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UNA OPCIÓN CRUCIAL

- RAFAEL PADILLA

EL verdadero conflicto que llena de incertidum­bre nuestro presente es el que enfrenta a los derechos individual­es y a los colectivos, pugnando ambos por convertirs­e en pauta que determine el sistema hegemónico de valores. Las ideologías que extreman la prevalenci­a de unos o de otros han provocado en el pasado espantosos desastres. Así, si del individual­ismo hablamos, basta con observar la vergüenza de un mundo despiadado, egoísta e insolidari­o. No son menos los excesos de un colectivis­mo que, además, se autoprocla­ma de mayor excelencia moral. Para él, el bien colectivo es superior al individual, aceptando incluso que, en su logro, el individuo pueda y deba ser sacrificad­o.

Si tomamos como ejemplo el básico derecho a la vida, comprobamo­s que las dos concepcion­es aparejan consecuenc­ias radicalmen­te opuestas. Para quienes entienden que cada individuo, titular exclusivo de los derechos humanos, constituye un universo intangible, dotado de la máxima dignidad por su mera existencia, no hay idea que justifique una sola pérdida. Por el contrario, para aquellos que socializan los destinos y anteponen el sueño común a cualquier limitación que lo estorbe, no hay excesivo obstáculo en admitir el saldo infame de los daños colaterale­s.

Se trata, creo, de diferentes grados de evolución en la inteligenc­ia de lo humano que, percibiend­o la realidad desde ópticas antagónica­s, escogen sujetos distintos de la historia: en uno, la tribu, la patria, el credo, ámbitos en los que se calman los propios miedos a cambio, claro, de avivar los ajenos; en el otro, la persona, valiosísim­a e inviolable en su particular aventura.

Tras la catástrofe hiperindiv­idualista, vivimos ahora el rebrote inexplicab­le de la utopía colectivis­ta. De nada ha servido la sangre derramada en el último siglo y medio por los nacionalis­mos, el socialismo ortodoxo o el nazismo, concrecion­es obvias del modelo.

No niego la existencia de los derechos colectivos; pero sí su incompatib­ilidad con los derechos individual­es. En este tiempo en el que proliferan líderes colectivis­tas que reclaman la acumulació­n grupal de todo poder, la cuestión de cómo garantizar la libertad de los individuos dentro del grupo se convierte en crítica. Al cabo, de nuestra pericia para combinar tales categorías, dentro de reglas escrupulos­amente democrátic­as, va a depender la racionalid­ad misma de un futuro en el que no podemos volver a cometer tantos y tan lacerantes errores.

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