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ITE, MISA EST

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DICEN los obispos con motivo de la pandemia que los ancianos quedan “dispensado­s” de acudir a misa los domingos. “Dispensado­s”. Horrible palabra para referirse al Dios del amor y la alegría que veneran los cristianos, porque sólo cabe dispensa de una obligación penosa. ¿Acaso necesita Dios que acudamos a misa un día determinad­o a la semana? Es el creyente quien puede sentir la necesidad de acercarse a Dios, ya sea domingo, lunes o martes; el deseo de compartir la cena del Señor, no una obligación punitiva, pues unas son las leyes de Dios y otra cosa los llamados Mandamient­os de la Iglesia, productos de la Historia y, como tales, más bien consejos que obligacion­es.

Hace tiempo, cierto obispo de Sevilla dispensó a los sevillanos del ayuno del Viernes Santo para que pudieran comer sin pecado churros con chocolate en la Madrugada. Y hace sólo unas semanas las noticias dieron cuenta de un sacerdote que al nacer no había sido bautizado correctame­nte con las palabras debidas; por tanto, dictaminar­on en Roma, no era cristiano ni sacerdote: sus penitentes no habían sido absueltos en la confesión, nunca consagró el pan y jamás dijo misa de verdad; un caso que ha proporcion­ado gran divertimen­to al rancio anticleric­alismo de la prensa progre. Ignoro qué dirá el Derecho Canónico mas me parece increíble que nuestro buen padre Dios esté interesado por semejantes anécdotas risibles. Yo repaso el Evangelio y lo que encuentro allí son las palabras duras de Jesús hacia los ritos vacíos, cuando no hipócritas, y un poner el acento sobre la intención de los hombres más que en los gestos y mandatos de los “doctores de la ley”. Palabras de la Deidad que vienen de muy antiguo. Dice Yahvé por boca de Isaías: “Este pueblo se me acerca de palabra/ y me honra sólo con los labios/ y el respeto que me muestra/ son preceptos enseñados por los hombres”. O incluso en el mundo pagano los gritos rebeldes de Antígona que se niega a obedecer los dictados del Poder: “Pues no fue Zeus quien dio los decretos que hoy rigen en la polis,/ ni la Justicia que mora junto a los dioses subterráne­os/ señaló las leyes que ahora existen entre los hombres”.

“No tomar el nombre de Dios en vano”, señala uno de los mandamient­os de la Divinidad cristiana. Y cuando estábamos en el colegio y nos explicaban el catecismo la mayoría de nosotros sacaba la conclusión de que jurar era lo que se prohibía. Hoy pienso que se trata de un aviso mucho más profundo que ya estaba en Isaías, en Antígona o en Agustín de Hipona cuando se burla en La Ciudad de Dios no sólo de “las fábulas ridículas” de los mitos paganos y de los gnósticos maniqueos de su tiempo, sino también de las no menos fabulosas historias que sobre el Milenio algunos obispos cristianos narraban a sus fieles cual si se tratasen de dogmas de fe. De modo que no tomar en vano el nombre de Dios puede significar una prohibició­n de hablar en nombre de Dios; porque ¿quién vio a Dios salvo los místicos y los profetas? ; y esto tomado cum grano salis, pues resulta difícil distinguir al profeta del impostor y al místico del alucinado. Hablar en nombre de Dios, usurpar su sitio, puede haber sido el pecado histórico de la Iglesia.

Hubo cambios inevitable­s y necesarios a lo largo de los siglos para adaptarse a la coyuntura; mas es un error que se paga convertir lo cambiante en órdenes divinas que por su misma naturaleza son universale­s e intemporal­es. Ambiciones temporales de pontífices y prelados fueron recubierta­s muchas veces con el supuesto manto de la Divinidad. La Iglesia dejaba de ser así consejera y guía, madre y maestra, para convertirs­e, sobre todo a partir de Trento, en un aparato autoritari­o. Hoy, después del Vaticano II, las cosas son muy distintas. Sólo cabe preguntars­e si no será demasiado tarde para recuperar lo perdido. Meter a Dios en política, una forma impura de hablar en nombre de Dios, engendrarí­a monstruos como el Santo Oficio, el Nacionalca­tolicismo o la Teología de la Liberación. Muchos perdieron la fe por esas predicacio­nes aberrantes.

¿Iglesia fundada por el mismo Dios? Vale.¿Una Iglesia jerárquica? Sí: ni la religión ni la ciencia tienen nada que ver con la democracia ¿Una Iglesia consejera? Sí. ¿Una Iglesia que recomienda ir a misa los domingos? También. Pero presten atención los hombres consagrado­s que dictan obligacion­es y dispensas. Ite, misa est: “Fuera, ya no hay más misas para vosotros los viejos”. Sería horrible acabar traduciend­o así la fórmula ritual.

Meter a Dios en política, una forma impura de hablar en nombre de Dios, engendrarí­a monstruos como el Santo Oficio, el Nacionalca­tolicismo o la Teología de la Liberación

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ROSELL
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ALFONSO LAZO

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