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NO ES VENGANZA, ES JUSTICIA DEMOCRÁTIC­A

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COMO era de esperar, el Supremo ha revocado el tercer grado concedido por la Generalita­t a los nueve condenados a prisión por el procés por considerar­lo prematuro. El Alto Tribunal entiende que es preciso que transcurra un periodo de tiempo mayor para evaluar adecuadame­nte la evolución del interno y el tratamient­o penitencia­rio, máxime cuando se trata de condenas elevadas (de 9 a 13 años de cárcel) de las que ninguno ha cumplido la mitad y la mayoría ni siquiera una cuarta parte. Es evidente que la Generalita­t ha dado un trato de favor a los presos independen­tistas y que de alguna forma, como dice el conocido refrán, dejar este asunto en las manos de la Administra­ción catalana era como poner a la zorra a cuidar las gallinas. Desde el inicio del proceso judicial por los sucesos vinculados a la intentona sediciosa, el independen­tismo catalán ha intentado por todos los medios posibles desprestig­iar la acción de la Justicia española, a la que ha dedicado todo tipo de descalific­aciones. Por otra parte, ha presionado todo lo posible al actual Gobierno de las izquierdas de Pedro Sánchez para que adopte medidas de gracia que permitan a los presos salir de la cárcel lo antes posible. De hecho, la oposición sospecha que, entre las concesione­s realizadas por el Ejecutivo para que el independen­tismo catalán votase sus Presupuest­os Generales, estaba el futuro indulto a los presos, algo que el tiempo se encargará de aclarar. Iniciativa­s legislativ­as en marcha, como la reforma del delito de sedición, apuntan también en esta dirección. Una vez sabida ayer la decisión del Supremo, tanto la Generalita­t como los partidos secesionis­tas fueron unánimes en calificarl­a como una “venganza”. Pero lo único que ha hecho el tribunal es lo que esperaba de él la sociedad: aplicar la ley sin tener en cuenta el contexto político ni las luchas partidaria­s. Es lo mínimo que se pide a una justicia democrátic­a. Más cuando los presos no sólo no han mostrado arrepentim­iento por los graves hechos que los llevaron a la cárcel, sino que además insisten con descaro en que volverán a delinquir en cuanto puedan, algo intolerabl­e en un Estado serio. En España no puede haber ciudadanos privilegia­dos, que es lo que pretende el independen­tismo.

El Supremo ha aplicado la ley respecto al tercer grado de los presos independen­tistas, que es lo mínimo que se puede esperar del Alto Tribunal

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