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El presidente inesperado

El cambio político levantó unas grandes expectativ­as que se focalizaro­n en la figura del nuevo presidente de la Junta Desde sus pimeros días en el cargo, Juanma Moreno hizo olvidar al candidato del PP que estaba destinado a perder otras elecciones

- José Antonio Carrizosa

Afinales de noviembre de 2018 nadie daba un duro por que Juanma Moreno se pudiera proclamar presidente de la Junta de Andalucía en las inminentes elecciones del 2 de diciembre. Y eso incluía a la práctica totalidad de los dirigentes de su partido, tanto los que tenían su despacho en la calle San Fernando de Sevilla como los que trabajaban en la calle Génova de Madrid. En ambas sedes se daba por seguro que los socialista­s, con más o menos margen y sumando por su izquierda si hacía falta, iban a revalidar en el Palacio de San Telmo, completand­o un ciclo de cuarenta años en el poder, algo con muy pocos precedente­s en un sistema democrátic­o y que igualaría casos tan insólitos como el de la CSU en Baviera. Los números no salían, aunque se metieran en la coctelera elementos muy diversos: la decisión de Ciudadanos de no volver a facilitar la presidenci­a de Susana Díaz, el descontent­o con protestas en la calle de la educación y la sanidad por los recortes impuestos desde la Junta, el largo desgaste por tantos años de gobierno de los mismos, incluso el juicio de los ERE, que había llenado páginas y páginas en los diarios y horas en los telediario­s y sobre el que una buena parte de la opinión pública ya había dictado sentencia. Tampoco parecía que pudiera ser decisiva la aparición en las encuestas, todavía de forma tímida, de una fuerza política, Vox, que era una incógnita en todos los sentidos. Nada por su lado ni todo ello junto parecía que pudiera cambiar el signo de una especie de determinis­mo histórico que había convertido a Andalucía en la única comunidad autónoma española que no había conocido la alternanci­a.

Sólo el propio Juanma Moreno y sus colaborado­res más estrechos –su jefa de gabinete, Pamela Hoyos, su responsabl­e de comunicaci­ón, Sebastián Torres, y muy pocos más– escrudiñab­an las encuestas y mantenían abierta la posibilida­d de que se diera la carambola. El firmante de este reportaje mantuvo en los últimos días de campaña una larga reunión con el entonces candidato del PP en la que manejó con vehemencia argumentos de sobra para demostrar, quizás demostrars­e a sí mismo, que la partida no estaba ni mucho menos perdida. Al final fue un factor que nadie había considerad­o con seriedad, la fuerte irrupción de Vox con 12 diputados, el que dio un cambio radical al mapa político andaluz, sacó a

Susana Díaz de una Presidenci­a que considerab­a cosa suya y llevó en volandas a Juanma Moreno hasta las puertas del Palacio de San Telmo.

Posiblemen­te nunca sepamos si, como se comentó en aquellos días, en le sede nacional del PP ya le habían redactado la carta de renuncia a su puesto como presidente del PP andaluz que se iba a dar a conocer cuando admitiera públicamen­te su derrota. El candidato andaluz tenía facturas pendientes con la dirección nacional de su partido. Pablo Casado había llegado hacía solo unos meses a máximo dirigente nacional y tenía todavía recientes las heridas de su pulso con Soraya Sáenz de Santamaria. Juanma Moreno había jugado fuerte la carta de la ex vicepresid­enta y se había posicionad­o en contra del bisoño secretario de Comunicaci­ón. Una renovación del liderazgo en el PP andaluz tras aquellas elecciones era algo que entraba en todas las quinielas.

Pero en una democracia los políticos proponen y los ciudadanos en las urnas disponen. Las urnas y las negociacio­nes capaces de conformar una mayoría con la que en principio nadie había contado. Juanma Moreno obtuvo unos resultados muy malos en las elecciones de hace ahora dos años, muy por debajo de los que obtuvo en 2012 Javier Arenas, que ganó y no pudo gobernar porque su partido no tenía aliados posibles en el Parlamento andaluz. Ahora las circunstan­cias eran muy diferentes, había una suma a tres –PP, Ciudadanos y Vox– que podía desplazar del poder a los socialista­s.

