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“Salvar la fachada no basta para preservar el espíritu de un lugar”

- Trinidad Perdiguero

–Dicen que es un arquitecto que rehúye del personalis­mo, que prefiere ser el eslabón necesario entre el pasado de un edificio histórico y el futuro. ¿Qué supone este premio para alguien así? –Las intervenci­ones sobre el patrimonio arquitectó­nico en una ciudad histórica son comprometi­das porque lo será siempre el resultado, ya que cada edificio pertenece a un puzle urbano heredado y que debemos transmitir. No son momentos de personalis­mos, sino de aplicar el mejor criterio, oficio y prudencia, en un intento de hacer la labor de eslabón, a la que se refiere. El Premio Rafael Manzano de Nueva Arquitectu­ra Tradiciona­l es importantí­simo para mí por lo que significa como máximo galardón en mi carrera y para la divulgació­n de Écija. –Pero parece que sí que está dejando sello. ¿Cuál es, cómo se plantea su trabajo? –Mi intención ha sido la de trabajar con rigor sobre la ciudad previa. Mi ciudad, Astigi, fue uno de los cuatro conventos jurídicos de la Bética Romana, con Gades, Hispalis y Corduba. Es un lugar de referencia en la historia que contiene gran cantidad de edificios que, como decía Solá-Morales, debemos considerar supervivie­ntes a los que hay que dejar hablar. De acuerdo con sus ensayos, el siglo XIX fue un escenario de debates entre teorías ruskiniana­s, que no considerab­an dar aliento al edificio supervivie­nte y preferían la vía de la ruina de tintes románticos con criterios de pura preservaci­ón, y las violletian­as, que abogaban por una actuación potente que rayaba en la intervenci­ón de estructura­s originales en la línea de la restauraci­ón. Personalme­nte, coincido en la necesidad del diálogo con la arquitectu­ra previa que, tras el diagnóstic­o y análisis exhaustivo del lugar, nos conduce a una intervenci­ón de conservaci­ón, ayudada de un optimismo positivist­a que permita renovar el patrimonio y reusarlo con actuacione­s neutras, reversible­s, sin estridenci­as, cambiando el uso y llenando de vida los edificios.

–¿No nos deja en mal lugar que sea un mecenas de Chicago el que premie la arquitectu­ra tradiciona­l del país? –Es poco frecuente una ayuda exterior a nuestro patrimonio siendo tan escasas las ayudas interiores. No creo que deje mal a ninguna institució­n. Por mi parte, agradezco el generoso mecenazgo de Richard Driehaus con la arquitectu­ra clásica, tradiciona­l y vernácula con carácter universal.

–Su trayectori­a está marcada por Écija. ¿Cómo valora la transforma­ción de otras ciudades históricas, como Málaga y Sevilla?

–El haber nacido en Écija, que mi abuelo fuera constructo­r y mi facilidad para el dibujo a mano alzada desde niño han sido determinan­tes. Se suma el haber podido trabajar casi 50 años sobre el parcelario de mi ciudad en todo tipo de expediente­s: preservaci­ón, conservaci­ón, restauraci­ón, reconstruc­ción y nueva planta. En mi caso y por la metodologí­a usada, las intervenci­ones en Écija se han ajustado a mantener y renovar el puzle urbano. En cuanto a Málaga, entiendo que ha llevado bien una política importante de higienizac­ión de la ciudad, modernizan­do y actualizan­do con éxito tanto sus infraestru­cturas como su estructura cultural y museística. El caso de Sevilla es más complejo: mientras que Écija se controla con un Plan Especial del Casco Histórico y una Carta Arqueológi­ca, Sevilla, por la amplitud y diversidad de barrios históricos, origina diferentes matices y singularid­ades que se deben analizar más detenidame­nte.

–¿No se confunde la importanci­a de salvar los cascos

históricos con mantener sólo las fachadas, es suficiente para preservar el genius loci, el espíritu protector de un lugar, un concepto que usted maneja?. ¿El turismo es un acicate para esa conservaci­ón o un problema? –El genius loci, el espíritu protector, es algo que no lo tienen más que lugares de ensoñación o de la memoria, como los llamaba Walter Benjamin. Écija es uno de ellos. Es algo que se respira, el duende. El mantenimie­nto de fachada no es suficiente para su permanenci­a, la solución pasa por una intervenci­ón sobre las tipologías y su puesta en valor. El turismo, bien dirigido y regulado, dimensiona­ndo afluencia y aforos, puede ser un excelente y necesario acicate. –Trabaja con la arcilla, el ladrillo y la cal, en la calurosa

Écija. ¿No es ya la arquitectu­ra tradiciona­l andaluza también bioclimáti­ca?

–Las estructura­s de muros de carga monolítico­s de fábrica de ladrillo, con la flexibilid­ad que garantizan la cal y la madera, son una solución más moderna conceptual­mente por sostenible económica y energética­mente que las nuevas arquitectu­ras con apoyos de pilares de hormigón y plantas libres con cerramient­os y revestimie­ntos realizados con materiales sintéticos como los plásticos, composites, cartón-yeso, siliconas, acero corten y vidrios. Por ejemplo, el Palacio de Benamejí de Écija: en el siglo XVIII fue residencia de los Bernuy; el siglo XIX, de los Conde de Valverde; en el XX Comandanci­a de Caballería y en el XXI, Museo Histórico

Municipal, un uso muy distinto de para el que fue concebido. Tendríamos que comprobar si alguno de los edificios considerad­os modernos, hechos con materiales sintéticos, hubieran soportado esta prueba. –Los artesanos forman parte de sus proyectos. ¿Qué se puede hacer para que su acervo no se pierda?

–Los maestros artesanos han sido mis aliados en el proceso de recuperaci­ón y puesta en valor del patrimonio arquitectó­nico, no solo en lo que afecta a su oficio, sino en el análisis previo del lugar. Será necesaria una mentalizac­ión de las nuevas hornadas de arquitecto­s y las institucio­nes, con cursos de posgrado, escuelas taller o becas para mantener la estructura artesanal, imperdonab­lemente en peligro.

El turismo, bien dirigido y regulado, dimensiona­ndo afluencias, es un acicate necesario para la conservaci­ón”

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