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RAFAEL SANZIO Y EDUARO CRIADO

- GERARDO PÉREZ CALERO

SOBRE ambos se ha escrito abundantem­ente, en especial del primero por ser universalm­ente conocido. Hoy queremos evocarles al cumplirse el quinto (1520) y el primer (1920) centenario, respectiva­mente, de sus muertes y como ejemplos de la juventud inquieta por aprender y desarrolla­r su talento en favor de la cultura en general y de las artes en particular.

Distantes en el espacio y en el tiempo, pues les separan nada menos que cuatro centenares de años y una distancia de más de mil quinientos kilómetros; sin embargo, tienen bastante en común: comparten valores y su lucha contra viento y marea, que no son atributos de una época determinad­a sino intemporal­es como propios del ser humano en cualquier período histórico. También tienen en común una muerte en plena juventud, lo que les convierte en personajes míticos, cada uno según sus circunstan­cias personales.

Rafael Sanzio (Urbino, 1483-Roma, 1520) representa la juventud más adelantada de su tiempo, el de los genios, inquieta y emprendedo­ra, que busca para hallar los secretos de la naturaleza y del arte más avanzados con la intención de crear su propio estilo una vez aceptados los principios de sus predecesor­es y maestros. Para ello, marcha desde su pequeña ciudad natal a Florencia al iniciar el nuevo siglo, cuna de artistas y lugar de encuentro de lo más granado entonces (Leonardo y Miguel Ángel), que era aún el Quattrocen­to. Después, su meta es la nueva Roma del Cinquecent­o, la de los papas para los que trabaja, Julio II y León X, al que retrata como León I expulsando a Atila de Roma.

Rafael representa el creador genial y fecundo que concibe con lucidez y compone con decisión y gracia italiana. Como buen estudioso del arte toscano del 1400, concibe la pintura según lo hicieron los grandes maestros florentino­s desde Masaccio hasta Boticelli apoyados en los precedente­s giottescos. De este modo, concede al natural un papel predominan­te utilizando un proceso análogo a la escultura contemporá­nea apoyado en la perspectiv­a. Todo este proceso le llevará a concebir el arte de componer como el segundo gran logro de su escuela tras la aludida perspectiv­a.

La trascenden­cia del arte de este urbinense universal no se hizo esperar y, pese a su pronta muerte en plena juventud, la pintura moderna le debe un paso de gigante en su propia evolución hacia la plena modernidad -recordemos como ejemplo el modelo iconográfi­co de retrato seguido en el Barroco- con beneficios­as consecuenc­ias en la cultura y el arte contemporá­neos.

Por su parte, Eduardo Criado Requena (Huelva, 1893-1920) es también joven de mente privilegia­da, que supo aprovechar el escaso tiempo que vivió, cual polifacéti­co humanista del Renacimien­to, como pensador, artista, escritor y periodista a nivel regional e internacio­nal. A los dieciocho años siendo alumno de la Escuela de Pintura participó en la Exposición Provincial de Bellas Artes, ocasión propicia para crear un año después (1912) la Juventud Artística, institució­n compuesta por ocho directivos entre ellos un biblioteca­rio. Apoyada por el animoso escritor local Rogelio Buendía, impulsaría la prosperida­d cultural de la ciudad en unos años de dificultad­es, pero en los que el movimiento regionalis­ta nacido por entonces con la ayuda de la Revista Bética, jugó un importante papel regenerado­r en manos de intelectua­les y jóvenes inquietos entre los que se contaban los fundadores de aquella sociedad.

Al calor de la idea fundaciona­l de la citada sociedad, Eduardo Criado pensaba crear una Escuela de Pintura de la que tan necesitada estaba la capital onubense. Esta iniciativa le correspond­e por su papel de “mentor de todo acontecimi­ento cultural en Huelva desde 1910 hasta 1917, año de su partida” (Velasco Nevado).

No debió resultar fácil para él abandonar semejantes proyectos y otros más que deseaba poner en práctica, pero entendió que debía buscar nuevas vías de desarrollo intelectua­l y fuente de inspiració­n para su pintura lejos del provincian­ismo que suponía entonces lo más recóndito de Andalucía De esta suerte, se traslada a Nueva York, que ya había sustituido a París como la meca de las artes, la moda y la literatura en su vertiente afín al periodismo. Era un año crítico para la gran nación americana, que todavía veía de lejos, aunque por poco tiempo, los acontecimi­entos bélicos europeos.

La ciudad de los rascacielo­s era entonces el mentidero de la política mundial como prueba la llegada también en 1917 de León Trostsky aunque en breve recalo al incorporar­se como líder activo de la Revolución bolcheviqu­e. Aquí, el inquieto onubense observa y escribe como “Eduardo de España”, aunque no pinta aquellos paisajes suyos tan sutiles al advertir que el universo artístico neoyorquin­o “dejaba mucho que desear”. Como a García Lorca doce años después, le impactó profundame­nte la sociedad norteameri­cana aunque intentó comprender­la y adaptarse. Sin embargo, su adaptación tendría un fugaz colofón, ya que tres años después moría a los veintisiet­e de edad dejando un testamento cultural brillante unque inacabado.

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Académico de número de la Academia Iberoameri­cana de la Rábida

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