No fue muy difícil encontrar el camino. Ciudadanos, entonces con la foto de Colón reciente en la retina y con Juan Marín dispuesto a tocar poder a cualquier precio, se integraría en el Gobierno y Vox aportaría estabilida­d parlamenta­ria desde fuera a cambio de alguna que otra fruslería ideológica.

La negociació­n fue fácil y de ella emergió un Gobierno que desde el primer momento tuvo meridianam­ente claro que una de sus primeras misiones era fortalecer la figura de un presidente que llegaba a San Telmo con un alto grado de desconocim­iento social y con valoración baja en todas las encuestas. El cambio político, por el mero hecho de producirse, despertó unas enormes expectativ­as en una sociedad, como la andaluza, aletargada en lo político y que considerab­a que el dominio socialista era un elemento más del paisaje. Esas expectativ­as se focalizaro­n en la figura del joven presidente, que desde el primer día hizo gala de un discurso moderado, constructi­vo y alejado de maximalism­os que supusieron una entrada de aire fresco en el viciado ambiente político andaluz.

Desde sus primeras semanas en el cargo, Juanma Moreno logró hacer olvidar su papel de mediocre dirigente de la oposición que le perseguía desde su precipitad­o desembarco en 2014, cuando tuvo que enfrentars­e a los destrozos originados por la fuga de Javier Arenas y la ina

Es, sin ninguna necesidad de impostura, una persona dialogante y poco dada a las estridenci­as El reparto de papeles

con un Elías Bendodo de perfil duro ha funcionado con bastante

eficacia

daptación total al cargo que demostró Juan Ignacio Zoido. Moreno aprovechó el magnífico escaparate que suponía su presencia en el despacho principal del Palacio de San Telmo para empezar a cultivar un discurso que no chirriaba en un barrio elitista de Sevilla o Málaga, pero tampoco en un pueblo de jornaleros de Sierra Morena. Lo consiguió cuidando mucho las formas y gracias a un reparto de papeles en el Gobierno por el que su consejero de Presidenci­a y hombre de máxima confianza, Elías Bendodo, se encargaba de la propaganda y de arremeter contra el reciente pasado socialista ofreciendo un perfil duro, mientras el presidente jugaba el papel de la moderación, hablaba de futuro y sólo se permitía algún lujo dialéctico en sus combates cuerpo a cuerpo con Susana Díaz, grogui por la inesperada derrota, en las sesiones de control del Parlamento.

A Juanma Moreno no le costó ningún trabajo hacerse con su nuevo perfil. Es, sin ninguna necesidad de impostació­n, una persona moderada, dialogante y poco dada a la estridenci­a. No son las caracterís­ticas más adecuadas para ejercer una oposición de combate, pero sí para llevar a cabo una labor institucio­nal que tiene como misión primordial transmitir seguridad. Hoy nadie duda en Andalucía que el presidente ganó con el cargo y ha logrado encarnar una voluntad de cambio tranquilo, que se ha visto hasta cierto punto alterada por la aparición en marzo de este año de la pandemia. Hasta que el coronaviru­s llegó para ponerlo todo patas arriba, el cambio había sido mucho más un eslogan que una realidad, pero el crédito del presidente no se había visto resentido. Nadie esperaba una revolución en Andalucía y un desmontaje en poco tiempo del entramado que habían montado los socialista­s durante sus décadas en el poder. Pero tampoco una situación tan complicada como la derivada de la mayor epidemia que ha conocido España en su historia reciente ha hecho mella en la imagen del presidente andaluz, algo que no ha ocurrido con Pedro Sánchez o con algunos dirigentes autonómico­s. Tanto en la primera ola como en esta segunda, los datos de Andalucía no han sido de los perores de España y, aunque ha habido un colapso casi total de la asistencia primaria, el sistema sanitario no ha entrado en ningún momento en situación de alarma extrema, como pasó, por ejemplo, en Madrid durante la pasada primavera.

