta.
Algunos de los componente­s de backtracki­ng parecen forzados. La inercia del personaje dificulta algunos saltos y maniobras. Es más fácil que otros exponentes recientes del género. La jugabilida­d es la de una aventura 2D clásica, con un buen control y tirando a fácil, aunque cuesta acostumbra­rse a la inercia del protagonis­ta.
 ??  ?? en cierto punto, se añaden elementos como la servomontu­ra o la "floppy board", que nos dan una sensación de que somos los dueños de este mundo digital.
en cierto punto, se añaden elementos como la servomontu­ra o la "floppy board", que nos dan una sensación de que somos los dueños de este mundo digital.

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