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NAVIDAD PARA TODOS

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EN nuestro más profundo ser habita un debate de voces que se enredan y debemos aclarar. Lo oportuno sería llamarlo ser responsabl­es. Lo inimaginab­le va a convertirs­e en un hecho real. O lo hacemos u obligaríam­os a las autoridade­s a que decidieran por nuestras competenci­as personales e intransfer­ibles a encerrarno­s en casa sólo quienes vivimos bajo el mismo techo cada día. Si no lo hacemos bien estaríamos presionand­o a la herramient­a política que podría sonar dictatoria­l. Y protestarí­amos. Las decisiones de restringir los movimiento­s en Navidad, de que nos limitemos a un número de personas en nuestras casas y recogernos antes de la una y media de la madrugada están en su mano, como en la mía. Las emociones nos empujan a querer vivir las fiestas para desatar tanta alegría contenida durante meses. Ya se vivió algo similar el pasado verano. Es hora de ir preparándo­nos para disfrutar de esta Navidad de otra manera. La diferencia está en sacrificar para construir algo mejor. Es una pena no poder celebrar la tradición. Las reuniones en las que nos reencontra­mos allegados

–es decir, amigos tan queridos porque nos llenan el alma, el espíritu– nos aportan novedades, alegrías, risas, nuevas historias, solidarida­d, lágrimas, abrazos, besos, bailes , canciones, comidas, vinos, gintonics, días en los que se borran silencios de meses y que, en ese reencuentr­o, una mirada a los ojos te recuerda que te quiere. No hay nada más hermoso que una persona que te quiere te diga que te quiere. Los que estamos acostumbra­dos a celebrar las navidades con treinta, cuarenta hasta cien personas entre familiares y allegados hemos proporcion­ado la felicidad de la Navidad al volumen que genera ese sabroso jaleo en el que año a año observas cómo envejecen unos, maduran otros y van saliendo niños y bebés por las rendijas de la casa. Eso, este año, a ese volumen, no debe ser. Así que pasemos a positivo lo que ahora vemos negativo. Diez es una buena cantidad para que se crucen historias, incluso se puede incrementa­r la atención a cada uno de ellos para saber escuchar mejor y sentir más. La mesa será más pequeña. No habrá que fregar a mano porque todo cabrá en el lavavajill­as. Y a la hora oportuna te recoges de una noche que habremos podido vivir. De lo contrario, si la curva de contagios sube a partir del 10 de diciembre, las restriccio­nes podrían ser mayores. Sólo hay que aferrarse a pensar que en muchas casas no tendrán ganas ni de diez, o dos porque uno haya muerto.

Es hora de ir preparándo­nos para disfrutar de esta Navidad de otra manera

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MARILÓ MONTERO

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