Este estado de gracia en el que han transcurri­do los dos primeros años del autodenomi­nado Gobierno del cambio en Andalucía ha coincidido, además, con una situación de enorme debilidad y liderazgo cuestionad­o en el PP nacional. Pablo Casado empieza ahora a remontar el vuelo en las encuestas tras una travesía del desierto en la que Vox le pisaba los talones y lo hacía entrar en una política errática en la que muchos votantes del PP, conservado­res pero ni mucho menos extremista­s, no se reconocían. También esto ha sido un factor de consolidac­ión de la imagen de Juanma Moreno. El presidente andaluz ha proyectado moderación y centrismo, mientras que Casado se escoraba hacia posiciones más radicales. Que el dirigente andaluz pudiera hacerlo a pesar de tener a Vox como garantía de estabilida­d parlamenta­ria da, por un lado, idea de la habilidad con la que ha manejado la situación política andaluza y, por otro, de la escasísima presión que ha ejercido Vox más allá de levantar un poco la voz en alguna negociació­n presupuest­aria. La fortaleza de su posición en Andalucía y la importanci­a objetiva de haber desalojado a los socialista­s han convertido a Juanma Moreno en uno de los dos principale­s barones territoria­les del PP –el otro es Alberto Núñez Feijóo, que gobierna Galicia con una indiscutid­a mayoría absoluta– y en una de las escasas voces de su partido que marca criterio y tiene que ser escuchada.

El primer presidente no socialista de la historia de la autonomía andaluza puede presumir, por tanto, de un balance bastante satisfacto­rio en el ecuador de la legislatur­a. Como presidente, ha logrado prestigiar­se y hoy ya nadie recuerda al dirigente del PP que estaba destinado a estrellars­e contra el muro de la invulnerab­ilidad socialista en Andalucía. Ha hecho frente a una emergencia sanitaria regional, la de la listeriosi­s del primer verano de mandato, y a otra mundial que lo ha condiciona­do todo desde la pasada primavera, y ha logrado aprobar tres presupuest­os en dos años, con lo que se despeja el horizonte para ir a las elecciones en la fecha prevista y con relativa fortaleza. La crisis del coronaviru­s lo ha desplazado todo y ha cambiado, lógicament­e, las prioridade­s y los planes del Gobierno andaluz. El cambio como filosofía de gestión, la bajada masiva de impuestos, el desmantela­miento de una administra­ción paralela abultada y clientelis­ta, la atracción de grandes inversione­s... Todas las banderas que se levantaron para justificar la necesidad de una alternanci­a han quedado en un segundo plano. Pero eso no ha pasado factura al presidente andaluz, que tras sus dos primeros años en el Palacio de San Telmo puede mirar con cierta confianza hacia adelante. Aunque no debería olvidar que está en el puesto por una curiosa carambola y que, en política, como él sabe perfectame­nte, todo puede cambiar en cuestión de horas y se puede pasar de tener hechas las maleta para terminar su paso por la política andaluza a ser presidente indiscutid­o.

Juanma Moreno ha demostrado que es mejor presidente de lo que fue como máximo responsabl­e

de la oposición La gestión de la pandemia y sus problemas no le han supuesto ni a él ni a su Gobierno un grave deterioro político

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JUAN CARLOS MUÑOZ El presidente andaluz, con Pablo Casado durante un encuentro en San Telmo.
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videoconfe­rencia con Sánchez y los presidente­s autonómico­s, durante el primer estado de alarma.
JUNTA DE ANDALUCÍA Juanma Moreno, en una videoconfe­rencia con Sánchez y los presidente­s autonómico­s, durante el primer estado de alarma.

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