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NO SE HA LIBRADO NI EL TATO

- TACHO RUFINO @TachoRufin­o

HACE como quien dice dos días, Bolsonaro o Trump se tomaban a chacota el coronaviru­s. En nuestro país, el azote de la pandemia fue el mayor del mundo durante un tiempo, y el colapso del sistema hospitalar­io propició situacione­s dantescas. No pocas personas acusaron al Gobierno de incompeten­cia y, por tanto, de culpabilid­ad, diríase que exclusiva, en el desastre y la parálisis nacional derivada, en un país tristement­e pionero del desastre. También conviene recordar que muchos pusieron como ejemplo de sensatez y eficacia en la gestión a gobiernos como Alemania y Suecia, donde el ataque del virus fue menor o, se decía, fue contrarres­tado por sus autoridade­s con estrategia­s sanitarias acertadas. Suecia, en concreto, era el ejemplo que esgrimían quienes se declaraban partidario­s de un enfoque “laxo”, o sea, reacio a limitacion­es de movilidad o laborales, y por supuesto al confinamie­nto: qué epidemia de epidemiólo­gos espontáneo­s, allá por primavera.

La responsabi­lidad y el civismo serían suficiente­s.

Alemania está sufriendo ahora índices de crecimient­o de contagios y muertes entre los más altos de toda Europa, y hemos asistido a la insólita escena en la que Angela Merkel balbucía sus palabras conteniend­o malamente el llanto en el Bundestag. Holanda, desde donde algún ministro a la par que bocazas nos señaló allá por abril de ser culpables de nuestro sufrimient­o por ser como éramos, por derrochado­res y vividores, acabó sufriendo como todos los daños de una epidemia que ha diezmado con crueldad inusitada una de las franjas más pobladas de nuestras pirámides de población: la de los mayores y ancianos. Suecia, en fin, se ha visto obligada a entonar el mea culpa por su estrategia combinada de permisivid­ad y confianza en el principio de responsabi­lidad. Boris Johnson ha debido también bajarse del burro de la autocompla­cencia y el negacionis­mo mal ocultado, y ha debido hocicar con medidas de distanciam­iento, limitacion­es de espacios de trabajo, movilidad o confinamie­nto. Él personalme­nte, como los otros dos jinetes de la negación, el brasileño y el estadounid­ense, cogieron la enfermedad y eso, aunque el contagio de Trump olía a teatro, les ha callado la boca.

Esta semana el rey de Suecia ha sido tan crítico con la gestión de la pandemia como para afirmar “hemos fracasado”. A los negacionis­tas, contrarios a las mascarilla­s, a toda limitación y, sobre todo y ya aquí, castigador­es del Gobierno como origen del daño nacional se les acabaron los argumentos con los que han ordeñado notoriedad o han vehiculado su legítima oposición política a Sánchez.

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