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EL MADROÑO El pueblo “milagro” LIBRE DE COVID

El municipio más pequeño de Sevilla es el único que podría llegar al hito de las vacunas sin ningún caso de Covid-19 Sus vecinos no bajan la guardia a la puertas de la Navidad

- Trinidad Perdiguero

El 2021 ya estaba marcado en el calendario de El Madroño (Sevilla). Se cumplen cien años desde que pasó de ser aldea de El Castillo de las Guardas –como otras surgidas al pie de veredas y caminos, las viejas autopistas de la sierra– a independiz­arse como Ayuntamien­to. Entonces estaba en auge con las Minas de Riotinto, que pueden verse desde sus oteros, y los próceres del lugar estimaron que con un millar de habitantes y creciendo se llegaría pronto a los 2.000 ó 3.000. Pero fue un espejismo. Es el municipio más chico de Sevilla.

En cualquier caso, ese nuevo año, ante el que el mundo porfía para pasar página, podría ser motivo de celebració­n en El Madroño, además de por el centenario, por ser el pueblo “milagro”: el único de la provincia que ha sorteado dos olas de pandemia –a la espera de lo que esté por venir– sin ningún caso de Covid-19. Porque “milagro” y “suerte” son las palabras que les vienen a los vecinos ante la pregunta del millón: ¿Cómo es posible?. “Pienso que es un milagro. Este pueblo depende de Nerva (a 9 kilómetros), vamos allí a los bancos, a los supermerca­dos, al médico, al instituto y allí sí ha habido incidencia y fallecidos”, dice el alcalde, Antonio López, que advierte que no hay escudos mágicos.

Está claro que con cinco aldeas, 300 habitantes, 180 en el núcleo principal –un flanco en Sevilla y el otro en la Cuenca Minera–, el hacinamien­to no ha sido factor de riesgo. Sí lo era una población envejecida –el 40% ha cumplido los 65 años– pero que podría llegar indemne al hito de las vacunas.

Aunque nadie piense que El Madroño es un pueblo sin vida. Basta con recorrer las calles Juan Carlos I y Fernando Alonso López –la antigua vereda de paso obligado, en la que se suceden el colegio, el consultori­o, la farmacia, el Ayuntamien­to, Casa Marcelo y Casa Pedro, los dos bares-tienda– para toparse con los lujos del día a día en un enclave rural y con gentes complacida­s porque el interés se deba a la buena salud y no a un suceso, como el incendio que en 2004 obligó a desalojar todo el término y dejó cicatrices aún visibles.

Dos maestras pasan con los diez niños del colegio tras ensayar en un salón la función navideña. Hay vecinas que adornan fachadas, porque se ha organizado un concurso. Dos jóvenes recorren la calle con un carrito, sin prisas, dejando impolutas las aceras. Las casas dejan paso, de repente, a un prado en el que pastan ovejas merinas.

En esa calle, Sara charla con su amiga Sandra que lleva de paseo a su bebé de cuatro meses. Se llama Luca y es el tercer niño, junto a Jimena y África, que ha nacido este 2020 en El Madroño. Es un

“hito” que hayan sido tantos, dice la madre, teniente de alcalde y que explica la dificultad de luchar contra la despoblaci­ón, aunque las cosas van cambiando y

“hay gente joven con ganas de quedarse en el pueblo, cuyo futuro estará en el turismo, cuando todo esto pase”. “Siempre hemos estado en alerta, no nos hemos relajado”, coinciden sobre el Covid, e invitan a observar que no hay nadie sin mascarilla.

Como en otros pueblos y a su escala, el verano estuvo animado en El Madroño, abrió la piscina (se desinfecta­ba tres veces al día) y se llenaron las segundas residencia­s. “El que sea una población pequeña, el aislamient­o influyen, pero ha habido mucha suerte”, señala Sandra. También reconocen que hay preocupaci­ón por el fin del cierre perimetral, que ya el fin de semana pasado llenó El Madroño de motoristas, habituales de las serpentean­tes carreteras. Cruzan los dedos ante una Navidad en la que se producirán reencuentr­os.

Junto a Sara y Sandra pasa una señora, con su madre –de 92 años– en silla de ruedas. “Tengo dos hijos en Sevilla y cada uno celebrará la Nochebuena en su casa. Sí habrá un almuerzo familiar fuera, en un restaurant­e. Pero no me fío”, dice la mujer. La prioridad es seguir protegiend­o a la abuela. “Yo reparto pan por toda la Cuenca Minera y lo he pasado muy mal, sobre todo al principio, cuando no había mascarilla­s. Llegaba y decía “no tocadme, no os acerquéis”, hasta que me duchaba”, relata María Ángeles, del horno El Sacrificio, en Nerva. Los pedidos y repartos se han multiplica­do.

Rocío, que atiende en la farmacia rural de El Madroño, apunta la que podría ser una clave: la solidarida­d, en un pueblo acostumbra­do a que no todo está al alcance de la mano. Cuando comenzaron a llegar con fluidez mascarilla­s, había quien quería llevarse un par, pero preguntaba antes si no faltarían para otros. “Lo hemos vivido como todo el mundo: con insegurida­d, miedo e incertidum­bre. En cualquier momento puede llegarnos. En esta segunda ola el círculo se ha estrechado”, corrobora Virginia en la parte de ultramarin­os de Casa Marcelo.

Como está ocurriendo en otros pueblos y más este particular Covid free sevillano, la pandemia ha supuesto un aumento de población, en un fenómeno que está por ver que se asiente cuando los miedos a las aglomeraci­ones pasen. Los empadronad­os han pasado de 276 a 308, un incremento de población de casi el 12% desde febrero. Hacía décadas que el censo caía “en picado”, insiste el alcalde y una trabajador­a municipal, que relata cómo una familia llegó a alquilar una casa, con la idea de escolariza­r en la escuela rural de El Madroño a su hijo, con un problema que lo convertía en población de riesgo. Se han vendido y alquilado más viviendas que otros inviernos.

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REPORTAJE GRÁFICO: JUAN CARLOS VÁZQUEZ 1
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Un abuelo y su nieto pasan junto a un prado.
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1. Un abuelo y su nieto pasan junto a un prado. 2. Las maestras, con una trabajador­a municipal, llevan a los niños a la escuela. 2
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